Diego Urdiales, un primor

Diego Urdiales, en hombros
Diego Urdiales, en hombros.

El torero de Arnedo firma una faena soberbia y sale en hombros. Un segundo toro de excepcional bravura de Alcurrucén. Valiente versión de Ginés Marín.

Diego Urdiales, un primor

Miércoles, 24 de agosto de 2016. 5º de Semana Grande. Tres cuartos de entrada. Encapotado. Dos horas y treinta minutos de función. Obligaron a saludar desde el tercio a Diego Urdiales tras el paseíllo por su brillante actuación del curso pasado. Dieron la vuelta al ruedo al segundo toro, “Atrevido”, número 70, 540 kilos. Seis toros de Alcurrucén, el quinto como sobrero. Morante de la Puebla, silencio y pitos. Diego Urdiales, dos orejas y silencio. Ginés Marín, que sustituyó a Roca Rey, ovación y vuelta. Bregó con oficio y solvencia José Antonio Carretero.

Era la corrida del reencuentro entre Diego Urdiales y Alcurrucén sólo un año después de la hazaña –una faena prodigiosa, templada y honda; dos orejas y en hombros- en esta misma plaza. Rompió una clamorosa ovación tras el paseíllo, y Urdiales no tuvo más remedio que salir a saludar al tercio. El torero de Arnedo invitó con insistencia a sus dos compañeros de cartel –Morante y Ginés Marín, que sustituía al lesionado Roca Rey- a saludar con él, pero no creyeron adecuado restarle protagonismo a Urdiales. Se alargó, por tanto, el prólogo de la corrida, que llegó hasta los diez minutos.

No hubo en el envío ningún toro negro. Castaños lombardos, colorados y un lustroso berrendo colorado, jugado en segundo lugar, que fue el único toro propicio de la tarde. Muy armados los siete toros que desfilaron: los seis titulares y el sobrero quinto. Descarado, alto y badanudo el primero; de lustrosa y singular capa berrenda el segundo, veleto, serio y bien hecho; armado hasta los dientes el tercero. Castaño chorreado, veleto, astifino y montado el cuarto. De imponente arboladura, ancho de sienes y en tipo el quinto. El sexto portaba dos velas imponentes como dos puñales.

Al toro del triunfo mayor, Diego Urdiales lo recibió con cuatro delantales y una media, lo mandó dejar crudo en el caballo –apenas dos puyazos livianos-, quitó por ceñidísimas chicuelinas el debutante Ginés Marín, y el torero de Arnedo brindó al público. Las primeras tres tandas por la mano diestra fueron magníficas: exquisito temple, tiempos medidos, la muleta hundida, la inteligencia de Urdiales, el trazo, la compostura y un cambio de mano extraordinario. Este segundo toro embistió con nobleza, clase y repetición por ambos pitones. Más franco por el pitón izquierdo, pero tuvo un notable derecho.

De buen corte las dos siguientes tandas al natural. De uno a uno los pases, pero sin renunciar a la templanza y a la hondura. Y, al cabo, el regreso a la diestra fue un acontecimiento: un molinete, el de pecho a pies juntos, tres o cuatro derechazos de soberbio trazo, y la ocurrencia de cerrar la serie con un cambio de mano y una trinchera. Bramó la gente. Antes de la igualada, Urdiales mandó parar la música, que la hace sonar la banda municipal con esmero y delicadeza, y le pegó cinco muletazos excelsos al natural. Un rumor de acontecimiento cuando iba a cuadrarse Urdiales para atacar por arriba. Un estocadón de efecto casi inmediato, y dos pañuelos asomados al tiempo y vuelta al ruedo para el toro. “Atrevido”, número 70, 540 kilos.

Esa faena limpia y soberbia de Diego Urdiales marcó un antes y un después. El primero, que se soltó de partida al modo que suelen los toros de encaste Núñez, no atendió a reclamos ni capotes en el primer tercio, y cobró tres puyazos corridos y uno más de propina. Una prolífica actuación de José Antonio Carretero, que tuvo que salir al tercio a recibir a los dos toros del lote de Morante. Al primero por soltarse y no sujetarse hasta después. Y al cuarto porque fue tan huidizo como el que rompió plaza: quiso saltar al callejón, y casi, desarmó a Morante, se desordenó y no volvió a ordenarse más. Un fastuoso desempeño de Carretero, que es notable peón.

No fue con convicción Morante en ninguno de los dos turnos. El primero, distraído, parado, mirón y complicado, tenía los bofes afuera antes del último tercio. Castaño chorreado, bien armado y serio el cuarto, que no se empleó ni en varas ni en banderillas ni en la muleta. Abrevió en ambos casos Morante. Se enfadó la gente en el segundo turno porque salió con el estoque de muerte de primeras. Sin catarlo.

El sexto, que fue tardo y deslucido, se dio sólo en medios viajes. Tuvo, además, aviesas intenciones. El comienzo de faena de Ginés Marín fue vehemente: ayudados por alto de bella factura, los pies clavados en la arena, y, en fin, un recurso de pura improvisación, muy temerario: pasarse por detrás al toro, ceñidísimo, a pocos centímetros. El aperitivo. Se encajó el joven Marín con sorprendente soltura en las distancias cortas, en terrenos peligrosos, cruzándose sin reservas. Arrojo, seguridad, compromiso. Y admirable sangre fría para aguantar las paradas del toro en mitad de muletazo. Un cierre magnífico: 3 manoletinas ajustadas y un cambio de mano. Un pinchazo y un descabello. Vuelta al ruedo de rigor. Distinguido estreno en Bilbao.

Blandeó el quinto en la primera vara y el presidente lo echó para atrás. Salió un quinto bis sin fijeza y de feo estilo. El tercero, armadísimo, se frenó, midió y soltó trallazos. Ni Urdiales ni Ginés Marín volvieron la cara. Todo lo contrario.

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