Despedida muy sentida al filósofo Carlos París en el Ateneo de Madrid

Carlos París. / diariodecultura.com.ar
Carlos París. / diariodecultura.com.ar

En la fría tarde del tres de febrero muchos amigos y lectores acompañaron a su esposa Lydia Falcón en el caluroso homenaje al que fuera presidente del Ateneo madrileño.

Despedida muy sentida al filósofo Carlos París en el Ateneo de Madrid

Eran casi las ocho de la tarde cuando finalizó la cálida ceremonia en el espléndido salón de actos de la calle del Prado, donde tantas conferencias y actividades culturales inauguró o presidió el filósofo Carlos París. Entre las intervenciones memorialistas, himnos y canciones de sus numerosos amigos -simbólicas y utópicas muchas de ellas-, casi al final sonó también una de las Baladas Galegas del lucense Juan Montes.  Con ella vino al recuerdo de los presentes la gran relación del finado con Galicia. Especialmente, con Cortegada, donde había casado con Emilia Bouza, y con Santiago de Compostela, en cuya Universidad fue catedrático de Filosofía cuando, en 1950, tan sólo contaba 25 años: había aprobado las oposiciones universitarias tres años antes y era el filósofo más joven de España.

La inesperada muerte de Carlos París a sus 88 años deja detrás un intenso trabajo intelectual y social, una larga dedicación a la filosofía de la ciencia; una desmedida atención a la vida literaria, social y política; más de veinte libros que testimonian su atención a problemas cruciales de su tiempo; multitud de conferencias y artículos en revistas y periódicos, expresivos de su curiosidad y preocupaciones; además de un compromiso social relevante, visible en la presidencia del Ateneo Científico, Literario y Artístico de Madrid, primero entre 1977 y 2001 y, más tarde, desde 2009 hasta este momento. Atrás queda, igualmente, su noble contribución al pensamiento, particularmente desde su cátedra de Filosofía en la Autónoma de Madrid, donde había logrado crear relativamente temprano un grupo atento a los cambios técnicos y científicos del siglo.

En octubre de 2011, mientras preparaba uno de sus más recientes libros, Ética radical. Los abusos de la actual civilización, una especie de grito que no se limitaba a contemplar extrañado un mundo en crisis sino que aspiraba a transformarlo en profundidad, pude sostener con él una atractiva conversación para la revista Escuela. Su visión crítica de la miseria moral, social y política del mundo actual se mostraba profundamente preocupada por las consecuencias  que el saber científico-técnico pueda traer a la humanidad si, por encima de las posibilidades de desarrollo que permite en este momento, soportamos que nos domine el afán de lucro y de hegemonía corporativa de unos pocos.

Por qué –le pregunté- le ha interesado presidir de nuevo el Ateneo: -Diría que porque me lo ha pedido un grupo de socios muy activo. Yo tengo –no sé si es cualidad o defecto– la costumbre de responder positivamente a las demandas sociales. Esto, a veces, me ha creado bastantes problemas, pero es mi manera de actuar y no me arrepiento. Por otro lado, es un centro en donde se puede desarrollar una actividad muy importante. Creo, incluso, que el Ateneo es necesario en un momento en que tanta “polución informativa” padecemos, in- formación dirigida y controlada por los grandes poderes económicos y políticos. El Ateneo es el lugar en que –conforme a su historia– se pueden expresar ideas que no tienen suficiente difusión y argumentar cuantas les interesen a los ciudadanos; es donde la sociedad civil se puede expresar de manera plena y rotunda. Ha pesado también la razón histórica y, si quieres, sentimental. Histó- ricamente fue un lugar de debate importante. Por otra parte, yo fui socio desde muy joven. En su biblioteca, excepcional por su riqueza para aquellos años cuarenta e inicios de los 50 –de tanta penuria bibliográfica–, hice mi tesis doctoral.

De algún modo, este trabajo es complementario del que tuvo siempre... -Creo que siempre tuve alguna sensibilidad para conectar con lo que se movía en la calle. Siendo muy joven, algo contribuí a que se re- novara el ambiente de la filosofía. Cuando tan esclerotizado estaba aquello en la escolástica, constituimos un grupo muy interesante –“el círculo de Gambrinus”, con Miguel Sánchez Mazas, J. Ma Valverde, Francisco Pérez Navarro y Víctor Sánchez Zabal, entre otros– que empezó a hacer- se notar con sus reflexiones en torno a la ciencia y a la técnica. Vitalmente, siempre fui muy inclinado a hablar mucho con los alumnos –hasta dirigí un Colegio Mayor en Santiago, en los 50– y a estar muy en contacto con las ideas políticas nuevas, con el exilio y con las primeras protes- tas estudiantiles. En el 63 –cuando trabajaba en Valencia–, tuve problemas por bajar a la calle a hablar con los que protestaban: la solidaridad no estaba bien vista. Y en el 73-74 me cerraron el departamento. Trabajaba en la Autónoma de Madrid y el ministro Julio Rodríguez –el mismo que cerró la Universidad de Valladolid– no toleró la apertura a la libertad que, al parecer, ostentaban mi departamento y el de Física. Casualmente, había escrito un libro sobre Física y Filosofía, y estuve barajando la idea de una segunda edición que se titulara: Física y Filosofía, dos departamentos cerrados; en la portada llevaría una cerradura y una llavecita colgada de una cinta con la banderita de la época. Debo llevar dentro el ansia de seguir abriendo puertas y de que se ventile un poco el aire rancio.

¿También ahora? -Hoy, cuando todo es tan pragmático y la conciencia parece más reducida que antes, algo deberemos hacer para reducir el desengaño que mucha gente tiene de la política. Sigo creyendo que la educación es fundamental para que esto sea posible. En cierto sentido, el Ateneo es una casa de educación cívica donde aprender a vivir en la auténtica pluralidad, sin el corsé de un prác- tico bipartidismo equivalente a partido único en asuntos esenciales. ¿Sabe que muchas de las cosas interesantísimas que hizo la República no hemos sido capaces de recuperarlas todavía?

Gracias, maestro: STTL (sit tibi terra levis).

 

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