¿Dónde quedó la enseñanza del latín, griego y filosofía?
¿Llegará a suceder lo mismo con la historia, por un equivocado sentido del utilitarismo?
Desde hace años, el sistema educativo español, en aras de un dudoso pragmatismo, ha fortalecido disciplinas como física, química, ciencias naturales y matemáticas, y marginado, en cierta medida, el estudio de latín, griego y filosofía.
Obviamente se mantiene la enseñanza de la historia, pero, en mi opinión, sin prestarle la importancia debida y cargando el esfuerzo del alumno en la memorización de hechos históricos, fechas y personajes, sin profundizar en la comprensión del significado de los episodios vividos por nuestros antecesores y su trascendencia para las generaciones posteriores.
Conocer desde niños la historia de la familia, del lugar de nacimiento, de la región, de las instituciones a las que pertenecemos y, naturalmente, de España, nos permite enraizar nuestra identidad y sentirnos orgullos de nuestra pertenencia al colectivo. Conociendo nuestro pasado y fortaleciendo nuestro sentido identitario –o lo que es lo mismo, sabiendo de dónde venimos y quién somos-, será más sencillo encontrar el camino hacia el futuro.
Si no damos la debida importancia a la enseñanza de la historia, en el sentido apuntado, a nuestros niños y jóvenes, cuando sean adultos podrán ser embaucados con facilidad por quienes, de forma perversa construyen una historia a la medida de sus intereses y veleidades políticas e ideológicas.
Aunque la historia es la verdad, admito que escribirla nunca resultó tarea fácil, sin embargo, afrontarla bajo principios como rigor, honradez, sinceridad y rectitud, será una garantía.
Mirar al pasado con el objetivo exclusivo de renegar de todo o parte de la historia personal o familiar, de una institución, de un pueblo, de una nación, carece de sentido, pues somos lo que somos y estamos donde estamos, por todo lo que sucedió: somos una consecuencia de lo que nos precedió.
Deberíamos considerar la historia como el espejo retrovisor de la vida, que nos permite mirar hacia atrás para enriquecer nuestra experiencia y evitar incurrir en errores, pero con la mirada siempre adelante.
Pongamos a nuestros jóvenes y adolescentes en situación de evitar ser engañados por los cínicos creadores de la falsa historia.