¿Para cuándo la unidosis, evitando millones de pastillas en la basura?

Pastillas.
Pastillas.
Equidad y universalidad habrían de ser algo más que latiguillos para tranquilizar a la ciudadanía.
¿Para cuándo la unidosis, evitando millones de pastillas en la basura?

Con el propósito de plantear el tema desde las evidencias, cabe de entrada poner el énfasis en los avances que han tenido lugar en las últimas décadas, incorporando nuevas tecnologías, fármacos y estrategias, en un contexto organizativo que coloca a la sanidad pública española, universal y gratuita, como una de las seis u ocho mejores del mundo según fuentes de toda solvencia. Ello ha contribuido a doblar nuestra esperanza de vida en los últimos 50 años, situándonos entre las naciones con mayor longevidad.

La red asistencial se ha ampliado con nuevos centros de salud, hospitales comarcales y otros de primer nivel, mejorado asimismo las infraestructuras de los existentes. Por lo que respecta a la cobertura para una atención integral, es de justicia reseñar disponibilidades sin parangón en el pasado. Se han generalizado medidas para el deseable diagnóstico precoz de aquellas patologías cuya detección en fases iniciales mejora las posibilidades de curación, ampliado determinados Servicios con el más moderno utillaje e incorporando a los protocolos terapéuticos los recientes avances medico-quirúrgicos, lo que ha permitido, en línea con los países mejor dotados, cambiar sustancialmente el pronóstico de enfermedades que años atrás eran responsables de una alta mortalidad: desde el sida a la hepatitis, cardiopatías  o algunas de las neoplasias más frecuentes.

Sin embargo, y pese a que debamos congratularnos por lo expuesto, seguimos arrostrando deficiencias que lastran el mantenimiento de la salud y, caso de enfermar, la atención adecuada en forma y plazo. Por revisar nuestras carencias, desde el cuidado de la población general hasta necesarias mejoras en la atención a enfermos en fase avanzada, se echa en falta, para empezar,  una divulgación contrastada, asequible y continuada de medidas individuales para conservar la salud, así como el mejor control de las fake news, tan frecuentes en las redes sociales. Igualmente, sería deseable aportar periódicamente información objetiva que pueda evitar la penetración social de unas “medicinas alternativas” que, como se ha demostrado hasta la saciedad, ponen en grave riesgo la eficacia de los tratamientos con respaldo científico.

Es asimismo necesario incrementar los estudios epidemiológicos, mantener actualizados los registros poblacionales y aumentar el presupuesto estatal –se cuenta entre los más bajos de Europa- para la investigación básica y clínica, tradicionalmente financiada en su mayor parte con recursos privados pese a contar con excelentes equipos para dicha actividad y que, de considerarse prioritaria, podría a medio plazo disminuir el costo de algunos fármacos novedosos.

Entrados ya en la asistencia sanitaria y aun sin ánimo de exhaustividad, determinados ámbitos están necesitados de actuaciones que mejoren la calidad de la atención prestada. Entre ellos, y por su amplia repercusión, merecen citarse los siguientes:

> Se aprecian todavía retrasos excesivos, cuando no dificultades, en indicaciones que pueden ser decisivas para orientar una mejor terapéutica: análisis genéticos o pruebas de screening con la adecuada periodicidad.

> Los recursos humanos, tanto en Atención primaria como en  ciertas especialidades, así como en lo que respecta a los servicios de enfermería, son a todas luces insuficientes, y ello se traduce en problemas para los usuarios que podrían ser subsanados. La ratio de médicos por mil habitantes, en nuestros Centros de Salud, es claramente insuficiente, y un escaso 10% del presupuesto sanitario dedicado a los mismos impide que su actividad pudiera disminuir la excesiva presión ejercida sobre los Servicios de urgencias hospitalarios. De otra parte, convendrá mencionar que la atención sanitaria por parte de entidades privadas no debiera suponer la merma de recursos públicos, seguir en la escasez de personal y optar por una “externalización” sin el adecuado control.

> Las listas de espera siguen siendo, aunque mejoradas, otro de los retos para nuestra organización. Las dolencias de los afectados pueden obedecer a causas varias, pero a esa espera para el diagnóstico u oportuno tratamiento, que puede incluso comprometer la vida, se suma una ansiedad a la que es imperativo poner remedio, mediante la oportuna reorganización e inversión,  por lo que supone, amén de riesgo, de insolidaridad. Para ello, será preciso considerar su multicausalidad: envejecimiento de la población y consiguiente aumento de la demanda sanitaria, plantillas insuficientes así como recursos técnicos en atención médica y/o Servicios Centrales (Laboratorio, Radiología…), sumados a demandas impropias y que podrían tener una distinta canalización.

> Es de todo punto necesario seguir agilizando la interrelación entre Hospitales de agudos y centros para la atención de enfermos crónicos y/o en fase terminal.

De todo lo expuesto se deriva la necesidad de mayor financiación para una sanidad que garantice en todas sus vertientes las mejores opciones. Estamos todavía, en España, con un porcentaje alrededor del 10% del PIB y sin haber alcanzado a países como Francia o Alemania. Por ende, y con el escenario que se avecina (cambios en la pirámide de población, mayor costo de los nuevos medicamentos…), la distribución de recursos deberá en el futuro contemplarse desde nuevas perspectivas.

No se trata de poner una pica en Flandes o, según el talante del analista, ver la botella medio llena o medio vacía pero, de no priorizarse las inversiones, aumentar los ingresos fiscales y racionalizar unos gastos en imparable aumento, nuestra organización sanitaria, un proceso dialéctico entre eficacia y eficiencia, justicia social y coste, podría en unos años decantarse hacia el segundo al punto de hacerse insostenible, lo que implica la asunción de complejas decisiones que deberán ser valoradas por comisiones de expertos (consejos de salud) que establezcan fiables sistemas de evaluación. A modo de ejemplos, ¿para cuándo la unidosis, evitando millones de pastillas en la basura? O un copago farmacéutico por tramos y con relación a la cuantía de los ingresos familiares…

Por lo demás, equidad y universalidad habrían de ser algo más que latiguillos para tranquilizar a la ciudadanía, y si el denostado “¡A por ellos!” se refiriese a los enfermos y su ejemplar cuidado, en lugar de plasmar enfrentamientos identitarios, quizá empezara a cantarnos otro gallo. Y con mejor cacareo. @mundiario

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