Derribar la Cruz de los Caídos o convertirla en señal de reconciliación: difícil dilema

Postal de la cruz de O Castro en Vigo.
Postal de la cruz de O Castro en Vigo.

Quizá pudiera llegarse a un recuerdo entre el Ayuntamiento y la Asociación en defensa de la Memoria Histórica satisfactorio para todos, convirtiendo la Cruz de los Caídos en un símbolo de reconciliación.

Derribar la Cruz de los Caídos o convertirla en señal de reconciliación: difícil dilema

Quizá pudiera llegarse a un recuerdo entre el Ayuntamiento y la Asociación en defensa de la Memoria Histórica satisfactorio para todos, convirtiendo la Cruz de los Caídos en un símbolo de reconciliación.

La polémica surgida en Vigo a propósito del derribo o no de la llamada “Cruz de los Caídos” que, a instancias de los promotores de la aplicación de la Ley de la Memoria histórica, ha logrado que el  Juzgado de lo Contencioso número 2 de Vigo resuelva que debe ser derruida, no es una cuestión lineal, tiene otros matices y debe ser analizada de un modo cauto.

Las cruces o monumentos a los caídos fue uno de los modos en los que los vencedores de la llamada “Cruzada de liberación nacional”  quisieron perpetuar su memoria a través del recuerdo de los fallecidos de su bando, bien en combate o retaguardia. Nunca fue ni se quiso que lo fuera un símbolo de paz, reconciliación y perdón, sino una especie de miliario romano para recordar el costo de la guerra, pero de uno de los lados.

Este monumento no sólo tomó forma de cruces, y hubo otros modelos, como la escultura de Asorey en el parque de San Lázaro de Ourense. En estos monumentos se esculpió o grabó en bronce la leyenda “José Antonio Primo de Rivera, ¡Presente!” junto al yugo y las flechas, en unos casos y en otros, el lema general: “Caídos por Dios y por España. ¡Presentes 1936-39!”. En el caso de Vigo, junto al escudo de España y el de la ciudad también aparecían el yugo y las flechas de la Falange y las aspas de Borgoña de la Comunión Tradicionalista. Al mismo tiempo que se colocaba una cruz en la fachada de todas las iglesias de España y la misma llamada, de acuerdo con la Iglesia, con el nombre de todos los caídos nacionalista bautizados o avecindados en  aquella parroquia. La Iglesia no reservó espacio ni perdón ni recuerdo para los vencidos. Para ellos, oprobio, condena y olvido.

Y casi fue peor la suerte de los lisiados del bando republicano. Mientras los tullidos o amputados del ejército victoriosos ingresaban en el Cuerpo de Caballeros Mutilados y se les procuraban empleos y resguardo (cientos de ellos recibieron un estanco), los soldados republicanos hubieron de buscarse la vida como pudieron, incluso no sin antes pasar por el cautiverio. Ni siquiera hoy, para los pocos que quedan vivos, hubo la necesaria y total reparación.

La Cruz de los Caídos de Vigo tiene una historia peculiar y curiosa. Se atribuye al entonces jefe local del Movimiento, un falangista vinculado al ministro José Antonio Girón de Velasco, la iniciativa de levantarla que se concretó en una carta al diario El Pueblo Gallego. La Cruz se construyó en 1959 y cada madrugada del 20 de noviembre era velada por los falangistas y la Sección Femenina de Vigo y sus organizaciones juveniles, en el aniversario del fusilamiento de José Antonio Primo de Rivera.

Pedro Ojeda de la Riva, que fue durante muchos años administrador de la Residencia Sanitaria de la Seguridad Social “Almirante Vierna” y luego Hospital Xeral, es un personaje muy interesante. Si preguntáis a los viejos dirigentes de Comisiones Obreras y del Partido Comunista en Vigo podrán confirmar que este falangista empleó como celadores de la citada residencia a quienes podría considerar sus peores enemigos: comunistas y anarquistas, entre ellos a algún ex carabinero republicano al que yo conocí. Este rasgo, para muchos inconcebible, da idea de la personalidad de Ojeda de la Riva, quien se bien propuso levantar la Cruz de los Caídos,  fue muy generoso con sus antiguos enemigos vivos. Las cosas como son.

Hace años ya que fueron retirados del polémico monumento aquellos elementos que evocaban su pasada simbología, por lo que quedó convertida en una simple cruz. ¿Cabría darle ahora un nuevo sentido y significado como parece pretender el alcalde de Vigo, Abel Caballero, al recurrir la sentencia que ordena su derribo?

Por lo tanto cabe preguntarse qué representa esa cruz en nuestros días. Los informes en los que se basa la postura del alcalde de Vigo apuntan a que ya no es a día de hoy símbolo franquista, sino religioso, "básicamente cristiano", después de 30 años sin escudos, emblemas o inscripciones que recuerden o exalten la sublevación militar, la Guerra Civil o la represión subsiguiente. El juez no reconoce ese carácter religioso y pondera que desde su origen predomina la significación "pura y exclusivamente política al servicio de la exaltación propagandística de la sublevación militar golpista de 1936, de los vencedores de la Guerra Civil y del régimen de represión de la dictadura militar franquista".

Es curioso que en otros lugares tengan menos problemas con los símbolos del pasado y que los asuman como parte de su historia y enseñanza para el futuro. En Budapest, salvo una matrona, el resto de los monumentos del periodo stalinista han sido reunidos en un parque para que se recuerde lo que significaron durante los años del “Telón de acero”.

No deja de ser chocante que haya tanta polémica con esta cruz, cuando Vigo está sembrado de farolas que llevan el emblema de Fernando VII, “El Rey felón” o que las calles de Madrid recuerdan a personajes como Bravo Murillo, quien afirmaba “No queremos hombres que piensen, sino bueyes que trabajen” o todos los espadones del siglo XIX.  O cuando una base del Ejército español lleva el nombre de Alfonso XIII, el rey perjuro, declarado “traidor” por las Cortes de la República, o que la misma base de la Brigada Galicia VII, en Pontevedra, lleve el nombre de Pablo Morillo, que se pasó a los Cien Mil hijos de San Luis para reponer al rey absoluto en lugar de defender la Constitución de 1812 y las libertades. En Vigo se le recuerda cada año entre los héroes de la Reconquista y en la Alameda de Pontevedra tiene un monumento. En Francia, Patain pasó de ser un héroe en Verdún al traidor del régimen de Vichy y salvó la vida, pero no el confinamiento, por la generosidad de De Gaulle.

Por otro lado, en esto de poner y quitar cruces y estatuas, símbolos y escudos, ya se han hecho notables barbaridades. En Cáceres, el Ayuntamiento desmontó el Escudo de los Reyes Católicos creyendo que era el de Franco, y el Bailén estuvieron a punto de cargarse el monumento al 19 de julio, es decir, a la célebre batalla en que se derrotó a los ejércitos de Napoleón, pensando que tenía algo que ver con la Guerra Civil.

Quizá pudiera llegarse a un recuerdo entre el Ayuntamiento y la Asociación en defensa de la Memoria Histórica satisfactorio para todos, convirtiendo la Cruz de los Caídos en un símbolo de verdadera reconciliación. Diálogo primero, porque para derribarla siempre habrá tiempo.

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