El coronavirus y sus "lecciones" sobre el individualismo

La zona del Obelisco en A Coruña, desierta. / Matías Membiela
La zona del Obelisco en A Coruña, desierta. / Matías Membiela

El individualismo lastra, pues, la funcionalidad de la sociedad civil. Y el coronavirus da una "lección en este sentido".

El coronavirus y sus "lecciones" sobre el individualismo

El contexto actual es bipolar. Porque de un lado acrecienta la importancia conferida al vínculo social, en su funcionalidad tanto emocional como de acción colectiva. Pero de otro expone de modo visceral, "salvo en esos picos de las ocho de la tarde para quien participe de ellos", que la soledad, vinculada al mal del individualismo, es  habitualmente "atroz".

El contexto extremo que experimentamos, acaecido de un modo súbito e inesperado, inflige un golpe a las estructuras mentales cotidianas de la persona. El individuo medita y en muchos casos es crítico o no con ciertos aspectos sociales, socioeconómicos o del mismo mundo de las ideas. Sin embargo, son las situaciones extremas las que barren o golpean preceptos o hábitos asumidos como "normales".

Estar encerrado en el hogar es "un algo" ciertamente bipolar y cambiante según las circunstancias de cada cual. Probablemente uno de los aspectos que más tensiona es la incertidumbre que de modo imprevisto se cierne sobre el ámbito laboral y económico de individuos y familias. La estancia en el hogar tiene asimismo su vertiente de recogimiento e introspección, e incluso labra determinados aprendizajes en lo concerniente a las propias relaciones con el entorno más cercano. Pero no es menos cierto que supone un desafío psicológico, de nuevo cambiante según el sujeto concreto. Un desafío porque en un buen número de casos muta la rutina vital y altera como es evidente la conectividad social, al menos la propiamente física.

No llegan las ocho de la tarde y la luz emana de los hogares, solo ligeramente tupida por el conjunto de personas que se agolpan en balcones y ventanas para aplaudir al admirable y a la vez exhausto capital humano que conforma el sector sanitario español. Incluso durante o después del bullicio y el aplauso, hay quien desde su hogar hace de estandarte con algún tema musical, vivificando aún más el ambiente. En ese instante, normalmente y si no se cae en la ordinariez, la persona experimenta una elevación momentánea de su bienestar subjetivo, esto es una sensación de felicidad.

La razón por la cual acontece este efecto estriba en el sentido de comunidad, y en la sociabilidad y relacionalidad, aun siendo ésta ventana contra ventana. En la unidad que proporciona la lucha contra un objetivo común aderezada por un sentimiento de igualdad ante la circunstancia. Y en la identidad que proporciona el lugar de origen y sus gentes, en este caso el barrio de pertenencia. 

Y es que tal y como señalan los investigadores Bruni y Sugden (2007) las relaciones fraternales están caracterizadas por la simpatía, la buena voluntad, el respeto mutuo y el tipo de tranquilidad social que es engendrada por el mutuo reconocimiento de la igualdad. La fraternidad, y hablo de la fraternidad de naturaleza humanista y cristiana, no llega a ser "intimidad", pero es alimentada por el componente afectivo.

Se dice que la fraternidad se añora cuando se pierde. En este sentido, se puede afirmar que si bien la fraternidad proyectada por la comunidad, como la intimidad configurada por la familia, se han debilitado notablemente en los últimos años —esto es el llamado "declive del capital social"—, el lento tránsito hacia esta nueva realidad social y el cambio en la "norma social", e incluso la "legitimidad y bondad" que muchos agentes atribuyen a dicha transición, hace que ello se tome con resignación, casi como una evolución cuasinormal en la que nada hay que hacer. 

Mas la realidad de la realidad es que ha crecido y mucho el individualismo y la atomización. Se ha erigido predominante el individuo "isolado". 

El contexto actual es de nuevo, como citamos, bipolar. Porque de un lado acrecienta ese sentimiento, la importancia conferida al vínculo social, en su funcionalidad tanto emocional como de acción colectiva. Pero de otro expone de modo visceral, salvo en "esos picos de las ocho de la tarde para quien participe de ellos", que la soledad, vinculada al mal del individualismo, es  habitualmente "atroz".

No es buena porque, como debiera ser evidente, y así lo manifiesta el grueso —por no decir la totalidad— de estudios sobre la felicidad y la satisfacción vital ("bienestar subjetivo" utilizando un término más académico), la persona necesita de los "bienes relacionales", que no es otra cosa que la dimensión comunicativo/afectiva de las relaciones personales (amor mutuo, compañerismo, identidad, reconocimiento). Y no decimos nada nuevo, léanse a este respecto Ética Nicomáquea de Aristóteles o los ensayos de la filósofa Martha Nussbaum en los que revisa la atención que los clásicos rindieron a este motivo.

En el sentido expuesto, es bueno recordar que las relaciones basadas en lazos fuertes (familia y grupo social muy próximo) y en lazos débiles (comunidad, conocidos y contactos) juegan un doble papel: instrumental y expresivo. De dichas relaciones "micro" y "meso-sociales" brota el soporte físico, el soporte económico, el soporte emocional, el consejo y asesoramiento, y lo que hoy es muy importante: la acción colectiva; a más de otras funciones que explicita la enriquecedora Teoría del capital social.

El individualismo lastra, pues, la funcionalidad de la sociedad civil. Y el coronavirus da una "lección en este sentido". Porque nos enseña con dientes lo que es la soledad acrecentada de modo extremo. Y más enseñará la problemática a la que se expone la población en este escenario, al menos en el corto y el medio plazo cuando el efecto de la crisis económica se tangibilice en la caída sustancial del nivel de empleo y de la renta per capita. Porque si la familia y la comunidad han actuado tradicionalmente como estabilizadores automáticos, amortiguando la caída del ingreso en el individuo en coyunturas desfavorables, el mal del individualismo conduce hoy —y hoy con el coronavirus— a mucha gente a pasarlo mal, y también presiona más a un Estado de por sí agotado, debiendo elevar las partidas de gasto social destinadas a paliar la situación creada. @mundiario

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