Cuadros del Londres victoriano, de Natsume Soseki, editado por El Barquero

leight_ml2
Lección de música. / Frederic Leighton (1877)

Exquisita composición del Londres de finales del siglo XIX en la que el escritor japonés, Natsume Soseki, no se resiste a la ensoñación gótica de la capital inglesa.

Cuadros del Londres victoriano, de Natsume Soseki, editado por El Barquero

Exquisita composición del Londres de finales del siglo XIX en la que el escritor japonés, Natsume Soseki, no se resiste a la ensoñación gótica de la capital inglesa.

 

Deliciosa lectura para el verano. Los dos años que Soseki pasó en Londres constituyen una escuela de iniciación a la escritura para este autor japonés, cuyo costumbrismo y su ritmo pausado a la hora de narrar, sin escatimar en detalles, nos embarga en una hipnótica recreación de un Londres que vive entre la represión y la fantasía creativa y transgresora de Wilde.

Los cuadros compositivos que Natsume Soseki esboza con un gran sentido del pudor y la prudencia en este libro no están exentos de un realismo mágico que monumentos como la Torre de Londres provocan en su imaginación. Alto contenido poético y una sobrecogedora sensación de irrealidad en sus curiosas descripciones detallistas y minuciosas evocan una ciudad que se aleja del idealismo convencional que cualquier europeo guarda en su memoria. Sus vicisitudes a la hora de aprender a montar en bicicleta, los desencuentros con sus caseros y una biografía fantasmal tras los muros y decorados de la Torre de Londres nos sumergen en ese probado interés de Soseki por revelarnos que, tras su vivencia personal, existe un misterioso empuje que mueve a escribir, aunque de lo que se escriba parezca la cosa más trivial y baladí del mundo.

  "Saco la cabeza por una ventana del lado este y observo la vecindad. Debajo de mis ojos hay un jardín de unos cuarenta metros cuadrados. Por la derecha, por la izquierda y por detrás está cerrado por un elevado muro de piedra, de modo que su forma es igualmente cuadrada. Parece haber cuadrados por todas partes en esta casa. El rostro de Carlyle no tenía, sin embargo, nada de cuadrado". (pág. 152). (Traducción de Fernando Ortega y Abel Vidal).

Comentarios