Desórdenes mentales "de moda" protagonizan series televisivas de éxito

La actriz Claire Danes en "Homeland"
La actriz Claire Danes, espía bipolar en "Homeland".

Desde la ansiedad de Tony Soprano al trastorno bipolar de la agente Mathison, los desórdenes mentales con mayor prevalencia parecen haberse convertido en garantía de éxito televisivo.

Desórdenes mentales "de moda" protagonizan series televisivas de éxito

El malo no era Tony Soprano; la mala de verdad era su madre, Livia, una bruja italoamericana de New Jersey. El creador de "Los Soprano", David Chase, confiesa que la serie se inspira en su infancia, dominada por una agobiante figura materna.

Livia Soprano representa el arquetipo de la madre castradora. Tony vive –y mata– para demostrarle que no merece sus implacables juicios. El mafioso quiere ser un nuevo James Cagney: "¡Mamá, estoy en la cima del mundo!".

La prestigiosa serie que protagonizó James Gandolfini, estrenada en 1999, coincide en su contenido con una película del mismo año: "Una terapia peligrosa". Si Tony Soprano se desvanecía por culpa de la ansiedad, al gánster Paul Vitty, interpretado por Robert De Niro, lo acobardaban los ataques de pánico.

Esta cinta y aquella serie abrieron la puerta de los platós a personajes con desórdenes mentales cada vez más prevalentes. En España, entre un diez y un quince por ciento de la población ha sufrido alguna vez un ataque de pánico o de ansiedad; y con los niveles de paro y decepción, las cifras no bajan.

En 2000, la CBS pone al frente del laboratorio forense de Las Vegas al inolvidable Gil Grissom. En su segunda temporada, los guionistas sugieren que padece una forma de autismo: el Síndrome de Asperger. Grissom diseccionaba escarabajos y paisanos, pero no soportaba tocar ni ser tocado. Dos años después se estrena "Monk", el retrato de un asesor policial fóbico y obsesivo-compulsivo. La muerte violenta de su esposa desató su ordenadísimo desorden.

En 2004 llega el personaje más repulsivo y amado de la televisión de esa década: el doctor Gregory House. Uno de sus colegas, el oncólogo James Wilson, sugiere que el Asperger es la causa de su sociopatía. Aquí pediríamos una segunda opinión, pues la genialidad es compatible con el Asperger, pero el sarcasmo no: Sheldon Cooper, aspérgico en "Big Bang" (2007), no pilla una ironía ni con traductor simultáneo. Tampoco Sonya Cross, la detective de "The Bridge" (2013), que padece el mismo desorden por culpa del traumático asesinato de su hermana. "Frágiles", serie reciente de Telecinco, representa el abordaje hispano de este trastorno "de moda".

En la aclamada "Homeland" (2011), la agente de la CIA Carrie Mathison padece un trastorno bipolar. Del mismo año es "Imborrable", cuyo título alude a la hipertimesia, una alteración de la memoria que le impide a la detective Carrie Wells olvidar nada.

En 2012 llega Touch, protagonizada por un niño autista que siente «el dolor del Universo» a través de los números. También fue el año de Perception, en la que el catedrático Daniel Pierce, esquizofrénico paranoide, asesora al FBI.

Hannibal, narración del origen del doctor Lecter, aparece en 2013. Nos interesa Will Graham, su adversario, un federal con paralizantes arrebatos de culpa. La penúltima en llegar ha sido la prescindible Jaque mate, sobre un campeón de ajedrez agorafóbico que resuelve casos criminales desde un hotel.

Aún podríamos ingresar en nuestro sanatorio a Charlie Harper, el narcisista alcohólico y sátiro –tan maternalmente castrado como Tony Soprano– al que solo Charlie Sheen podía dar vida en Dos hombres y medio (2003).

¿Qué relaciones a los personajes?
Desórdenes mentales aparte, ¿qué relaciona a estos personajes? Por un lado, su elevado cociente intelectual, obvio en Grissom, House o Cooper. Por otro, el sufrimiento que les produce su alienación, entendida como alejamiento de sí mismos, de los demás y de la vida. Sus adicciones, ya sean a la vicodina, al orden o a la ciencia, actúan como antídotos de ese dolor.
 ¿Y qué los liga con nosotros, meros espectadores? Tal reunión de inteligencia, locura y amargura quizá sea una parábola del íntimo nexo entre racionalidad, desquiciamiento y angustia que muestra hoy Occidente, cada vez menos humano y más pendiente de lo insustancial y lo analgésico.
Quién quita que esos trastornados personajes televisivos sean como los espejos deformantes de Valle Inclán, que, con su esperpento, ponen nombre a nuestro dolor. De ese modo, la televisión dejaría de ser una "caja tonta" para, siendo una "caja loca", mostrarnos una pizca de sus posibilidades terapéuticas, que no todo es basura.

 

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