Domingo Hernández, sonado fracaso

Enrique Ponce con la muleta
Enrique Ponce con la muleta.

La primera de las corridas del clavel se trunca por el pobre juego del encierro de Domingo Hernández. Un trabajo caligráfico de Ponce en su única comparecencia en Vista Alegre. Debuta López Simón, oficio de El Juli ante un lote menor.

Domingo Hernández, sonado fracaso

Martes, 23 de agosto de 2016. 4º de Semana Grande. Tres cuartos de entrada. Caluroso. Dos horas y veinte minutos de función. El rey emérito Juan Carlos I y la infanta Elena presenciaron el festejo desde un palco de sombra. Seis toros de Domingo Hernández. Enrique Ponce, oreja y silencio tras aviso. El Juli, silencio y ovación. López Simón, silencio tras aviso en los dos.

Sólo uno de los seis toros anunciados de Domingo Hernández salió propicio. Fue el que rompió el fuego, astifino, ancho de sienes, de imponente arboladura pero terciado, que echó en los lances de saludo las manos por delante, se arrancó de media distancia en el primer puyazo y cobró otro más severo. De buen aire en banderillas, este primer toro –“Ensueño” se llamaba, y pareció nombre adecuado- desarrolló nobleza, clase y fondo en la única faena potable de la tarde.

Un trabajo de sello poncista: los lances genuflexos para medir virtudes, vicios y fuerzas; dos tandas de soberbio corte –temple, astucia, verticalidad, elegancia- aunque al hilo del pitón; dos molinetes cosidos a una serie en redondo por la diestra. Otra de menos ruido por el pitón menos favorable, el zurdo. Y luego, vuelto el engaño a la mano derecha, diez pases más en redondo de su rúbrica. Amagó sólo en una ocasión el toro con huir a tablas, pero se sujetó; o lo retuvo Ponce.

La faena entera entre rayas y tablas. Una tanda de cierre por poncinas fue delicadísima. Este primero, que se había dado con bondad en la muleta, se puso gazapón y quiso refugiarse en tablas. Se encarecieron las cosas, pero el torero de Chiva, que es hijo predilecto de Bilbao –entre otros sitios-, cobró una buena estocada. Una oreja y una vuelta al ruedo a cámara lenta, larguísima, tan de su firma.  

Era novedad en la feria el joven López Simón, que debutaba en un cartel de lujo. Está anunciado dos tardes –el segundo paseíllo, el viernes con la de Torrestrella- en una Semana Grande que empresarios, ganaderos, toreros y periodistas han tildado de regeneradora. Aires nuevos. El toro de su debut, serio, astifino y musculado, dócil en el recibo, dos puyacitos, se desenvolvió con nobleza en la muleta pero sin garra ni poder. Esto último –la fragilidad- fue nota común en la corrida.

López Simón, de Barajas, le pegó una notable tanda de ocho por el derecho. Dispuesto y con moral, aunque la faena de su puesta en largo en Vista Alegre no acabó de coger vuelo. En la quinta tanda, el toro se revolvió y, entre el final de un muletazo y el comienzo de otro, estuvo a centímetros de prender a López Simón. No halló mayor fortuna en el sexto: castaño lombardo –también lo había sido el segundo del lote de El Juli-, veleto, astifino, buenas hechuras, calcetero. Tan de porcelana como cualquiera de los otros cinco. Una tremenda costalada en la segunda tanda, fragilísimos apoyos, en el suelo cada poco. Doblones en la cata, una notable tanda por derechas, de menos a más el trasteo –o la gente, no se sabe-, destellos técnicos, disposición. Pero prolongada sin necesidad la labor.

El cuarto dejó que Ponce le pegara cinco verónicas templadas en el saludo. Salió sin apoyos del primer encuentro con el peto, y sentenciado del segundo. La merma era evidente, pero el presidente no lo devolvió. Quizá le pesó la decisión después. A este inválido cuarto, Ponce le hizo una faena medicinal, muy suave, con largas treguas para dosificarlo, paseos a final de tanda. Con todo, no hubo forma de mantenerlo en pie. Un gesto de contrariedad de Ponce cuando fue a por el estoque. A la tercera, una estocada desprendida.

También era la única aparición de El Juli en la feria. Durante una década, Ponce y él cargaron con el peso de la Semana Grande. No esta vez, anunciados en sólo una corrida y reunidos en una misma fecha. Astifino y veleto, el segundo se dolió en banderillas, lanzó algún que otro trallazo, una tara en una mano diestra que falló repetidamente. En el último tercio, el toro embistió en medios viajes desganados, con la cara a la altura del estaquillador. Hubo de vérselas El Juli con su genio.

De muy mermados apoyos, bondadoso, pajuno, el quinto toro tuvo más porte que ninguno. Dos faenas distintas de El Juli. Ninguna de ellas mayor. El oficio, la solvencia y la seguridad, que son atributos inherentes de Julián. Desafortunado en el sorteo. No más que López Simón. Ni menos. Sin afilar el estoque, que parece atragantársele a casi todos los toreros en esta feria. Sonado fracaso de la ganadería predilecta de El Juli, y también de Ponce, pero menos. Seis garcigrandes de Domingo Hernández –que son lo mismo, o casi- de buena traza aunque de pobre conducta. Combate nulo.

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