Cuando el aire traiga olor a libros quemados aligere en esconder los suyos

Fahrenheit 451,  la temperatura a la que el papel de los libros y título de la novela de Ray Bradbury
Fahrenheit 451, la temperatura a la que arde el papel de los libros y título de la novela de Ray Bradbury.

De nuevo un fantasma recorre Europa sin proletarios que huelan a universo, pobre de aquellos que viven sueño de alienados. También de nosotros los que avisamos.

Cuando el aire traiga olor a libros quemados aligere en esconder los suyos

“Porque con los ignorantes no vale la ciencia, ni la grandeza con la malicia”

Lope de Vega

 

Soplan malos aires cargados de rancios y luctuosos presagios para aquellos que no se dobleguen al pensamiento único y lo “políticamente correcto”. Y no es por el poema-manifiesto de Alberti sobre aquél fantasma que recorría Europa llamado comunismo, sino por la reaparición y crecida preocupante del rancio fascismo, aunque eso sí, con imagen y gestos curvos, capaces de seducir a un considerable porcentaje de la ciudadanía alienada y adormecida. De nuevo resucita el pasado y sectores de la democracia conservadora europea inician su monólogo interior del ser y no ser, comprobando si su redondo ombligo se encuentra en el lugar correcto, mientras actores a sueldo crean la confusión y la complacencia del graderío. Pide aplausos la última un actor secundario aferrado a la última letra del alfabeto.

Han transcurrido solo dos años para que aparezcan carteles y pintadas contra los escritores progresistas y críticos incómodos en una sociedad conservadora, eso sí, con muy buenos modales y pendiente de la Bolsa y el color de los ojos del vecino. Algo que requiere aguda atención porque se palpa el peligro de cautivar a las masas por medio de disfraz populista, todo puro nacionalismo. Pobres los distraídos literatos y poetas ensimismados en sus sueños y egos, ajenos a ese poder que viene destapando el tarro del pasado. Mejor será entonces poner los libros de uno a buen recaudo.

Hace muchos años que dejé de creer en los hechos aislados, ahora en la era digital conviene señalar como se trastea el fruto de un brote “espontáneo” provocado por alcaldes facinerosos de escasas luces, empresarios sin escrúpulos que apoyan la tragedia, junto a políticos ineptos arrastrando una manifiesta pérdida de memoria, que una vez más demuestra su falta de responsabilidad civil. Todavía no se queman libros en las plazas publicas, puede que no sea necesario, pero las bibliotecas no tiene presupuesto para renovar sus catálogos y cierran por las tardes. Disminuyen las librerías. Conscientes unos, incompetentes otros, ahí los tenemos regalando demagogia y agitando la antorcha, para que su luz “purificadora” del nacional socialismo se extienda.

Hacía tiempo que no se corrían moros del “país hermano” en este Sur de “Las tres culturas” Así las cosas, ante la indiferencia de unos y la alarma de otros, aunque, esta última es una minoría, claro. Escribo sin perderle la vista a la derecha independiente de que su líder se retrate con el cuerpo presente de Alberti, airee que lee a Cernuda e inaugure una exposición sobre Max Aub, (se imagina el lector al autor de “La gallina ciega” y “Campo del moro” haciendo manitas con Aznar), porque aquí la gran mayoría de la gente de la pluma cree que no va con ellos y se les ha olvidado el poema de Brecht. Ha escuchado uno tantas veces decir que el autor de “Madre Coraje” es algo obsoleto, que pasó su tiempo y obra. Pide aplausos Piscator

Porque cada día es más preocupante el número de los que juegan a incontaminados, por esto de “no querer saber nada de política”. No pretendo ejercer de defensor de partidos, aunque todavía se podría rebañar algo de izquierda en su fondo, pero resulta machacona tanta ramplonería, mientras el enemigo deja de tomar posiciones soterradamente por los flacos para hacerlo de frente. ¡El mundo es un pañuelo, chico, chico, qué pequeño!, cantan unos versos del poeta.

Ver morirse al invicto
Recuerdo a aquellos mayores del exilio, incluida la mujer de Alberti, María Teresa, para los que toda su preocupación de supervivencia era ver morirse al invicto. No contenían estos deseos ninguna tontería o maldad, cuando la lejanía y la derrota de todo lo sufrido era la constante del desarraigo. He leído estos días mientras contemplo el sainete Más-Rajoy, a Thomas Bernhard: “Maestros antiguos”. Se comprende, pues, que muchos vieneses odien a este escritor y compatriota por lo que no debe sorprender, que no es una delicia de literatura para el sector conservador y pedante de la sociedad actual. Claro que por otra parte y posiblemente cierto tipo de lector entienda que este no es un artículo muy literario, tienen derecho a discrepar, seguro que no lo es, pero no me negarán que en señalo a literatos de un prestigio nada lejano. Ahora bien, que no se piense que trato de mezclar política con literatura, ellas nunca han estado separadas, ni ausentes la una de la otra, vigilándose con el rabillo del ojo. Cuánta actualidad viene tomando aquella frase del invicto: “No se meta usted en política para nada” Creo que no es un simple espejismo. Veremos.

 

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