¡Cuántas manifestaciones lerdas, necias, bobas,… pasan desapercibidas!

Una persona contempla el horizonte.
Una persona contempla el horizonte.

Hay quien cree que la pandemia es una eutanasia de la sabia naturaleza.

¡Cuántas manifestaciones lerdas, necias, bobas,… pasan desapercibidas!

Es evidente que el confinamiento produce efectos perniciosos sobre el comportamiento de los seres humanos, al disponer de tanto tiempo para pensar y elucubrar –en el sentido de “especular sin tener mucho fundamento racional”- sobre los temas más variados. Esto es lo que le ha sucedido a una señora –y no lo cuento por ser señora, sino porque lo que ha dicho es una barbaridad- de la que doy cuenta más adelante.

Influye en estas elucubraciones la gran variedad de teorías, consejos, causas y consecuencias de la pandemia, que se difunden en las redes sociales y en los medios de comunicación, dando la impresión de que todo el que opina es maestro de todo y aprendiz de nada.

Afectada por este afán elucubrador con pretensiones pseudo-científicas, a lo que hay que añadir la condición de autoridad de la opinante –tercer teniente de alcalde del Ayuntamiento de Arrecife de Lanzarote y Concejala de Juventud  y más cosas-, se ha visto doña Elisabeth Merino Betancort, quien en una tertulia radiofónica afirmó tener su propia teoría sobre la evolución humana  y su relación con el  covid-19.

Tras exponer su teoría, remataba diciendo que la naturaleza es tan sabia que “el coronavirus es un aviso de la naturaleza por llenar la tierra de personas mayores y no de jóvenes.” Merece la pena escuchar la exposición completa, concédanse ese gusto.

Esta señora pertenece a la coalición Somos Lanzarote-Nueva Canarias; de su dedicación profesional sólo puedo decir que aparece como titular de un comercio al por menor de lencería y corsetería y en su cuenta de Facebook, los apartados relativos a formación y actividad profesional están en blanco.

Ella considera algo favorable que el coronavirus se lleve por delante a miles de personas de mi edad y aledaños; supongo que también  verá con alegría que esa erradicación de los mayores de la faz de la tierra para renovarla, se  vea complementada con la aprobación de la ley de la eutanasia.

Es decir, esta señora es partidaria de lo que en la Alemania de Hitler se consideraba la “solución final”, eufemismo utilizado por el miedo macabro a pronunciar la verdadera denominación, acto de exterminio o asesinatos en masa de quienes les estorbaban.

Señora Merino, ¿cómo distingue usted a un viejo, abuelo, mayor o miembro de la tercera edad, de un joven? No se ría de mí, porque yo tengo sobrados motivos para hacerlo de usted, y no lo hago porque me da usted pena. No lo olvide nunca la enfermedad de su juventud, por lo que se aprecia en la foto de Facebook es usted mujer joven y aparente, se curará con el paso de los años.

La vejez anida en el cerebro y se alcanza cuando se ha perdido la ilusión, las ganas de prender, la curiosidad, en suma, la alegría de poder asomarse cada día a la ventana de la vida para aprender o hacer algo nuevo. Por lo tanto, está usted equivocada en su criterio de exterminio selectivo, pues hay mucha gente a la que usted llama joven, que son viejos de mente, y hay infinidad de personas a las que usted llama mayores y otros llaman viejos,  que tienen  unas enormes ganas de vivir.

El premio Nobel José Saramago, que vivió los últimos años de su vida en Tías (Lanzarote), donde murió a la edad de 88 años, dejó escrito un magnífico poema, que usted tal vez no haya leído; hágalo ahora e ilústrese sobre la idea de la vejez; empieza así:

¿Qué cuántos años tengo?

¡Qué importa eso!

¡Tengo la edad que quiero y siento!

Si después de leer a Saramago sigue usted manteniendo su teoría de exterminio, una de dos, o no tiene sensibilidad o no ha entendido nada. Y, por lo tanto, dimita de  sus cargos y escóndase bajo la mesa camilla de su casa.

Yo también digo con Saramago: “Lo que importa ¡es la edad que siento!”. @mundiario

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