Sobre la convulsa y turbia vida de Billie Holiday, un mito del jazz, una mujer dolorida

Billie Holiday.
Billie Holiday.

Cuando cesa su voz, cuando el protagonismo lo adquieren los músicos, ella escucha inmersa en un gozo insostenible, afirmando el momento, en una convulsión ligera y dulce.

Sobre la convulsa y turbia vida de Billie Holiday, un mito del jazz, una mujer dolorida

Al escuchar a Billie Holiday a uno le entran ganas de indagar en las profundidades que la están viviendo. Cuando canta, no interpreta una canción sino que va más allá, la hace suya, más propia que si ella misma la hubiera compuesto. Muchos cantautores repiten sus canciones gozosos de su ratificado éxito, pero ella, cuando cantaba, se hundía en la música, se impregnaba de sus textos, y hacía emerger su voz dolorida, su sentimiento acumulado, su conflictiva anexión al mundo.

En los pocos vídeos que disponemos de ella, la vemos actuar con ese extremo sentir instalado en su frágil y pudorosa forma de sonreír al entorno, en ese movimiento de cabeza que balancea una felicidad ignorante, evidentemente narcotizada. Cuando cesa su voz, cuando el protagonismo lo adquieren los músicos, ella escucha inmersa en un gozo insostenible, afirmando el momento, en una convulsión ligera y dulce. La adivinamos cargada de alcohol u otras drogas, en la obnubilación de una grata confluencia, en un momento salvado de la iniquidad de la vida.

Acabo de terminar una biografía que firma Julia Blackburn. Su título: Con Billie Holiday. Su subtítulo es muy descriptivo: Una biografía coral. Y es que su génesis se halla en unas entrevistas que realizara Linda Kuehl a muchos de los que la conocieron. Las hizo a principios de los años 70 y de ellas quedaron unas grabaciones. Linda no supo organizarlas para construir la biografía prevista, se enredó en ellas. Luego se suicidó, se supone que por motivos más graves que esa frustración.

Billie Holiday, cuando cantaba, se hundía en la música, se impregnaba de sus textos, y hacía emerger su voz dolorida, su sentimiento acumulado, su conflictiva anexión al mundo.

Esta biografía se asemeja así a un documental en el que intervienen numerosas voces. En ellas, contrastándolas, se aprecian las distorsiones de la memoria, las distintas perspectivas que se encontraban en las diversas caras que presentaba la cantante, los diferentes tiempos en los que tuvieron lugar los encuentros o las simpatías mayores o menores hacia una mujer tan visceral.

Billie Holiday nació de una madre de diecinueve años. Su padre, que tenía dieciséis, no asumió la paternidad y se alejó de su hija, aunque más tarde se relacionara con ella de forma amistosa, sin que ella pareciera reprocharle nada. Y es que, en el ambiente en el que creció no parecía que hubiera unas normas claras de conducta. Su madre tampoco renunciaba a su libertad y, a lo largo de su infancia, la fue abandonando en casas de familiares o amigos. Con doce años, fue internada en un reformatorio por faltar a clase. Antes, con once, había sido violada por un vecino. Con trece vivía, como si tal cosa en los burdeles, y parece que también ejercía ocasionalmente la prostitución. Lo que la salvó de acabar en ese mundo,  indefinidamente y en exclusiva, fue su talento para cantar. Ya con catorce años, empezó a ganar unos pocos dólares.

Muy pronto se vio inmersa en un ambiente en el que era normal que una mujer resultara apaleada por un hombre. Como dijera más tarde, al lado de uno de sus amantes/representantes, en este caso del rufián John Levi: “Necesito un hombre que sea un hombre, y necesito un hombre que me lo recuerde una y otra vez. Si gano más dinero que él y soy más famosa que él, para afirmar su masculinidad me pega, me abofetea”. Billie Holiday era bastante promiscua, le gustaba andar desnuda por el camerino y recibir así a quien fuera, pero también era una mujer afable.

Desde su adolescencia empezó a tomar drogas: marihuana, alcohol, cocaína, heroína. Y lo hacía en cantidades enormes. No estaba sola. Todos los que la rodeaban también las consumían, aunque muchos lo hicieran en menor medida. Esta afición a las drogas le pasó factura varias veces en forma de detenciones, de estancias en la cárcel. La última prisión en la que vivió fue la habitación del hospital donde moriría a las pocas semanas.

Las trabas que le pusieron a Billie Holiday para cantar libremente fueron numerosas, el jazz apenas generaba dinero. También tuvo que sufrir los problemas de discriminación racial y maltratos de sus amantes/representantes.

Las trabas que le pusieron para cantar libremente fueron numerosas. Su contratación estaba vedada en muchos locales de Nueva York. Por cuestiones de presupuesto – el jazz apenas generaba dinero -, en aquellos tiempos nunca se podía contratar a varias figuras juntas, por lo que, cada una de ellas, se veía obligada a ser acompañada por músicos segundones. Solo la grabación de discos u otras actuaciones excepcionales permitía que una reunión estelar se produjese.

Billie Holiday tuvo que sufrir también los problemas de discriminación racial. Cuando hizo una gira con una orquesta compuesta íntegramente por músicos blancos, no podía compartir con ellos hotel ni el restaurante. Tenía que esperar el inicio de su actuación en un cuarto, proscrita, solitaria. Uno de sus mayores éxitos fue la canción Strange fruit. Su autor, Abel Meerepol se inspiró en una fotografía que le impactó: el ahorcamiento en un árbol de tres negros. No era una imagen aislada. En las dos primeras décadas del siglo XX era algo muy habitual en el Sur de los Estados Unidos. El linchamiento se producía por causas como la de comprobar cualquier signo de orgullo, de prosperidad, o que a alguno de esos negros se le hubiera condecorado con una medalla en la Primera Guerra Mundial por defender ese país en el que era odiado. En un principio, Billie no entendió muy bien lo que decía aquella canción. Su estilo poético, sus metáforas, no eran algo a lo que estaba acostumbrada en las canciones de su repertorio. Cuando la comprendió, la hizo suya, y exigió poderla interpretar en todos los locales donde actuaba. Ello probablemente le causó mayores persecuciones por parte de la policía.

Billie Holiday hacía creaciones maravillosas con su voz, con su alma. No fue la cantante de jazz técnicamente más virtuosa; incluso, su estado físico, habitualmente mermado por las drogas,  constituía una dificultad que la incapacitaba para actuaciones perfectas, pero lo que importaba, lo que queda, es ese sentimiento intenso que se hacía canción, un estilo peculiar que no parece buscado, sino que emerge naturalmente de su ser. Cuando cantaba, parecía sentirse, al fin, protegida contra sí misma y contra un mundo en el que afloraba una barbarie que, sumida en sus narcotismos, había llegado a consentir.

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