El apagón

luz
Una vela. / Mundiario
El mundo que conocemos depende de inventos pasados. Acostumbrados a la tecnología y a las comodidades, las damos por descontado, pero nos vemos perdidos si nos fallan. Como hoy. 

Noche de otoño de 1654.

Era una noche infernal, lluviosa a rabiar; la joven doncella se había quedado sin criados. Temerosa en aquel gran palacio encendió el candelabro, repujado a la moda de la época. El barroco. Pero debido a la oscuridad no podía ver las formas labradas de sus seis brazos. De pronto, una corriente de aire. La luz se apagó.

Temblorosa, sus dubitativos dedos a duras penas conseguían encender las velas del candelabro de nuevo y se dirigió a la segunda planta. Despacio, despacio, se dijo.

Un trueno y un relámpago cercanos hicieron que pegase un respingo y que sus pies bajo la amplia falda del vestido dudasen si situarse en este o aquel peldaño. Estaba llegando a su cuarto. El candelabro iluminaba con luz mortecina y siniestra los recovecos de las estancias por las que pasaba. La chimenea del salón, este reloj… La luz que emitía el candelabro era una luz fantasmal. De pronto, una aparición. La joven ahogó un grito de terror y soltó el candelabro al suelo que al contacto con la alfombra comenzó a arder. La doncella hizo a un lado su miedo para apagar el fuego y corrió hacia la palangana más próxima, llena de agua preparada para su baño. Vertió toda el agua sobre el fuego, reduciéndolo a humo y se sentó en la cama para calmarse por el esfuerzo.

 Ahora, rodeada de profundas tinieblas le tocaba la parte más difícil. Ver si se había ido aquella presencia extraña. Se levantó con cuidado y se dirigió hacia el candelabro que yacía en el suelo junto al lugar donde había visto la presencia. Levantó la vista y lo comprendió todo. Una risa suelta, alegre, salió de su garganta por toda respuesta a su momentánea locura. Justo cuando soltó el candelabro -sin saberlo- se había visto a sí misma reflejada en el espejo.

Pearl Street 3 de septiembre de 1882

¡Extra! ¡Extra! ¡La estación generadora de electricidad Thomas Edison se pone en marcha!

¡Extra! ¡Un nuevo modo de generar luz!

Los titulares del New York Times echaban humo con la nueva noticia, no solo por el oficio de hacer periodismo, sino por el hecho de que su propia empresa iba a formar parte de aquella revolución.

-Dame uno, chico- dijo un caballero elegante, que vestía sombrero y caminaba en dirección a su trabajo en aquel momento. El chico le dio la prensa al caballero que pagó y siguió adelante su camino.

Mientras el chico, algo desaseado, limpiaba su rostro en la manga de su camisa y seguía con la vista al caballero no dejaba de gritar. ¡Mañana, gran iluminación! ¡La primera iluminación de una calle en todo el mundo!

4 de septiembre.  255-257 Pearl Street Station.

Estaba anocheciendo y Pearl Street, que antaño había sido inundado por conchas (puede que de ahí su nombre), iba a vivir un momento memorable.

Aquella central eléctrica, podía producir y distribuir electricidad hasta aproximadamente 330 hectáreas de Manhattan. Es en los momentos previos a los sucesos memorables cuando la tensión se puede mascar en el ambiente. Dos personas están conversando en un tono entre distendido y tenso.

- ¿Cree que podrá funcionar?

- He perfeccionado la lámpara de vacío con filamento de incandescencia.

- ¿De cuánto estamos hablando?

- Son cuatrocientas lámparas para ochenta y dos clientes. -confesó Edison convencido.

El otro caballero asintió. Entendía el lenguaje. No así su subalterno, que no sabía a qué se refería con aquel filamento. Si viviese en pleno siglo XX o en nuestro actual XXI sabría que Edison se refería a la bombilla.

-Thomas, le necesitamos con los dínamos. -dijo una voz a sus espaldas. Y a usted también, Francis.

Thomas Alva Edison y Francis Upton, respectivamente inventor y director de la central  asintieron, y siguieron con sus respectivos trabajos.

Para cuando el sol se hubo ocultado en la Isla de Manhattan, Pearl Street entero brillaba como la perla que era. Luz, luz, y más luz por todas partes. Luz en la calle, pero también luz en los hogares, en las oficinas y en las tiendas. Algunas mujeres y hombres salieron asombrados de sus viviendas. Eran de los pocos afortunados que habían vivido el acontecimiento en primicia. Los primeros ochenta y cinco abonados. Su cifra no tardaría en aumentar espectacularmente. Para cuando concluyó el día, Edison se fue a su casa satisfecho, recordando su primer experimento en Alva Park.

Como comenté en la entradilla, nuestro mundo  depende de los inventos pasados. Los damos por descontado cuando contamos con ellos, pero ¡ay! si nos faltan Eso sentí yo hoy en primera persona.  En la zona centro de  A Coruña hubo un apagón: Juan Flórez, Plaza de Galicia, calle Rubine o Plaza de Pontevedra. Hasta el letrero luminoso de la esquina de la Plaza de Pontevedra estaba apagado. Un letrero que suele estar con luces de neón y muestra una publicidad itinerante, insinuando la entrada en Pollos Coren para salir con alguno de los productos de la conocida tienda de aves debajo del brazo.  Obligada a bajar por las escaleras sin luz, y sin poder cocinar nada en el horno el inoportuno apagón- un apagón nunca es oportuno-  me hizo  darme cuenta de cuánto dependemos de la tecnología, en este caso de la luz eléctrica. Curioso que el mundo global que tantas facilidades proporciona, muchas más que en otras épocas, muestre más de cerca nuestra fragilidad, y no sepamos qué hacer. Varias décadas atrás, sin duda, hubiéramos encendido velas o linternas.

En mi libro Palabras luminosas para tiempos inciertos hablo de la vela como generadora de luz. Transcribo a continuación parte de su contenido:

“La vela

Vamos a hacer la electricidad tan barata que solo los ricos quemarán velas ¨Thomas Alba Edison.

¡Cómo han cambiado los tiempos! Ahora las velas son placeres de la clase media, especialmente las aromáticas. Hoy en día proliferan marcas que ofrecen todo tipo de velas con olores, para todos los estados emocionales.

Imagina que colocas una vela en tu casa; sirve una vela cualquiera, o una aromática.

O, sencillamente, piensa en una vela ¿qué imagen te viene a la cabeza? ¿La clásica vela de cera larga y sin olor, o una más suntuosa? Ahora ve un poco más allá e imagina que la enciendes.

La colocas dentro de un vaso y la apoyas sobre una mesa.

Ahora te sientas enfrente de ella y la contemplas. Igual que el fuego, aunque en menor medida la vela tiene algo hipnotizador. No puedes dejar de mirar su brillo y su combustión. Tu mirada pasa de la cabeza de la vela, llena de fuego a la cera que cae por su cuello, de su cera derretida al humo que despide, especialmente como sucede ahora pues la estás apagando.

El olor a humo despierta en ti recuerdos de infancia si eres lo suficientemente mayor como para tener ese tipo de recuerdos. Y otros vienen con él. Truenos, relámpagos, una casa a oscuras, iluminada puntual y parpadeantemente por la luz del exterior, terrorífica.

-Tranquila, pasarán. - te dijo tu abuela o tu abuelo, respecto a los aterradores truenos.

Y te contó una historia de su pasado a la luz de unas velas.”

La historia a la luz de unas velas que viene a mi cabeza es una noche de tormenta en casa de mi abuela materna. Nos quedamos sin luz y -como suele suceder- las abuelas y los abuelos con la segunda generación suelen ser tranquilizadores de conciencias. Yo tendría unos nueve o diez años y tenía mucho miedo a las tormentas, al mismo tiempo me daba vergüenza confesarlo. Mi abuela no era una persona muy dada a los sentimentalismos, pero comprendió a la perfección qué estaba pasando ante mi silencio. Me tranquilizó diciendo que ella también había tenido mucho miedo de niña a los truenos y los relámpagos. Recuerdo aquella escena casi como si fuese hoy, quizás intensificada por mi miedo, casi pánico, e intensificada la escena por la oscuridad y por la luz mortecina que producía el calor de la vela. Ver a mi abuela enfrente que me decía que ella también había vivido lo mismo me sorprendió. Imaginar a una persona a quien ves mayor, segura, con miedo me resultó extraño a la par que reconfortante. Pero su confesión hizo avivar el calor del fuego que la pequeña vela producía entre las dos y milagrosamente redujo mi miedo.

Acabo de leer en La opinión la causa del apagón producido "a las 11.37 de la mañana en la intersección entre Juan Flórez y Médico Rodriguez": se trató de una "avería originada en un cable subterráneo que dejó sin suministro eléctrico a 1.900 clientes de Naturgy."

Y si a los humanos puede faltarnos luz a todos los niveles, hay estrellas que pierden su luz porque otras se la roban. Y ese será el tema de mi siguiente artículo. @mundiario

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