La contaminación visual transforma la línea del horizonte gallego

Otra forma de contaminación visual. Los cierres de fincas que utilizan somieres...
Otra forma de contaminación visual. Los cierres de fincas que utilizan somieres...

Hay muchas maneras de contaminar. Quizás, de la que menos se hable –por aparentemente inocua–, es la contaminación visual. La más llamativa es la que provoca la energía eólica.

La contaminación visual transforma la línea del horizonte gallego

Hay muchas maneras de contaminar. Quizás, de la que menos se hable –por aparentemente inocua–, es la contaminación visual. No mancha, no huele mal, no hace ruido... pero daña; daña a la vista y, por lo tanto, a todo nuestro paisaje. La más llamativa es la que provoca la energía eólica.

Hay muchas maneras de contaminar. Quizás, de la que menos se hable –por aparentemente inocua–, es la contaminación visual. No mancha, no huele mal, no hace ruido... pero daña; daña a la vista y, por lo tanto, a todo nuestro paisaje. La más llamativa es la que provoca la energía eólica: los viejos y contornados montes gallegos han quedado violentados por las enormes varas y aspas de los aerogeneradores. Romper con la línea del horizonte no es cosa menor, pues se transforma la corteza terrestre, la visión de miles, millones de años, de nuestra silueta de país. Estos días de ocio, por los montes de O Candán en la comarca del Deza o por los de Carnota en la Costa da Morte, los nuevos molinos de viento fueron atacando la visión a cada paso. Pura y dura contaminación visual.

Pero existen otras muchas expresiones de esta contaminación. No hay que subir a los montes ni alcanzar las dimensiones de esas gigantescas turbinas eólicas. Hace pocos días, el propio alcalde de Santiago, Agustín Hernández, alertaba de las malas condiciones de algunos tramos del Camino de Santiago a la entrada en la capital de Galicia. Lo que les sucede es simplemente que contaminan a la vista. Porque después de un viaje transformador hasta la meta jacobea, los peregrinos encuentran rudos salvacunetas al pie del camino, asfalto donde podría disimularse con un poco de zahorra o un pasadizo verde, medianeras o barandillas que claman por una mano de pintura... En fin, pequeñas cosas que, en un caminante que llega poseído por la grandeza de la Ruta a Santiago, pueden provocarle un verdadero bajón.

Eólicos al pie del mítico Monte Pindo, en Carnota, en la Costa da Morte.

 

Es poca la inversión que se necesita para paliar los efectos de esta contaminación visual más doméstica. Al final, solo es cuestión de gusto, delicadeza y atención al entorno. Es evidente que un contenedor de basura no se puede colocar en medio de una calle turística, o delante de unos árboles destacados de un parque, o al pie de las terrazas de verano de un local. O que todas esas nuevas rotondas que nos invaden en las vías deben ser diseñadas para que el impacto sea mínimo, y no dejarlas en cemento o con la hierba seca... Y los cientos de muros, vallados, cierres, cercas... que se alzan por este país del noroeste ibérico, claman, simplemente, por una mano de pintura blanca, o por conservan la piedra tradicional y, sobre todo, o por un cambio en su “puerta” de acceso: que ese terrible somier deje paso a un aplique de madera o similar.

Con los nuevos molinos de viento es más complicado. Pero todo lo demás tiene fácil arreglo: políticos sensibles y ciudadanía sensible. Por otra parte, no debemos olvidar que, sin contaminación visual, se vende mucho más.

   

Comentarios