Dormir la siesta: existe un antes y un después tras dar una cabezada

Una mujer durmiendo la siesta
Una mujer durmiendo la siesta

Me confieso perteneciente a ese veinte por ciento de ciudadanos de este país que adoran la siesta. Somos un grupo de personas que se alimentan del sueño. Somos durmientes.

Dormir la siesta: existe un antes y un después tras dar una cabezada

Hace ahora quince años que escribí mis primeros artículos de opinión. Al hilo de la actual noticia sobre los beneficios de las “turbosiestas”, que estos días circula por la red, he rescatado uno de ellos escrito en clave humorística. Salió publicado en el periódico “Galicia por el mundo” en enero de 1999 y con él quiero rendir un pequeño homenaje de agradecimiento a los que han sido mis lectores y lectoras durante todos estos años.

 

Me confieso perteneciente a ese veinte por ciento de ciudadanas y ciudadanos de este país que adoran la siesta. Somos un grupo de personas que se alimentan del sueño. Somos los y las durmientes. Una especie de secta benévola en la cual no hay consignas, ni sacrificios, ni lugares secretos. Tan solo nos importa una hora, las tres y media de la tarde, y una posición, la horizontal.

Hay un antes y un después de la siesta. Si eres durmiente lo comprenderás. Se trata de una forma de vida distinta. De vivir dos veces el día. Es más, me atrevo a decir que, en comparación con el despertar matutino, uno se siente más espabilado después de una siesta en condiciones.

Existen dos clases de detractores de esta práctica. Unos, los que quieren pero no pueden. Lo han intentado, pero nada. Llegada la hora en cuestión se tumban y duermen, pero prolongan la cabezada convirtiéndola en un híbrido entre la siesta y el sueño nocturno, levantándose, en consecuencia, peor que antes. Otros atacan a los durmientes amparándose en la pérdida de tiempo que supone tal hábito. A los primeros les recomendaría que, si quieren pertenecer a este insigne grupo, no han de dormir nunca más de media hora, duración más que suficiente para alcanzar el fin que se persigue. A los segundos les diría lo que Unamuno, ilustre miembro de nuestro clan, el cual aseguraba que sus horas estando despierto le cundían doblemente gracias a haber sesteado.

Tal interés ha suscitado esta sana costumbre ibérica que, por lo visto, ya nos imitan en otros países. Como, por ejemplo, Inglaterra, donde empiezan a sustituir el té por treinta minutos de modorra. Así que, poco a poco, iremos ganando adeptos en todo el mundo y no nos sentiremos tan chalados cuando, después de comer en un restaurante o en casa ajena, nos entre la imperiosa necesidad de echar una cabezadita y busquemos cualquier excusa para cumplir con nuestra ceremonia diaria.

Y es que no se toman las mismas decisiones, ni se piensa igual después de una siesta reparadora. ¡Cuántas desafortunadas decisiones políticas o personales no habrían cambiado si el sujeto en cuestión se hubiese transpuesto durante un rato!

Conscientes de la importancia que supone tal ritual para el buen funcionamiento de este mundo desquiciado, una empresa de Barcelona ha instalado unas cabinas en las cuales el cliente que no pueda ir a casa se sentirá tan a gusto que podrá sestear a sus anchas. Al cabo de media hora será despertado y ¡a caminar! Se trata, en fin, del primer templo para los durmientes. Esperemos que no tarden mucho en abrir sucursales.

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