Fibromialgia, ese dolor que no ceja

Imagen referente a la fibromialgia. / Infosalus
Imagen referente a la fibromialgia. / Infosalus

El cuadro clínico es tan amplio y tan mezclado con otras dolencias relacionadas con otros órganos y sistemas que constituye un verdadero batiburrillo de posibles diagnósticos, nunca de certeza.

Fibromialgia, ese dolor que no ceja

Si de algo puedo estar seguro es de que mi inseguridad a la hora de reconocer este cruel, atroz, despiadado e insoportable cuadro clínico –añádanse los calificativos homónimos que precisen ustedes– es mayúscula, enorme y, posiblemente lo peor, seguirá siéndolo. O no. 

No me congratula en lo más mínimo el saber que otros profesionales, incluidos los del ramo, tampoco suelen ser muy precisos y acertados en su diagnóstico. Al menos en el diagnóstico de certeza. 

En los últimos tiempos, no más de dos o tres años, he podido comprobarlo en mi cotidiana – y bastante novedosa para un servidor- asistencia en los estantes más bajos del oficio –cuando deberían ser los más altos, de todas...todas -; lo que, es decir, en la atención primaria española.  

El cuadro clínico es tan amplio y tan mezclado con otras dolencias relacionadas con otros órganos y sistemas que constituye un verdadero batiburrillo de posibles diagnósticos, nunca de certeza, y lógicamente una ristra descomunal de tratamientos baldíos, que al fin y a la postre, suelen tener inútiles resultados, si no ya de curación, al menos de mejoría significativa.  

Con los consiguientes posibles efectos no deseados (secundarios, terciarios, colaterales o maléficos, al gusto) que tanto y tanto ponen a los pies de los caballos los fanáticos intransigentes de tales prácticas, tan necesarias ellas. Cuando no a caer de un burro vestiditos cual hoja perejilera fresca. Y tampoco es eso, oigan, tampoco es eso. 

El cuadro clínico más típico –que no siempre es así- es una mujer en la edad sexualmente activa (esta denominación es real, conste; va desde la primera menstruación hasta las etapas de perimenopausia). La señora siente dolor que alcanza el alma. El día a día de la sufriente podría reducirse a una escueta frase “me duele todo y a base de bien, sin perrito que me ladre”. Un buen sueño reparador en una noche de cada seis o siete sería el deseo más ferviente y su regalo más preciado. Levantarse de la cama – después de las lánguidas y penosas horas de insomnio nocturno – resulta tarea inaccesible. La concentración mental es algo que ya ni se acuerdan de qué se trata esa cosa tan olvidada. 

A pesar de ser reconocida como una verdadera enfermedad desde 1992 por la todopoderosa e incuestionable organización mundial de la salud, se le suele hacer el caso del que ‘oye llover sin pararse a mirar dónde salpica’.  

La pobre mujer sufre un dolor generalizado, sordo (en ocasiones, extremadamente intenso), persistente y que no suele ceder con la medicación habitual para el mismo. La fatiga y el cansancio suelen ser sus compañeros inseparables. Y otros muchos síntomas más que no vienen al caso en un pequeño escrito.  

Quizá escribir que, como suele ser bien sabido, todo dolor crónico desencadena un dolor mental que se traduce por profunda depresión e intensa ansiedad. Y viceversa, claro está. La torpe pescadilla que no tiene otra que morder su propia cola. 

Puesto que no tiene hasta la fecha base orgánica que justifique tan exagerado dolor, fatiga, cansancio perpetuo, calambres musculares, movimientos involuntarios paroxísticos de extremidades y un montón de síntomas inespecíficos que no guardan relación - o así se piensa a día de hoy – con alteración orgánica alguna, esta señora suele ser catalogada de “estar como una cabra loca con cencerro atronador”. Y, claro, pues la petan de antidepresivos – hay decenas - ansiolíticos y ‘nolotiles’ (ya escribí sobre el Nolotil) o similares a fin de atenuarle en algo la cosa. Ni flores a maría, oiga.   

Puesto que muchas de estas señoras (repito que el femenino es el más típico, lo que no desdice en absoluto que pueda darse también en el masculino) suelen ser trabajadoras, a tiempo total, parcial, en blanco, gris o negro (tendiendo a este último) y por dos perras mal paridas), pues acuden a su médico habitual a pedir la ‘baja laboral’ para poder cobrar el veinticinco por ciento si acaso de las dos perras que cobran. No por morro gandulero, sino por necesidad de ausencia e incapacidad absoluta de realizar el más mínimo trabajo físico. Del mental ni hablamos. 

Andan por ahí otras manifestaciones más o menos parecidas e incomprendidas hasta la fecha. El Südeck, por otro ejemplo más o menos de características similares.  

En el poco tiempo que ando por estos andurriales, todas – o casi – las demandas de incapacidad laboral han sido desestimadas. Quizá sea por el azar en el que no suelo creer. Pero en todas – sin casi- falta un estudio diagnóstico siguiendo los últimos criterios del ACR de 2010. Aunque solo fuera por un poquito, mire usted. 

Mis parabienes para los sufridores (ellas y ellos) de este dolor que no ceja, los avances científicos están ya a la vuelta de una esquina muy cercana. Y los resultados...esperanzadores a base de bien. 

Uno iba a escribir sobre política y políticos, pero ya puestos me ha parecido más adecuado y conveniente proclamar, dentro de las posibilidades que uno tiene, este dolor que no cesa y la tremenda incomprensión hacía quienes lo sufren.  

Los políticos y a lo que quiera que se dediquen me producen más bien todo lo contrario: pura indolencia.  

¿Qué le voy a hacer? @mundiario

P.S.- Este escrito es de “Opinión y algo de divulgación”. No busquemos cinco patas a un gato que ni siquiera existe. Que toda persona es un mundo y, en este caso yo soy el mío. No es una publicación para NEJM precisamente. 

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