El dibujo, para Berger, es esencial para la construcción del artista y el arte

La apariencia de las cosas_John Berger
La apariencia de las cosas, de John Berger.

En La apariencia de las cosas: ensayos y artículos escogidos (1972, Editorial Gustavo Gili, 2014) se reúne una amplia selección de los ensayos seminales de John Berger. 

El dibujo, para Berger, es esencial para la construcción del artista y el arte

La carrera literaria de John Berger (Londres, 1926) incluye algunos de los análisis más originales y atractivos sobre el arte y la vida del pasado medio siglo. En La apariencia de las cosas: ensayos y artículos escogidos (1972, Editorial Gustavo Gili, 2014) se reúne una amplia selección de los ensayos seminales de Berger, en traducción de Pilar Vázquez. Las indagaciones de Berger recogidas en este volumen hacen imposible volver a mirar un cuadro, ver una película, o incluso visitar un zoológico de la misma forma. La gran variedad de temas que aborda, la belleza de su prosa y la agudeza de su crítica nos mueve a ver el mundo con una nueva mirada.

Como apunta Nikos Stangos, una de las figuras más destacadas de la edición de arte en el mundo de habla inglesa, en la “Introducción” del volumen que nos ocupa, John Berger es un novelista, crítico de arte e historiador cultural de elocuencia deslumbrante y gran perspicacia para seducir al lector, cuyo trabajo equivale a una poderosa crítica (aunque sutil) de los cánones de nuestra civilización: “La libertad, para Berger, es específica en cada situación; es un potencial creativo/productivo contenido en la situación, ya sea esta una obra de arte, una acción cotidiana, un acto político o la vida de una persona.” (p. 12). En esta antología esencial, Berger explora nuestro papel de observadores para revelar nuevos niveles de significado en lo que vemos.

En el artículo “En las afueras de una ciudad extranjera”, Berger vaga por los extrarradios de ciudades innominadas en diferentes puntos del planeta: el Café de la Renaissance, los alrededores de la catedral de Saint Jean, un bar de las afueras, una mujer a la que obligan a entrar a un taxi. Callejea sin rumbo, sin objetivo, abierto a todas las vicisitudes y nos traslada las impresiones que le salen al paso. En “Entre barrotes”, su deambular es a través de un zoológico. El crítico inglés se limita a hacer preguntas: ¿Cómo son en realidad los animales que miramos en los zoológicos? ¿Se podría establecer una relación entre el hombre y la bestia?: “Después de los monos, cuyo espectáculo no termina nunca, y de los elefantes, que trabajan más que los recolectores de impuestos, (…) las tortugas son los animales más populares. ¿Por qué? ¿Será porque las tortugas nunca nos cogen por sorpresa? ¿O será porque parecen piedras y, sin embargo, están vivas, tan vivas que con suerte nos sobrevivirán a todos?” (p. 28). Al hacer a estas y otras preguntas, Berger guarda un respetuoso silencio, un silencio que altera, de forma sustancial, nuestra  visión del mundo.

Che Guevara

El primero de los ocho retratos que se incluyen en la sección homónima del libro, se ocupa de la fotografía de 1967 del cadáver del Che Guevara y su significado: “el objetivo de la fotografía enviada a los medios el 10 de octubre era el de poner fin a una leyenda. Sin embargo puede que su efecto haya sido muy distinto” (p. 40). En “Che Guevara”, Berger reflexiona sobre el efecto de choque que tienen las imágenes de guerra. Una brillante meditación sobre la pintura se encuentra en “Jack Yeats” y el análisis de su cuadro “The First Away”, “la cabeza y los hombros de un hombre con el cielo de fondo. La forma en la que están unidas, formando un todo, la suave y lechosa superficie del cielo y la pintura cuajada que define los rasgos del hombre son un milagro de ajuste tonal y de color, tan refinado como cualquier fragmento de Georges Braque.” (p. 60). Completan el conjunto piezas típicamente perspicaces sobre Peter Peri (“Creía que tener razones de peso para despreciarse a sí mismo sería lo peor que podía suceder. Esta creencia, que no era una idea ilusoria, era la medida de su nobleza” p. 65)), Ossip Zadkine, Le Corbusier, Victor Serge, Aleksandr Herzen y Walter Benjamin (“no fue un pensador sistemático. No llegó a nuevas síntesis. Pero en una época en la que la mayoría de sus contemporáneos seguía aceptando una lógica que ocultaba los hechos, él previó nuestro interregno” p. 96) Como ocurre siempre con la escritura de Berger, el teórico sucumbe al político, a una humanidad sincera.

El dibujo, para Berger, es esencial para la construcción del artista y el arte; no sólo a través del acto físico de dibujar, sino a través del viaje emocional y espiritual que implica. Bajo el epígrafe “Éxito y fracaso”, John Berger incluye retratos de Watteau, Fernand Léger, Lovis Corinth y Camille Corot, pero sobre todo indaga en su faceta de dibujantes. Tal vez por ello, la imagen de Lovis Cortinth que nos muestra es despiadada: “No profundizó en nada (…) Y así, finalmente, cuando los gestos y los procedimientos le fallaron, cuando quedó reducido al estado desesperado del Rembrandt y del Hals que tanto admiraba y recurrió a sus altisonantes abstracciones, estas también le fallaron. Todo estaba vacío.” (p. 131). El retrato que se nos ofrece de Camille Corot es, por el contrario, condescendiente: “En la obra de Corot se insinúa mucho de lo que vendrá después, pero son las insinuaciones inconscientes de un hombre que prefirió no ver lo que estaba sucediendo, lo que estaba cambiando a su alrededor” (p. 136).

“Dibujar (…) fuerza al artista a mirar el objeto que tiene delante, a diseccionarlo y volverlo a unir en su imaginación (…) hasta encontrar contenido de su propio almacén de observaciones pasadas” (p. 141). El carácter constructivo del dibujo, que no conduce necesariamente a una pintura, es esencial para el arte ya que refleja la sociedad de manera realista, y esto permite al espectador comprender al artista: “Mientras trabajo soy fiel a lo que veo delante de mí, porque solo siendo fiel, comprobando constantemente, corrigiendo, analizando lo que veo y cómo cambia a medida que avanza el día, puedo descubrir formas y estructuras demasiado complejas y variadas para ser inventadas o reconstruidas a partir de vagos recuerdos” (p. 151).

A través del dibujo y una técnica artística básica, el artista se descubre a sí mismo y se enfrenta a aquello que odia: “otros porque ponen a prueba su vida y desean dar sentido a su existencia. Estos últimos suelen ser más pertinaces en su lucha.” (“Disolución revolucionaria”, p. 181). Si bien la pintura de caballete ha quedado obsoleta, aún no se ha encontrado una nueva función social que ocupe el lugar de ésta. “Un artista en solitario no tiene poder para crear una nueva función social para el arte. Esta nueva función solo puede surgir de un cambio social revolucionario”. (“El pasado visto desde un futuro posible”, p. 203). Un arte revolucionario es aquel capaz de trabajar con la materia, con hombres que son más que meras imágenes de hombres, que permita diseccionar las propiedades del “ser humano” y consiga dar forma a los primeros esbozos de un arte futuro.

Berger argumenta en favor de ese arte nuevo, en esencia realista, en “Entender una fotografía”, tal vez uno de sus ensayos más celebrados. El inglés resalta la capacidad de la fotografía para reflejar al individuo a través de la representación de las emociones comunes, acciones y objetos, en clara antítesis con el movimiento expresionista abstracto americano entonces popular e individualista. “Cada fotografía es, en realidad, un medio de comprobación, de confirmación y de construcción de una visión total de la realidad. De ahí el papel crucial de la fotografía en la lucha ideológica. De ahí la necesidad de que entendamos un arma que estamos utilizando y que puede ser utilizada contra nosotros” (p. 161).

Completan la colección “La soledad de Checoslovaquia” y “La naturaleza de las manifestaciones”. Escrito tres días después de la invasión de este país en 1968, en el primer ensayo el país invadido por Moscú actúa a modo de esbozo de la contradicción inherente a cualquier actividad humana. A través de la selección de tonos y líneas que hace Berger, se avanza en la comprensión de la esencia de la humanidad. La manifestación masiva de obreros y obreras del 6 de mayo de 1898, que culminó en tragedia, actúa en el último ensayo de la serie a modo de  metáfora de la creatividad como descubrimiento privado del sujeto. El acto de la manifestación es la externalización de ese descubrimiento. “Esta creatividad puede tener su origen en la desesperación, y el precio que haya que pagar por ella puede ser alto, pero cambia su punto de vista temporalmente. Se hacen corporativamente conscientes de que son ellos o aquellos a quienes representan los que han construido y mantienen la ciudad. La ven con otros ojos. La ven como si fuera un producto de ellos, que confirma su potencial, en lugar de reducirlo” (p.234). Berger equipara, pues, al ciudadano, al revolucionario y al artista. La acción se convierte así en un proceso de descubrimiento, ya que asegura que el ciudadano pueda identificarse con el artista directamente y pueda mirar más allá del tema para ver las motivaciones y emociones que el artista ha sentido.

La apariencia de las cosas no difiere en intención de otras obras de John Berger. Modos de ver (1972, Editorial Gustavo Gili, 2013) consta de una serie de ensayos sobre el poder de las imágenes visualizadas. Cataratas (2012, Editorial Gustavo Gili, 2014) recoge notas y reflexiones del propio Berger, después de haber sido operado de la vista. La obra de Berger se caracteriza por su afán educativo. Su argumentación no es agresiva: pretende instruir deleitando. Lo que une estas piezas entre sí y las conecta con libros anteriores del propio autor es la profundidad y la furia de la pasión del pensamiento de Berger, que nos invita a participar, a protestar, y sobre todo, a ver con nuestros propios ojos. 

 

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