Crónicas de trinchera (I)

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Nadie espere que salga de estas teclas – hoy por hoy – tipo de alusión alguna sobre política y políticos. Tiempo habrá para ello y tiempo tendré para intentar teclearlas si es que no muero antes en el intento.

Crónicas de trinchera (I)

Tal vez no se adapte el título del presente a la definición de trinchera: “Trinchera: zanja excavada en la tierra dentro de la cual quedan los soldados protegidos del fuego enemigo o parcialmente cubiertos para poder disparar”. No. Evidentemente no se ajusta porque navegamos a pelo (o con armadura raída y harto reutilizada) y que sea lo que tenga que ser, pero -oiga – se me acaba de ocurrir y así lo he titulado.

Nadie espere, mis respetados lectores y lectoras, que salga de estas teclas – hoy por hoy – tipo de alusión alguna sobre política y políticos, ni sobre telas de atuendo para la ocasión, ni criticas a las inacabables paparruchas inventadas a fin de dar mayor pavoneo a las convicciones, patrañas y proclamas de salón hortera, desde los unos y los otros.

Tiempo habrá para ello y tiempo tendré para intentar teclearlas si es que no muero antes en el intento. Sin dejarme atrás ni siquiera una de esas “comas” (léase ortográficas, que no anda el horno para bollos) que tanto suelo comerme, por aquello de no repasar ni releer ninguno de mis escritos con el consiguiente crecimiento exponencial de las erratas, como lógico es. Al igual que el virus de marras.

¡Tiempo habrá! Y cuando llegue tal tiempo, ni me quedaré corto, ni me haré el perezoso – actitud ésta última, harta frecuente en mi-, si es que la parca tiene la buena educación y decoro de respetarme.

Intentaré exponer de la manera más sencilla, y entendible, lo que un día sí y el otro también viene ocurriendo a los que - como un servidor - tenemos éste elegido oficio. Intentando a su vez, que tal tecleo resulte lo más venial posible; que roce tal vez algo de sarcasmo , pero nunca de bullicioso jolgorio: no vendría a cuento, a más de ser una irreverencia inadmisible.

Puesto que he titulado “crónicas” que es toda narración que recoge los hechos en el orden cronológico en el que sucedieron, y ademas lo puse en plural, pues más de una es preceptivo escribir si es que pretendo ser consecuente. Y no es otra mi pretensión.

Por tanto, empiezo por el principio si les parece (y de no ser así, también, por pura deducción). A las cero cuatro quince – pizca más, pizca menos – mis desobedientes párpados se abren y ya no hay dios que aguante en la cama (¡qué envidia me dieron siempre las personas sobonas sabaneras! Y de la mala, como lo es toda envidia...¿envidia sana? ¡anda ya!), echo los pies al suelo, teniendo muy presente que el primero sea el derecho, abro el ventanal de par en par, le pego dos aspiraciones profundas al aire gélido del ambiente rogocijándome en que sigo respirando, a la vez que me admiro del paisaje más allá del ventanal: cuerdas de pared a pared donde cuelgan bragas y gayumbos suficientemente indiscretos intentando secarse para una nueva puesta; tejas repletas de vaya usted a saber qué diferentes objetos acogen...un patio de luces, vaya. De los de toda la vida. Y mira que tengo donde escoger pero... soy de costumbres arraigadas y eso son códigos rituales inamovibles (salvo compañía grata, que nunca llega a ser el caso).

Salgo con las legañas puestas al cuarto de baño, abro el grifo de la ducha fría, porque soy un machote con tendencia al masoquismo y la misantropía , y procuro acordarme de las diez formas correctas de tomar una ducha, como así lo he leído en alguna que otra revista del hogar, o en el Facebook, o... yo qué sé dónde. Que, por cierto, nunca me acuerdo de todas y siempre lo hago a mi pajolera bola (mojado total, mecaguenlalechequefrío, embadurne con gel pehache 5 del Mercadona, y rasca que rasca toda mi delicada piel y la poca pelambrera que me va quedando; enjuague total y raudo; albornoz de playa, y secado total con toalla impoluta) . Para mi mal, naturalmente, que se me olvidan los diez puntos más importantes para una ducha como dios manda.

Y vuelta al dormitorio donde se habrán oreado las sábanas; o eso creo yo que de ese tema, no he leído nada. Gayumbos boxer tonos oscuros cual jaspe, calcetines deportivos, camiseta de felpa manga larga, camisa reluciente, pantalón – vaquero, últimamente – ; suéter casual y deportivas concordantes con color de suéter. Salón, apertura del ordenata, Skype que te crió, compañeros somnolientos en la pantalla dando el parte, cafetera de cápsulas Nespresso (cuatro o cinco mínimo) y recogida de datos interesantes, serios y plausibles de todos los diarios y televisiones que se me acoplan sin permiso previo (porque yo pongo “radio clásica, pero se cuelan...).

Los números estadísticos que me brindan – cada uno distinto del vecino – me alucinan y ponen impunemente mis entendederas – pocas – en jaque mate. ¿Un consejo de éste analfabeto médicamente hablando – y de lo otro también ? : Pongan atención – poca también – al número de “altas médicas hospitalarias”; a las otras...ninguna y un poco menos que ninguna a ser posible. Que nos aporten el ‘número de contagiados’ de ciento y pico mil y la madre cuando todavía no se han hecho ni un cuarto de los test diagnósticos da que pensar que falsean. Al igual que el ‘número de muertes por el SARS-Cov-2 – que lo he escrito científicamente bien, para que no se diga –, otro tanto de lo mismo. Puesto que el resto de enfermedades ya puestas y llevadas tienen la maldita costumbre de no curarse ‘per se’, aunque puedan descompensarse por la sobre-infección vírica. Bueno... dicho queda: quien quiera que los tome y quien no, pues a otra cosa. Que dos no riñen si uno no quiere, y yo no quiero. Por ahora.

Tomo mi Peugeot 206 que me gasta menos de la mitad que el tanque de las narices. Carretera, aire acondicionado disfuncionante, mascarilla de tela apretando bien la banda superior para no empañar las gafas. Y... llegada al frente. No puedo quejarme de la armadura que me coloco – otros compañeros están infinitamente peor a ese respecto – a la llegada al frente sin trinchera. Los tres compañeros que quedamos en pie – sin contar al resto de personal no facultativo que también está, y merecen todos los respetos y más – hacemos turnos de asistencia: uno a la sala de “sucio” (yo le llamaba “agudos” siguiendo mi tónica de eterno ‘tiquismiquis’, pero dónde hay patrón, ya se sabe), otro al teléfono inacabable y el otro a domicilios inapelables (todos son muy peligrosos, pero éste último se lleva la palma) a valorar viejitos que no pueden ni deben desplazarse y pautar la medicina sintomática que buenamente podamos prescribir, porque de medicina causal – también llamada etiológica, nasti de plasti... no disponemos, así de simple. Un buen miserere y un deseo ardiente de que no se nos vaya el viejito o viejita. Eso lo llevo fatalmente horroroso.

Empollar los nuevos “Protocolos” desde la gerencia de ni sé dónde, aprendértelos a tutiplén hasta los próximos, que no tardarán más de 24 horas, fijo. ¡Ah! Pero eso ya son otras historias de la que tendré que dar cuentas. Y de otras historias aquí no citadas...también. Crónicas de trinchera, ya saben. En plural. @mundiario

P.S. 1- Entre otras muchas cosas y personas, mi aplauso de las veinte en punto va dedicado en este caso a los propios enfermos, que están consiguiendo erradicar uno de los mayores – si no el que más – fracasos de la medicina: La adherencia total y absoluta al tratamiento prescrito.

P.S. 2.- Todavía no me han hecho el test. Y a mis compis tampoco. Conste en acta. Aunque me huelo el por qué...

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