La editorial Huerga & Fierro publica La vida intranquila, de Mª Antonia Ortega

Portada de La Vida Intranquila/ Ada Soriano
Portada de La Vida Intranquila/ Ada Soriano

En este libro, María Antonia Ortega nos recuerda que el humor es vital y lo es una vez que se aprende a convivir con el dolor que provoca la lucidez.

 

La editorial Huerga & Fierro publica La vida intranquila, de Mª Antonia Ortega

“Mi vida no se conformará hasta que no alcance las verdaderas proporciones de un reino…” Con esta frase, que constituye una verdadera declaración de sus deseos, María Antonia Ortega da inicio a La vida intranquila, donde podemos deleitarnos con unos textos de mucha hondura, capaces de motivar al lector, ya que están elaborados a conciencia y nutridos, por tanto, de profundas reflexiones que nos hacen recapacitar sobre los entresijos de estos tiempos que vivimos a una velocidad vertiginosa, y donde afloran los sentimientos más profundos del ser humano.


Dividida en cuatro secciones, esta obra atrevida y seductora, ofrece una visión muy singular de la vida en sus diferentes ámbitos, partiendo del misticismo, un sentimiento que va más allá de lo puramente racional en un intento de establecer cierto orden, sin poner cadenas o vallas que coarten la libertad de pensamiento. Y este orden es el que igualmente se advierte en los escritos de los grandes místicos como San Juan de la Cruz o Santa Teresa de Jesús.


Y digo atrevida porque la autora no tiene prejuicios a la hora de abordar temas como la religión, la política, el amor, la pasión y el sexo. Eso sí, con suma delicadeza, no exenta de cierto sarcasmo: “¡Gloria a Dios sobre los despojos de mi pasión, gloria sobre mi pureza y mi orgasmo hacia el infinito, gloria sobre mi espasmo solitario, que es donde se consuma y se perfecciona el sexo, ya para siempre omnipotente! Gloria, gloria”. Debe tenerse en cuenta que hablo de una escritora experimentada que posee una amplia trayectoria y, con toda lógica, domina muy bien el lenguaje, el cual es muy refinado.


Todos los apartados tienen un nexo en común: “La soledad como estado de pureza y virginidad constantemente renovada” .Y yo me dejo llevar por estas percepciones. Leo las páginas de forma continua y discontinua, avanzo y vuelvo al principio, y escojo un texto al azar. Me meto de lleno en los entresijos de las singularidades que aporta este libro, no exento de una exquisita vena poética. Pongo como ejemplo estas bellas frases pertenecientes, como las citadas anteriormente, a la primera sección, donde se sirve de Madrid y el calor del verano para su puesta en escena: “Sí, así es este verano en el que el verde de las hojas se deshace como el oro viejo del cristiano viejo; y es también una prenda azul que se cubre de sombras como un jardín recién regado al atardecer”. Y también resaltar esta concatenación de frases donde Mª Antonia Ortega se retrata a sí misma como persona totalmente independiente y presume de la cualidad de haber nacido mujer, tras tanta lucha para obtener un estado de igualdad, aunque todavía quede por hacer.

Dice así: “La soledad del hombre de nuestro tiempo, por fin reivindicadas frente a las teorías y las ideologías sectarias. Me recuesto sobre mi sábana bajera en posición fetal, y recito triunfalmente: madre de mi misma, hija de mi misma, esposa de mi misma…”


De la segunda sección, La fiera enjaulada o la música como acto de dominio, la autora se sabe conocedora de su lugar en la sociedad y de lo difícil que resulta evadirse de los avatares de la vida cotidiana, que a veces provocan desasosiego. En este caso, los problemas que le ocasionan  los vecinos de arriba: “…una noche que me quedé dormida antes de que se hubiese terminado el programa de la lavadora, como consecuencia de uno de los aldabonazos de la fiera me desperté a tiempo para sacar la ropa y tenderla a medianoche”.

Asimismo nos viene a decir que el sentido del humor es vital, y que lo es una vez que se aprende a convivir con el dolor que provoca el hecho de estar lúcido: “La razón siempre acaba convirtiéndose en una sonrisa hacia adentro después de atravesar un largo episodio de depuración, en muchas de cuyas fases la lucidez causa los más vivos dolores a quien la  posee, antes de alcanzar ese estado de gracia que es el sentido del humor”.


Entrando ya en la tercera sección que lleva por título Un amante es una buena excusa para poder beber, me encuentro con una advertencia al lector que dice así: “… y que yo prefiero que los sueños se conviertan en realidad, a que la realidad se convierta en una pesadilla” Consta de un único relato a modo de ensayo contado, La honestidad, donde prevalecen la ironía y el buen humor, rozando incluso el chiste. Yo me he reído en algunas de estas honradas anécdotas que Mª Antonia Ortega nos regala con tanta espontaneidad. Aúna con audacia diversos acontecimientos que vienen a conformar una historia única. Expongo unas frases que tienen, a mi juicio, mucha soltura: “…Si en el fondo toda pasión constituye una excusa para no tener que trabajar. Y otra amiga argumentó: Cuesta mucho menos trabajo acostarse con alguien que tener que explicarle por qué no te quieres acostar con él”. 


Por último, quiero decir que para mí ha sido un placer leer y releer esta obra unitaria además de armoniosa donde he hallado textos que cabalgan entre el poema en prosa, el relato breve, el ensayo aforístico y los fragmentos de diario; un estilo recurrente en la obra de esta autora. Y finalizo con un párrafo perteneciente a la cuarta y última sección, bajo el título Los inadaptados, donde el profundo sentimiento de la soledad se convierte ahora en nombre propio, en heterónimo de Mª Antonia Ortega. Un final redondo que refuerza lo que comento sobre la unidad de este libro realizado con sabiduría y vocación: Soledad Burgo era uno de esos seres que han sido predestinados a cierto sufrimiento moral, como consecuencia de un inconformismo apoyado en su peculiar sentido de la libertad… buscando la soledad que según ella consistía en ver a los demás sólo cuando se quiere”. 

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