'Consulte a su farmacéutico': las peripecias de un jubilado en busca de orientación

Una oficina de farmacia.
Una oficina de farmacia.

La cara de Manuel se iluminó de satisfacción. Agradeció las atenciones de José María y antes de marcharse soltó: "Por eso en la tele dicen siempre 'consulte a su farmacéutico'".

'Consulte a su farmacéutico': las peripecias de un jubilado en busca de orientación

La cara de Manuel se iluminó de satisfacción. Agradeció las atenciones de José María y antes de marcharse soltó: “Por eso en la tele dicen siempre 'consulte a su farmacéutico”.

 

Manuel Santos llegó a la puerta de la farmacia, se descubrió la calva y entró sujetando la boina con las dos manos en un gesto que parecía estar pidiendo perdón. En el telediario había escuchado que el Gobierno central iba a cobrar una parte de las medicinas a partir del 1 de julio de 2012 y estaba un tanto alarmado porque había entendido que el copago también afectaría a los pensionistas. El farmacéutico estaba atendiendo a otros clientes y esperó con paciencia a que le tocase su turno. Se conocían desde hacía muchos años. Manuel era un emigrante que había retornado después de examinar las costuras al mundo en Argentina, Venezuela y Suiza.

José María, ¿me podrías decir cuánto voy a tener que pagar por los medicamentos? –preguntó resignado al boticario. 

–Claro Manuel, pero mejor lo ves en este cartel que he colgado en la entrada. Ahí tienes toda la lista –respondió José María con la atención que le dispensa a todos sus clientes, la mayor parte de avanzada edad. 

Manuel se dirigió hacia la puerta y estuvo examinando el cartel un buen rato, fijándose en los colores que le habían dado a cada supuesto. Era un hombre de mundo y contaba maravillosas historias de sus penurias de emigrante. Cuando decidió regresar para ocuparse de su hija con una minusvalía psíquica al morir su esposa Rosario, desempolvó los aperos de labranza. Trabajaba para quien lo llamase y en la época de la tala era uno de los leñadores más buscados por los madereros  debido a su pericia y esforzado trabajo. Nunca se quejó de los reveses de la vida y siempre le contestó a las desgracias con una sonrisa. Acababa de cumplir 80 años y todavía trabaja las tierras que pudo ir comprando con sus ahorros. En Venezuela y Argentina se ganaba el jornal en la conservación de la red ferroviaria. En Suiza tuvo que subirse a un andamio para ejercer de peón de albañil. 

José María, sólo una cosa –comentó mientras desandaba los pasos que había emprendido.

–Lo que necesites – contestó el farmacéutico. 

–Es que no sé leer –dijo Manuel en voz baja mientras agachaba la cabeza. 

La confesión dejó descolocado al farmacéutico unos segundos. Asimilada la situación, José María se dirigió al cartel y con ternura y comprensión comenzó a descifrar a su cliente lo que decían las letras estampadas sobre vivos colores. A pesar de detallar cada supuesto y los límites del copago, el gesto de Manuel reflejaba que no estaba entendiendo gran cosa de lo que le estaba contando. El farmacéutico se dio cuenta y comprendió que el trabajo pedagógico tendría que ser igual que cuando le leía y explicaba el prospecto de una medicina a las personas mayores. 

Manuel, ¿tu pensión no es mínima?

–Claro y empecé a cobrar hace poco porque un viejo amigo se preocupó de arreglarme los papeles. 

–Pues entonces tú no tienes que pagar nada. 

La cara de Manuel se iluminó de satisfacción. Agradeció las atenciones de José María y antes de marcharse soltó: “Por eso en la tele dicen siempre 'consulte a su farmacéutico”.

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