El decreto de mínimos para ESO y Bachillerato no alienta la calidad educativa
El desarrollo último de lo que preceptúa la LOMCE para enseñar y cómo hacerlo presagia, para 2015, malos augurios sobre una educación pública ya muy recortada en calidad igualadora.
El desarrollo último de lo que preceptúa la LOMCE para enseñar y cómo hacerlo presagia, para 2015, malos augurios sobre una educación pública ya muy recortada en calidad igualadora.
Hubo una época, no muy lejana, en que no sabíamos qué era el currículum, y el que imponen ahora para completar las coordenadas en que deberá moverse la LOMCE -si pervive en el curso próximo-, no es satisfactorio. En medio, desde que no existía “currículum” y tan sólo “programas” y “planes de estudio”, ha transcurrido un tiempo en que hemos tratado de aprender de qué iba uno de los palabros más repetidos en los medios educativos, siempre tan inestables. Como hemos aprendido, igualmente, que con este eje neurálgico del quehacer en las aulas no debiera jugarse tan alegremente. En la práctica, los malabarismos en este campo casi ayudan exclusivamente a aparentar que se hace algo: ni implica mejoras en los hábitos rutinarios de profesores poco motivados, ni motiva a quienes trabajan seriamente en las aulas, dos asuntos urgentes a atender.
Ya es un atraso que, con otro cambio legislativo, haya de cambiarse de nuevo el qué y el cómo enseñar –que eso es el currículum, en definitiva- como si no hubiera otras cosas más relevantes en qué ocuparse. Ya está bien que los profesores hayan tenido que lidiar no sólo con los cambios que en su día impuso la Ley General de Educación, sino con los que se han ido sucediendo alternativamente según quien gobernara. Ahora tocaría –según lo aprobado en el último Consejo de ministros de 2014- otra readaptación que, a todas luces, parece nacer con su tiempo prescrito. Es verdad que el conocimiento ha crecido mucho en estos 45 años, pero no tanto como para que desde 2006 sea necesario modificar legislativamente, una vez más, qué y cómo enseñar en las etapas de Secundaria obligatoria y postobligatoria, la zona neurálgica del sistema educativo. Para “mejorar” la educación lo menos urgente es un nuevo currículum, sobre todo cuando es muy posible que al conjunto LOMCE le suceda lo mismo que a casi todo lo que diseñó en su momento Pilar del Castillo, el paso hacia el olimpo inconsistente del BOE donde moran los ectoplasmas que no han logrado encarnarse en las aulas, pues parece que caminemos hacia otra coyuntura, en que, en Educación –como en algunas otras áreas-, todo habrá de ser replanteado desde el erial en que andamos perdidos.
Wert y su equipo tal vez puedan alegar que su obligación era tener el Decreto curricular a punto, en tiempo y forma para que no les pillara esa temida inconsistencia. El problema es que, el raudo cumplimiento del cronograma legislativo subsiguiente a la LOMCE puede resultar un trabajo estéril por no haber tenido en cuenta lo conveniente que era -si no indispensable- el diálogo social. Esa condición básica, por más que han tratado de suplirla con variados eufemismos, no ha sido cumplida ni puesta en valor. Seguramente por sobreentender que con una mayoría absoluta como la que ostentaban mecánicamente en un Parlamento bastante ineficaz, y por tratarse de una cuestión que entendían secundaria –¿qué era eso de la educación, cuando tanto tenían que atender a la economía y a otras ocupaciones de gobierno?-, era algo perfectamente prescindible. Pero igual de inestable como es la tradición política hispana con la educación, así son los tornadizos vientos actuales indicando que mucho tendrán que cambiar las intenciones de voto para que este currículum alumbrado el pasado 26 de diciembre no vaya a quedarse inmaculado, oficialmente incontaminado de aplicación docente alguna. A partir de mayo-2015, lo sabremos un poco mejor.
En estas circunstancias, centrarse en el currículum para decirnos “la calidad” a que aspira la LOMCE sólo es una ocasión propagandística más, porque es mucho otro lo que habría que hacer y no se ha hecho ni se hace. Tal vez a Wert pueda significarle en su currículum político particular un puente de plata hacia una existencia plácida en los alrededores de Bruselas, como se augura en el mentidero madrileño: quienes obedecen a los mandatos de los dueños del pesebre –dicen- pueden asegurarse compensaciones por lo desagradable que es no haber salido nunca del furgón de cola de las encuestas; nada aseguran al respecto las medidas de transparencia recientemente aprobadas… Este currículum sólo tiene muy buenas cualidades para ser presentado ante las huestes más aguerridas de los adeptos como un imprescindible signo de “regeneración” de las desviaciones ajenas: un modo de reorientar a la ciudadanía hacia el “sentido común” de las cosas como deben ser, “como Dios manda”. No dirán, sin embargo, cómo se trata de lo más barato en una reforma como la pregonada: permite estar dando la murga de continuo en los dóciles medios sin gastar un duro y, para hacer un documento tan letárgico, han debido bastar dos o tres becarios de bajo coste, con el encargo de un refrito de corta y pega a costa de los sucesivos currículums que ya llevamos en el cuerpo desde lo que prescribía la Enciclopedia Álvarez, aumentado con algunos añadidos presuntamente modernizadores del lenguaje, pero nada equívocos en fijar -entre la ignorancia y el prejuicio- qué deban o no aprender nuestros jóvenes. Menos mal que Rajoy sólo nos cuenta que la economía va como un tiro y no se mete en detalles nimios como éstos en el relato que ha empezado a vendernos, pero si todo el sacrificio que han impuesto al sistema educativo, especialmente en su versión pública, sólo da para decisiones de BOE como ésta y no han pensado siquiera en restituir la situación previa a su legislatura -6.500 millones y 19.000 profesores menos, con peores condiciones en las aulas (Escuela, 4/04/2014, p. 5)-, este currículum que ahora nos proponen suena a broma de mal gusto. No sólo es lo más barato que saben hacer, sino que nace obsoleto y cargado de sesgo ideológico poco democrático. Algunos especialistas precisan que, aunque fuera conservador –están en su derecho turnista-, al menos debiera haber sido técnicamente irreprochable.
En la nueva enciclopedia, currículum, plan de estudios, programa o como se quiera llamar al nuevo índice de 110 asignaturas, con las referencias que se tendrán en cuenta para evaluar y reevaluar interna y externamente a los alumnos de ESO y Bachillerato -en caso de que las elecciones de 2015 sean favorables al PP de Wert y Gomendio-, el peso de las asignaturas humanísticas y artísticas prosigue su retroceso, tal como adelantaba la LOMCE, en aras de fortalecer aspectos económicos, un simulado enjalbegamiento –con la potenciación de un bilingüismo segregador e ineficiente- y recambios diversos. Especialmente llamativo es que se abogue por unos “Valores éticos” para los alumnos que no cursen “Religión”, quienes parece que no deban enterarse de un abanico de cuestiones relevantes, pero que constituirán ese núcleo duro en que -para quedar bien ante la audiencia-, será conveniente decir que ya se educa a los niños y que por tanto deben ser problemas imposibles de arreglar cuando sigan aconteciendo. Esa manera esotérica de gestionar se confirma con una “Religión” que ahora es evaluable y seguirá teniendo privilegios lectivos; una iniciación al emprendimiento tan ocurrente como voluntarista; y unos programas de Historia y Ciencias Sociales manifiestamente mejorables si se quisiera construir el conocimiento racional de un pasado compartido. El Decreto genérico ya estuvo dispuesto para información pública hace un año y, en junio de 2014, tuvo su primera expresión en lo referente a la etapa de Primaria. Ahora, se cumple –con similares contradicciones- la parte relativa a las etapas de ESO y Bachillerato. Y todo confirma que las evaluaciones, al final de etapa y del Bachillerato, marcarán con sus estándares de aprendizaje el verdadero currículum que se implantará en las clases, favorable al que ya ejercita un amplio colectivo de profesores sólo dispuestos a repetir lo que han hecho “desde siempre”. Se reafirma así, una vez más, el papel retardatario de un profesorado burócrata, meramente transmisor de lo aprendido en una universidad alicorta, e irresponsable ante el qué y el cómo enseñar ahora mismo en un medio tan cambiante, pues, en definitiva, no le corresponderá intervenir en los procesos de aprendizaje ni medir qué se haya logrado con lo oficialmente decretado. El nominalismo reformista que propugna este Decreto tiene poco que ver con una profesionalización consistente del trabajo docente o con el cuidado de una educación renovada a fondo. De esta pasividad indolente ya da ejemplo el propio Ministerio en este momento sólo en ficción eficiente, previo a que sea transcrito en el BOE: ni a las autonomías –que tienen que terminar de completar este currículum con la parte que les corresponde- han oído todavía. Todo indica que, en la reunión prevista para el próximo 14 de enero, se vaya a reiterar un “cuaderno de quejas” e incumplimientos en que los recursos disponibles son nulos o escasos, las voluntades de entendimiento y diálogo operativo inexistentes, y los plazos de ejecución perentorios: apenas quedan dos meses para completar este diseño -más los que exigen los trámites-, cuando tan sólo faltan nueve para el inicio del siguiente curso.
Haber acabado pronto -a casi un año vista de que potencialmente entre en vigor- este trabajo que pretende completar el desarrollo de la LOMCE, sería laudable si fuera acompañado de todo lo que le falta: una gestión con voluntad de hacer frente a problemas reales que se viven a diario en las aulas y no mera publicidad de omnipotencia sobre la nada. El planteamiento subyacente a este Decreto curricular nos remite a una de las muchas modalidades de vacuidad, cuando por todas partes que se mire –los presupuestos son el mejor baremo- no se salva el desierto generado al amparo de la crisis: ningún voluntarismo pretencioso nos librará de las deficiencias que han dejado aumentar o han provocado. Cuando, por ejemplo, se lee cómo trabajarán la eliminación de las desigualdades dentro del sistema educativo –asunto duro, sin duda, pero ineludible-, es todo tan evanescente como cuando hace unos días oíamos a Rajoy diciendo que "España ha logrado superar lo peor de la crisis, sin menospreciar ni reducir el Estado de Bienestar ni el gasto social", para anunciar a continuación que las pensiones aumentaban un 0,25% o que el salario mínimo interprofesional crecía un 0,5. Ese Gobierno había asumido el día 12 de diciembre, la creciente desigualdad entre los españoles –aumentada en el invierno-, e incrementaba las ayudas a Cáritas y Cruz Roja (http://www.publico.es/politica/ni-gobierno-cree-crisis-ya.html). Esto de las “Navidades de la recuperación” -que también nos ha propalado Rajoy estos días pasados- recuerda de nuevo aquella “envidia igualitaria” de que escribía en Faro de Vigo, en marzo del 83 y julio del 84, justificadora de la asimetría de derechos. Visto lo que plantea este Decreto -en la perspectiva de lo que necesita principalmente la enseñanza pública-, suena a pitorreo señoritil. Si hubiera de sostenerse el mismo discurso a finales de 2015, sería absurdo que en este comienzo de año nos permitamos alentar muchos sueños limitadores de los vaivenes a que está sometida la justicia social: de nosotros depende.