Un divertimento sobre las muy variadas personalidades de los electores

Urnas.
Urnas.

He aquí algunas muestras de los posicionamientos psicológicos que me imagino bajo la capa de suave frivolidad dominical que brilla en cada leve movimiento de ese masivo acto ciudadano.

Un divertimento sobre las muy variadas personalidades de los electores

En el colegio electoral, la interioridad del votante resulta a menudo poco perceptible. Y no me refiero a que no se trasluzca la dirección de su voto, que tal vez resulte relativamente fácil adivinarla, sino a la forma de ejercer o padecer su propia personalidad en ese acto. He aquí algunas muestras de los posicionamientos psicológicos que me imagino bajo la capa de suave frivolidad dominical que brilla en cada leve movimiento de ese masivo acto ciudadano.

> El votante solemne, que oye los himnos de la importancia mientras se acerca formal a la mesa donde las urnas son el símbolo de la grandeza de su acto.

> El votante suspicaz, que advierte señales del apocalipsis en expresiones dichas al socaire de los apasionamientos.

> El votante insignificante, que se siente así debido a la conciencia de su menudencia, de la trascendencia infinitesimal de su acto.

> El votante accidental, que pasaba por allí, y repite el gesto de todos los convocados con discreta displicencia.

> El votante solidario, raro ejemplar que heroicamente vota en detrimento de sus intereses personales.

> El votante hipócrita, que introduce en el sobre la papeleta que defiende sus intereses más  privados, la que no puede publicar porque iría en contra del fatuo equilibrio social que lo sostiene.

> El votante crédulo, que, despreciando todas las evidencias, acepta las imposturas más sonadas.

> El votante acérrimo, que celebradamente se enquista en su ignorancia.

> El votante contrariado, que introduce la papeleta en la urna con aprensión y ceguera.

> El votante beligerante, que opta por la lista que promete la más radical discrepancia.

> El votante vengativo, que vota ciegamente en contra de lo conocido y a favor de lo largamente deseado.

> El votante iluso, que acepta las reiteradas mentiras como bondades irreprochables.

> El votante voluble, que se queda alelado con los sucesivos y alternativos discursos, y sueña con un mensaje final, expelido terminantemente sobre la urna.

> El votante cobarde, que aspira a la hermética repetición del pasado, a la imposibilidad de nuevas propuestas que contengan la creciente posibilidad del extravío.

> El votante abrupto, que toma su resolución encendido en la sangre de latentes, inciertas y confusas batallas.

> El votante timorato, que imagina desatarse la locura destructiva a partir de ciertas promesas embaucadoras que encubren tal vez endemoniados proyectos.

> El votante cansado, que acude a la urna para cumplir con un duro precepto inamovible.

> El votante indeciso, que angustiosamente desea confiar en su intuición, pero se enzarza en la larga prodigalidad de los días y en los anuncios insidiosamente cambiantes hasta el lejanísimo momento de alcanzar la urna.

> El votante perplejo, que disiente de toda afirmación, de todo mensaje encriptado en las mareas de la seducción.

> El votante cabal, que examina pormenorizadamente todas las candidaturas al mismo tiempo que la coherencia de sus propias inclinaciones, decantándose responsablemente por alguna.

> El votante en blanco, que manifiesta así el descrédito que le sugiere toda cruzada pretensión de honestidad y solvencia.

> El votante disoluto, que introduce una papeleta en el sobre, y el sobre en la urna, como quien ejerce la gracia de su veleidad.

> El votante manipulado, que se siente amparado por la mayoría que lo acompaña, que declina pensar más allá de sus dependientes conclusiones precipitadas.

> El votante tímido, que mira de soslayo en derredor, en busca de miradas censuradoras, que trae de casa el sobre, con la lista escogida en la intimidad de sus preferencias, y lo deposita con la tranquilizadora certeza de su opacidad suficiente.

> El votante promiscuo, que agradece la proliferación de las consultas electorales para sucederse en las más variadas listas, sintiéndose diverso y progresivamente ecuánime.

> El votante derrotado que, contumaz, insiste siempre en la lista menos votada, considerándose exiguo partícipe de una elite repudiada, un resistente en la sombra de la sabia inoperancia.

> El votante engreído, que vota con la suficiencia de los ganadores, ya lo sean en la totalidad o en la supuesta relevancia de las afirmaciones sectarias.

Invito al lector a proseguir con esta galería de personalidades o a modificar mis apresuradas definiciones. Son muchas las posibilidades y divertido el ejercicio, más placentero y menos comprometido que intentar clasificarse uno mismo.

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