El enlace

Una boda. / Pixabay
Una boda. / Pixabay
¿Hay alguna simbología en una boda celebrada en Viernes Santo? ¿Podemos conciliar la tradición- la muerte de Cristo- con un enlace matrimonial? Muerte, boda, resurrección, Amor.

Se celebraba en el Achilleion. Otrora perteneciente a Sissi - la emperatriz Isabel de Babiera-, aquel palacio era el lugar idóneo para celebrar la boda.  En pleno 1966, los invitados estaban entrando en tan regio lugar. Era una gran multitud, unos invitados muy empingorotados y alegres, como corresponde a toda celebración que augura un futuro prometedor entre dos personas. Ella deslumbrante, con un vestido largo, clásico y distinto al que habían escogido sus amigas para sus bodas. Vestidos cortos, al estilo de aquellos años con la reciente invención de la minifalda. Pero ella algo antigua en sus gustos, no gustaba de las modas pasajeras y su novio parecía hecho a su medida. Ahora se sonreían en la capilla de la vieja emperatriz presididos por varios frescos de la vida de Cristo e incluso del Juicio Final. Unidas sus manos y unida su vida con las alianzas, las manos enlazadas, salieron hacia los jardines de aquel prodigioso lugar.

-Estás preciosa. - le dijo él, y ella respondió con una sonrisa de complacencia por las palabras de su ya flamante marido. En la tercera planta un grupo considerable de invitados jugaba en el casino. Hacían apuestas de todo tipo y cuando terminaron los juegos de azar, algo achispados con la bebida y poco lúcidos, aquellos invitados descendieron hasta la planta baja y se acercaron a los novios.

La novia, apoyada en una de las nueve musas del peristilo, sonreía con radiante amabilidad ante sus peticiones.

-¿Por qué no tiramos la loza?

Muchos de sus amigos y amigas querían imitar la costumbre de Corfú según la cual romper las ollas en la plaza es símbolo de prosperidad. La novia sonrió y asintió a la propuesta, ante la atenta mirada de su marido, que se deshacía en halagos visuales hacia su esposa.

Varias ollas cayeron y se rompieron, tiñendo de sangre las rocas al estallar contra el suelo. Algunas de esas ollas iban soltando un líquido bermellón por su boca al precipitarse al vacío. ¿Qué estaba sucediendo? Sin duda, algún graciosillo había tenido la genial idea de rellenar el vino del convite de aquellas ollas de loza.

-Nos hemos quedado sin vino. -dijo de repente el encargado del convite, llevándose las manos a la cabeza.

Los tiempos han cambiado muchísimo. Con ocasión de la Semana Santa he estado alojada un par de días en un conocido hotel de Lugo, y me enteré de que el día de Viernes Santo se celebraba en las instalaciones de dicho hotel una boda. Mi reacción inicial fue de sorpresa- el día de Viernes Santo tradicionalmente ha sido un día triste para los creyentes, pues es el día de la Crucifixión de Cristo, que es lo que se conmemora en estas fiestas. Hay una aparente contradicción en el hecho de decidir celebrar una fiesta como una boda en Viernes Santo- parecería más respetuoso con la tradición celebrarlo el domingo de resurrección. Con el avance de la Historia ni la Navidad es ya una fiesta religiosa, en general, ni ninguna otra. Pero hay un simbolismo mayor en la celebración de una boda en Viernes Santo. El mismo Jesús ilustró el reino de Dios con una parábola referente a un enlace. Dijo Jesús: “El reino de los cielos es semejante a un rey que preparó el banquete de bodas a su hijo. Envió a sus criados a llamar a los invitados a las bodas, pero estos no quisieron venir”. La parábola sigue y los invitados no solo no van a la boda, sino que incluso algunos matan a los siervos que llevan el mensaje, por lo que el rey “montando en cólera envió sus ejércitos, hizo matar a sus asesinos (los asesinos de los siervos) y dio su ciudad a las llamas”. En un tercer momento dijo a sus siervos: ”El banquete está dispuesto y los siervos salieron de nuevos y fueron invitando a todos los que encontraban- buenos y malos-“ y la sala de bodas quedó llena de convidados.

Finalmente, el rey vio al llegar a un hombre que no llevaba traje de boda y le dijo: Amigo, ¿cómo has entrado aquí sin el traje de boda? Él enmudeció. Entonces el rey dijo a sus ministros: "Atadle de pies y manos, y arrojadle a las tinieblas exteriores; allí habrá llanto y crujir de dientes. Porque muchos son los llamados y pocos los escogidos”. El comentario que hace la Biblia que trascribo ve dos parábolas en este relato: una que termina con la destrucción de los soberbios invitados y la última que se refiere a las disposiciones necesarias para entrar en el reino de Dios. Aunque parece entremezclar el castigo con la recompensa- habla de un rey colérico- opino que es un lenguaje profundamente simbólico y no debe pasarse por alto la expresión “arrojadle a las tinieblas exteriores”. Es decir, que el infierno está en el exterior, en el mundo, cuando no acogemos el reino de Dios. ¿Y cuál sería este reino de Dios? Retomaré esta pregunta más adelante.

Hemos dejado a los invitados del majestuoso palacio de Corfú sin vino. No podemos saber qué habría hecho Jesús de haber sido invitado porque no es un personaje actual y solo podemos apuntar su posible comportamiento a juzgar por uno de los pasajes recogidos en el Evangelio; y sí, quizás pudiese haber convertido el agua en vino. La boda de Caná, relatada por San Juan como el primer milagro de Cristo fue un milagro un tanto forzado. Fue su madre la que, habiendo sido invitada como él y sus discípulos, dice a su hijo: ”No tienen vino. Díjole Jesús: Mujer, ¿qué nos va a ti y a mí? No es aún llegada mi hora. Dijo la madre a los servidores: Haced lo que Él os diga”. Según el texto de San Juan, Jesús convirtió las tinajas de agua en vino, luego el maestresala probó el vino y dijo al novio: “Todos sirven primero el vino bueno y cuando ya están bebidos el peor; pero tú has guardado hasta ahora el vino mejor."

Un autor llamado André Feulliet hace un breve estudio titulado: "Las bodas de Caná y la estructura del cuarto evangelio" y concluye lo siguiente: “María no pide explícitamente un milagro; impulsada por la esperanza de la intervención del Hijo (en otro caso no se justifica el consejo que da a los sirvientes), expone a Jesús el compromiso de los esposos: no tienen vino. Pero el Salvador se mueve en otro universo: es uno de los signos de su trascendencia, hasta el punto de que cuanto se hace por atenuar el carácter brusco de la respuesta a su madre lo tendría Juan por atentado contra la divinidad de Jesús. Tampoco debe olvidarse que la perspectiva esencial de episodio es cristológica. Así, pues, Cristo responde pensando en el vino de la nueva alianza que ha venido a instaurar. El vino es en la Escritura figura de los bienes de la alianza mesiánica (cf. Is 25,6; Gén 49,11-12; Joel 4,18; Cant 1,2; 2,4). En Mc 11,22 y paralelos opone Jesús vino viejo (antigua alianza) a vino reciente (nueva alianza). Ese mismo significado adquieren en Caná el vino flojo del principio y el buen vino que les da Jesús. A una copa de vino se vinculará en la última Cena la instauración de la nueva alianza.”

Opino que es una interpretación plausible. La rudeza en el tono de Jesús puede que se explique bien por la remisión a que no ha llegado su hora o porque estaba disfrutando de la boda como toda persona que es invitada a una celebración de este tipo y no deseaba hacer nada que desentonase.

Respecto a las bodas, reconozco que soy bastante "maruja" y de todas las celebraciones me quedo con los enlaces matrimoniales, antes que con los bautizos y comuniones.

No pude- en parte por pudor y también por respeto a los invitados- satisfacer mi curiosidad sobre la boda que se celebraba en el hotel, más allá de ver  al día siguiente como regalo a los invitados- unas macetas con cactus, ( puede que los invitados quisieran simbolizar la solidez de su unión por la dureza del cactus en condiciones extremas) y el lejano y débil recuerdo de la canción de Macarena, de los del Río. Quizás entonces García Lorca, quien estuvo alojado en este hotel muchos años atrás- podría decir a la novia: Su luna de pergamino preciosa tocando viene…” Imagino a la novia con una pandereta imaginaria, irradiando una sonrisa luminosa en todo momento- para nada imaginaria- y quizás degustando una torrija, dulce típico de Cuaresma.

Leyendo una revista en la cafetería de otro hotel, supe que el domingo de pascua en la isla griega de Corfú hay que ir con cuidado porque es tradición romper objetos de cerámica lanzándolos por la ventana y los vecinos destrozan cazuelas, tiestos, botijos, como símbolo de la vida que se renueva. Y de ahí la ambientación del enlace del relato en Corfú, enlazando con la boda que se celebraba en el hotel donde estuve alojada.

De estar vivo Jesús probablemente cantaría con todos los de la boda, bailaría con todos los de la boda y dedicaría a los novios las siguientes palabras: "Un nuevo mandamiento os doy: Amaos unos a otros como yo os he amado."  En eso consiste un enlace matrimonial. En un amor presente que tiene vocación de futuro. Ese es el reino de Dios, más allá de toda regla. El amor. Esa la es la verdadera resurrección, al menos en esta Vida.

Y de vuelta a las estrellas. Como siempre, las estrellas ayudan a precisar la historia, son como los anillos de los árboles que indican la vejez del tronco al que se refieren. Científicos de la Universidad de Oxford utilizando técnicas astronómicas, han fijado la muerte de Jesús el tres de abril del año 33 a las 18.20 horas. Quizás el amor de Cristo haya descendido de los astros a un libro todavía leído por infinidad de creyentes.

Termina la Semana Santa en nuestro contexto histórico. En el mes de mayo se celebra en Japón el Sanja Matsuri, o festival de los tres templos, algo con cierto parecido, pero eso será, en su caso, otra historia. @mundiario

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