Haz un esfuerzo, despierta, que tenemos mucho por delante, los tres

La eterna espera de unos ojos cerrados. / J. G. Pastor
La eterna espera de unos ojos cerrados. / J. G. Pastor

Ojos sin esperanzas, que no saben mentir como una sonrisa falsa. Es otra forma de mentir y lo sabe, pero no piensa moverse hasta que despierte...

Haz un esfuerzo, despierta, que tenemos mucho por delante, los tres

Ojos sin esperanzas, que no saben mentir como una sonrisa falsa. Es otra forma de mentir y lo sabe, pero no piensa moverse hasta que despierte...

 

Después de todo lo que ha pasado, me siento anclada a esta silla gris de plástico. Sin nada más que hacer que esperar que a que este olor a desinfectante desaparezca; la eterna espera.

Luego, vienen las falsas esperanzas. Esas sonrisas forzadas y ojos que no son capaces de  mentir igual que los labios. Eso es lo que hay siempre aquí, en mi silla, delante de este cristal. Lo odio. Tan transparente, tan invisible... y, a la vez, ¿cómo es posible que separe tanto? Aunque, en realidad, no era su culpa, obviamente, era otra cuestión. A veces pienso en eso... ¿cómo tiene la gente esa facilidad para sonreír sin tener ganas? Es otra manera de mentir y, sin embargo, se hace abiertamente, sin tener cargo de conciencia después como, en teoría, se debería de tener cuando se engaña a una persona.

Todo tipo de pensamientos paseaban por mi cabeza, airosos, despreocupados, como si tal cosa... los primeros días eran como pesadillas. Yo estaba despierta, mirándote a través del maldito cristal, viendo como se estrellaban todos mis sueños contra él, a la vez que me veía sumida en mis recuerdos, como si los viviera por segunda vez. Todas las discusiones, los malos entendidos, los problemas tontos... En ningún momento me acordaba de lo bonito: los besos de buenos días, los “tequieros”... en fin, la cantidad de detalles que tenías todos y cada uno de los días que pasamos juntos. De todo eso, nada.

Nunca te lo dije pero eso fue lo que más me gustó de ti siempre: tu sonrisa. Desde el primer momento en el que la vi, me di cuenta de que eras especial, de que algo o alguien quiso que nos cruzáramos el día que te conocí. El mismo que quiere quitarte de mi lado ahora, sin miramientos, frío, directo al corazón. Un día te lo dan todo y, al siguiente, te lo quitan.

El médico sigue sin decirme nada.  “Estable dentro de la gravedad”. Le pregunto cada día lo mismo, si vas a salir del coma pronto y, día tras día, me responde igual: “Señorita, eso no lo podemos saber. Ya se lo he explicado más veces. ¿Por qué no se va a casa y descansa?”.

La verdad es que no tengo buen aspecto, pero necesito ver esos ojos abiertos, esos que me hacen sonreír sólo con verlos...  La última vez que los vi, fue cuando nos salimos de la carretera, justo en ese momento.

Tienes que despertar, que te necesito, pero mientras no lo hagas, nosotros vamos a estar aquí, los dos, porque te queremos. Estoy convencida de que si ya se puede querer antes de nacer, ya lo hace; me parece impensable lo contrario.

Haz un esfuerzo, despierta, que tenemos mucho por delante, los tres.

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