Día de la madre en Argentina: se decreta la abolición de la plancha para uso doméstico

La pantera rosa planchándose a sí misma.
La pantera rosa planchándose a sí misma.

No sé por qué se asocian los electrodomésticos con el género femenino, si es que contribuyen al bienestar de la casa en general. En un hogar no hay diferencia de clases. Ni esclavos a quien endilgarles esa tarea a cambio de manutención.

Día de la madre en Argentina: se decreta la abolición de la plancha para uso doméstico

Desde que en Downton Abbey Mr. Carson planchaba los diarios para que el conde de Grantham no se ensuciara las  manos al leerlos, hasta hoy, no se avanzó un milímetro. Filosóficamente hablando.

Ya desde antes del siglo IV la humanidad se obsesionó  por borrar las arrugas de las telas. Era un símbolo de pulcritud y status social ir vestido sin un solo pliegue. Para eliminarlos se usaban materiales pesados como el mármol o el hierro.

El hierro se calentaba al fuego o se le ponían brasas en su parte hueca. Tengo un ejemplar de esos en casa y a veces pienso que podría hacer las veces de  mancuerna para fortalecer mis bíceps mientras repaso algunas prendas. Poniendo música de fondo y con un poco de creatividad podrían idearse clases de irontraining o algo por el estilo. Tal vez a algún instructor se le ocurra la idea.

La primera plancha eléctrica apareció a fines del siglo XIX y en el siglo pasado inventaron las de termostato y a vapor.

Las prendas perfectamente planchadas eran distintivo de la clase alta. Los obreros y la gente humilde no tenía tiempo ni disponían de artefactos modernos para dedicar a esa actividad superflua. Eran los esclavos quienes se ocupaban de eliminar todas las arrugas de esas vestimentas complicadas. La impecabilidad  ponía de manifiesto la posesión de mayor cantidad de esclavos.

En los siglos XX y XXI — abolida la esclavitud—  se empezaron a fabricar dispositivos fantásticos que regulan el vapor, termostato, tienen control de antiquemado y gasto de energía, pero nada evita el fondo de la cuestión.

En los años setenta, con la moda del pelo lacio, le dimos una utilidad más estética y, hojas de periódico de por medio, los usábamos para alisarnos el pelo. Y “Manuelita, la tortuga”, de María Elena Walsh viajó a Paris para que la plancharan del derecho y del revés y así  conquistar a su tortugo que vivía en Pehuajó.

A una amiga la homenajearon hoy, en su día,  con un artefacto de esos, pero no justamente para hacerse un lifting. El hecho desató una crisis de pareja terminal.

En primer lugar no sé por qué se asocian los electrodomésticos con una madre, quiero decir con el género femenino, si es que contribuyen al bienestar de la casa en general.

En un hogar no hay diferencia de clases. Ni esclavos a quien endilgarles esa tarea a cambio de manutención.

Entiendo que regalar una afeitadora al padre puede ser una buena idea, pensado en algo exclusivo para él: porque le hace falta, porque necesitaba una nueva, porque contribuye a su estética. Como podría ser un secador o una planchita de pelo para la madre. ¿Pero una de ropa? Es como regalarle una escoba a la Cenicienta.

Pongamos por ejemplo un pijama de esos camiseros que compramos para el día del padre cuando ya no sabemos qué regalar. O a los chicos porque nos parecen "de señor". Para plancharlos se usa el mismo método que para una camisa de vestir: primero el cuello del lado del revés, después del derecho, cuidando deslizar la punta desde  el vértice del cuello hacia adentro. También están los puños, que como son de doble tela suelen arrugarse de un lado cuando planchamos el otro. Tienen bolsillos, ojales que están hechos sobre el género en doblez. Para que queden perfectos, le dedicamos unos diez minutos a cada uno.

A veces se cuenta con una empleada que ayuda en las tareas domésticas y se le delega ese trabajo. Pero es una actividad paga. Distinto es si la mujer, después de haberlo realizado en forma gratuita, cuando se va a dormir tiene que presenciar la escena del marido metiéndose en la cama con ese traje que ella dejó impecable, arropándose con el edredón, a lo mejor intentando abrazarla o decidido a descansar en posición fetal. Cualquier reacción violenta de parte de ella será justificada.

Usar traje con camisa y corbata para ir a trabajar es tan incomprensible como usar redingote o corset. 

El esmero en planchar la camisa es superior al del piyama y hay géneros rebeldes: nos dedicamos a la charretera y se arruga la espalda; el puño y se marca la manga. Todo para que después se pongan la corbata, el saco y de la camisa solo se vea el cuello que se estropeó mientras nos esmerábamos con la pechera.

El avance de la humanidad es sólo tecnológico pero detrás está siempre el servilismo puesto al servicio de la insensatez.

Las tareas para el hogar son sisíficas. Limpiamos y hay que volver a hacerlo. Eternamente. Pero lavar la ropa o los utensilios pueden delegarse a una máquina como un lavarropas, un lavavajillas o una aspiradora. Si no se siente placer al cocinar siempre está el delivery.  Y hay fast food a mano si no se tienen muchas pretensiones. Pero doblar y planchar  no es una tarea mecánica: es necesaria una coordinación visual y motora difícil de trasladar a la tecnología. Ha habido intentos de fabricar robots pero no hubo forma de darles un tamaño discreto. Resultado: enormes máquinas que ocupan lugar, son poco rentables y necesitan supervisión.

La película The mangler (1995) dirigida por Tobe Hooper  y basada en el relato “La trituradora” de Stephen King cuenta el horror de una máquina planchadora asesina instalada en una lavandería. Es de esas que tienen el tamaño de dos largas tablas paralelas que presionan como un sandwich  las sábanas, los pantalones y las camisas con calor y un peso enorme. A gran velocidad aplastan todo lo que se les presenta. Una de ellas, demoníaca, ataca a una mujer, la destroza y se transforma en asesina serial.

Si el planchado doméstico es esclavizante, si ningún integrante de la familia quiere hacerse cargo de su propia ropa, si los robots se transforman en asesinos, ¿no es el momento de abolir el planchado en el uso doméstico? @mundiario

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