El fracaso

Una bicicleta.
Una bicicleta.

Un intento de desfacer cualquier ultraje y supuesto agravio que haya podido surgir al respecto del artículo anterior.

Dada la esperada repercusión que ha tenido mi ultimo escrito sobre la “Madre Patria” y su epíteto previo -que no volveré a reproducir aquí- y dada, también, la esperada ‘mala interpretación’ del mismo en muchos leyentes, pues voy a intentar desfacer cualquier ultraje y supuesto agravio que haya podido surgir al respecto. Si me lo permiten, ni decir tiene.

Lejos de intento alguno de crucifixión y desprecio a los hermanos (y hermanas, que no se me olvida) de allende los mares, mirando al oeste, quiero pregonar que  en absolutamente todos los países de allá en los que mi cabeza ha reposado y mis pies han caminado me he sentido y se me ha hecho sentir como en mi propia casa. Quizá mejor.

Y en el presente - al igual que hice con «El Señor Hilario» - es mi deseo desbaratar cualquier duda sobre mis nada recónditas preferencias desde mi persona hacia las personas. Fueren éstas de dónde quiera dios que fueren. Que uno sabe dónde nace...y no dónde va a morir. Pero un viajero sabio nunca desprecia su propio país... La Madre Patria de cada cual.

Un servidor no es muy de “dimes y diretes”, ni de comadreos, ni de pasillos malparlantes. Por ello no voy a entrar en si ‘cuatro gatos mal pagados , peor uniformados y altamente pertrechos’ fueron capaces de colonizar imperios atávicos matando y esclavizando a todo quisqui que se le encarase. Ya tiene doctores la Historia de una y otra convicción, con muy malos soportes, por cierto . La sensatez que pueda quedarme invita a callar por no entrar en estúpida pendencia que a ninguna parte lleva. Salvo al más impúdico y mediocre cabreo que no trae a cuenta.

Persona buenas las hay hasta en el infierno dantesco. Y malas hasta fumando un pitillo con el arcángel Gabriel.

El dilema que me surge -y me surgirá- es si callarme o no ante tropelías manifiestas y poco difundidas. A modo de ejemplo ya escrito, si alguien que viene a asentarse a mi país en busca de fortuna, la encuentra a hurtadillas poniendo los seis sentidos en «encantar a toda pérfida serpiente», se gana un peculio encubierto y pone a caldo rehogado con verde perejil al país que la ha aceptado (cuando no ahijado) pues me resulta muy molesto, francamente.

El Fracaso, es un hombre de mediana edad tirando para arriba. Va por mi pueblo de fiesta en fiesta; allá dónde la gente se suele hacinar. Con una bicicleta. Su bicicleta y él. Él, su bicicleta y su entusiasmo.

Con su cuantiosa educación y mayor respeto hacia los viandantes jaraneros. Callado. Sin grito alguno para vender sus productos.

“Si usted lo desea, le atenderé como merece”, viene a querer decir con su actitud. Y así lo hace. Escudriñando su bicicleta para asegurarse que todos los aparejos están listos y en marcha. Saludando en silencio a los transeúntes con una sonrisa amable y cierto rictus de sumisión que no merece.

Yo le conocí en la Caseta de los Jardinillos de mi pueblo, de tan bellos recuerdos infantiles. En una especie de convención dónde se reunían todos los países latinoamericanos. Estaba en la puerta de entrada. Con su inseparable bicicleta, su sonrisa afectuosa y su cortesía por bandera.

Me chocó el hombre, “El Fracaso”. Pasé a la convención con una muchacha de aquellos allendes y pedí un buen mojito de pura elaboración cubana, de mi querida Cuba. Serían sobre las ocho y media de la tarde en una atardecida bondadosa. Y me dio hambre. A mi compaña también. Al pasar junto al Fracaso, un olor de comida agradable me había llamado la atención. ¿Preguntamos al hombre de la entrada? -pregunté a mi compaña-; ¡’olé que sí’!, creo recordar que contestó. Y allí, junto al Fracaso, fuimos.

Era - y deseo que siga siendo- colombiano.

No recuerdo de qué parte de Colombia (¿Bucaramanga, Antioquia, Boyacá, Cúcuta...?) y , junto a su esposa, cocinaban y vendían comida típica de Colombia. Poco tiempo llevaban en la “Madre Patria”, pero burla-burlando (de mi admirado Quevedo) las cosas iban marchando. Sin ánimos de riqueza y con papeles “en regla”. No asentándose mi país en busca de fortuna, encontrándola a hurtadillas ni poniendo los “seis” sentidos en «encantar a toda pérfida serpiente». Ganándose el peculio legítimamente y lejos de poner a caldo rehogado con verde perejil al país que le ha aceptado.

Le preguntó que porqué “El Fracaso” y si era tan amable de decirme su nombre. No quiso; con llamarle “El Fracaso” era suficiente si es que así me resultaba. Respeté su decisión (demasiados tangos porteños he oído para insistir...sus razones tendría).

En su bicicleta nos hizo una comida, tipo snack que dirían los listillos, fuego incluido, que me resultó una maravilla. No recuerdo el nombre del manjar...: ¿Patacones, Arepas, Aguapanelas...? No recuerdo.

Fuere lo que fuere que comí, me resultó exquisito. Calmó mi hambre y avivó mi tendencia a comentar sobre buena gente buena de dónde quiera que fueren. Me dijo que hacía recados a domicilio, pero no por menos de seis euros...¡Seis euros! Con su bicicleta en ristre.

Le animé. Le bendije. Pedí su número de teléfono para hacerle pedidos y recomendarle a ‘mi gente’. Y así me lo dio, en un papel fino sin asomarse siquiera a una tarjeta de visita se podía leer algo así como: “El Fracaso”. Comida colombiana a domicilio. Número de pedidos tal y tal y tal... (pregunten si les interesa)

Es colombiano. Es cortés. Tiene los papeles al día. Y mi madre, mis hijos y mis nietas han comido su cocina - y la de su esposa-.

No miente...no ‘encanta a serpientes pérfidas’  y... venera la tierra que le dio cobijo.

¡Que Dios te bendiga a ti y a los tuyos, mi estimado amigo Fracaso!

 

Post-Scriptum.- Dedicado a ti, amigo Allande. Argentino de nacimiento y en México trabajando. Si alguien de mi “Madre Patria” os llama “sudacas”, déjamelos a mi, que yo me apaño. No queda más que batirse.

 

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