Clarice Lispector: la mujer que necesitaba escribir el misterio interior

Clarice Lispector, escritora. RR SS.
Clarice Lispector, escritora. / RR SS.

Lo importante es seguir el mandato interior, tratar de combatir la adversidad, la insignificancia: “Escribo como si quisiera salvar la vida de alguien, probablemente mi propia vida”.

Clarice Lispector: la mujer que necesitaba escribir el misterio interior

Hacía poco que había tomado mi primer contacto con su obra, a través de su Un soplo de vida, un libro que me cautivó desde su fuerza extremadamente literaria, cuando tuve noticia de que se había publicado una biografía suya. No dudé ni un momento en comprar ese Por qué este mundo, un excelente estudio de su vida y de su obras escrito por Benjamin Moser. La mujer que estaba detrás de aquellas sugerentes, complejas – y alguna vez herméticas – palabras era un misterio que me apetecía desvelar, y que, un estudio de su vida, podría hacerlo hasta allí donde alcanza la visión externa de una persona tan rica de vivencia interior, tangencialmente expresada en sus escritos.

Clarice Lispector, nacida en 1920, de procedencia ucraniana, emigró a los pocos meses de vida a Brasil, llevada, junto a sus dos hermanas, por unos padres atemorizados por los crecientes pogromos contra los judíos. Desde muy pequeña ya había manifestado su vocación literaria y, con tan solo 21 años, publicó su primera novela, Cerca del corazón salvaje, que ganaría el premio a la mejor novela del año.

Muy joven se casó con un diplomático. Este hecho marcó su vida con sus sucesivos traslados, varios de ellos a capitales europeas. Así se inicia en una doble vida: la social, como esposa de un diplomático y su vida interior, traducida a palabras con las que logra textos más comparables a los de los místicos o a los de los santos que a los de los novelistas al uso: “Sus libros son extraños, tejidos con un lenguaje mágico, sin parangón en la literatura brasileña. Tuvo éxitos, pero también muchos problemas para publicar.” Su obra fue comparada con la de Joyce, Virginia Woolf, Katherine Mansfield, Dostoievski, Proust, Gide, aunque, cuando esto ocurría, alegaba ella que no los había leído. De ella se valoró: “La preciosa y precisa armonía entre expresión y sustancia”.

Antes de casarse, había tenido su primer desengaño amoroso. Fue el de Lucio Cardoso, un homosexual que resultaba inaccesible como pareja, al que tuvo que aceptar solo como amigo. En ese momento, sufrió su primer internamiento hospitalario por depresión. A lo largo de su vida, recurrió con regular frecuencia a terapeutas en busca de solución a sus desarreglos psicológicos, pero parece que alguno de ellos incluso llegó a hartarse de ella por su terca inaccesibilidad.

Se aburría en sus estancias europeas. Añoraba su Brasil. Suiza fue para ella insoportable: “Un cementerio de sensaciones”. No le llenaban esos círculos diplomáticos en los que se movía, esa vida de ama de casa burguesa que esforzadamente intentaba asumir como propia. Alguna válvula de escape encontró. En Nápoles, en plena Segunda Guerra Mundial, pidió permiso para visitar todos los días a los enfermos en el hospital. Se sentía falsa: “He visto a demasiada gente, he contado mentiras, he sido muy agradable. La persona que se lo está pasando bien es una persona que no conozco, una mujer a la que detesto”. ”Di cenas, hacía todo lo que se supone que tenía que hacer, pero con disgusto”. El matrimonio es una resignación. Retrospectivamente, al separarse, lo reconoció: “Perdí toda la vivacidad y todo el interés por las cosas”.

Los libros de Lispector son muy densos, su prosa recorre muchos recovecos mentales; precisa, para ser enteramente valorada, de una atención exhaustiva. Su cuñada Eliane decía de su sensibilidad ante el mundo: “Sentía lo que ellos sentían incluso antes de que lo hicieran”. Rubem Braga, otro escritor, le dijo: “Atrapas mil ondas que yo no puedo atrapar”. Pero esto podía ser muy doloroso para la escritora: “Ya no puedo seguir cargando con la pena del mundo”.

Clarice Lispector estaba considerada como una mujer muy atractiva, muy sensual. Un periodista dijo de ella: “La señora Lispector es una rubia impresionante con el carisma de una estrella de cine, que ilumina cualquier habitación en la que entra”. Aunque parece que, a medida que cumplía años, se iba haciendo más intratable, menos conciliadora. Cuando joven, era extremadamente educada. Pero años más tarde: “Tenía el rostro de alguien que, con la mayor de las dignidades, siempre estaba sufriendo. No invitaba a una familiaridad efusiva, cariñosa, afectiva”. “Incluso los que más la querían la encontraban agotadora. Suscitaba una necesidad de protección por parte de los otros, una urgencia de ser auxiliada en su gran sufrimiento. Aunque sus amigos dejan claro que nunca pidió nada y que era más un sentimiento que nacía en uno mismo.” Ella reconocía sus problemas de relación: “Me pregunto si no evité  acercarme a la gente por miedo a que podría odiarles. Me llevo mal con todo el mundo. Soy intolerante.”

A pesar de su gran prestigio literario, los editores la rehuían porque no seguía las modas: la del “realismo social” ni los de la burguesía brasileña. Clarice, para sobrevivir económicamente tuvo que escribir muchas columnas que en nada remitían a su obra. Muchas veces con pseudónimo, dando consejos a las mujeres, como en un consultorio femenino de tono bastante reaccionario. Pero también escribía sobre viajes, sobre sus hijos, sobre su infancia. Al final, decía que el haber escrito columnas le había hecho sentirse muy amada, más que por sus libros. También se dedicó al género de la entrevista: “Algunas de sus entrevistas eran milagros de ternura”.

Ya lo decía ella: “Mis problemas son los de una persona con el alma enferma.” “La soledad que siempre necesité es al mismo tiempo insoportable”. Al escribir, se sumergía en el naufragio de la introspección. Pero reconoció que esa ineludible actividad no le proporcionó lo que ella quería: la paz. “Al escribir tengo un poco de recelo de ir demasiado lejos”.

En el último tramo de su vida, la fama la aisló aún más: “La consideraban un monstruo sagrado. La veían rara, misteriosa y difícil”. Uno de sus terapeutas la describió así: “Llevaba una carga de ansiedad que rara vez he visto en mi vida. Es muy difícil estar junto a alguien así. No podía soportarse a sí misma y los demás no podían soportarla”.

Era muy radical a la hora de escribir sus novelas: “Temo adquirir una facilidad detestable. No quiero escribir por hábito sino por necesidad”. Había buscado el “estado detrás del pensamiento”. “Cuando releo lo que he escrito siento como si estuviera tragándome mi propio vómito.” Reconocía su hermetismo: “Soy tan misteriosa que ni yo misma me entiendo.”

Cuando se separó, vivió sola o, en alguna temporada, con la compañía de uno de sus dos hijos,  que era esquizofrénico; hacia el final de su vida, con el apoyo de alguna amiga o la asistenta. Su casa sufrió un incendio, a causa de su afición al tabaco y su dependencia de los somníferos,  que le produjo importantes quemaduras. El único periodista que la entrevistó para televisión (se puede encontrar el vídeo en youtube) en los últimos meses de su vida, dijo de ella. “Fui atravesado por la mirada humana más desamparada que uno pueda lanzar sobre otro”. Una vez dijo, tal vez pensando en sí misma: “Toda historia de una persona es la historia de su fracaso”. Hay éxitos que no sirven. Lo importante es seguir el mandato interior, tratar de combatir la adversidad, la insignificancia: “Escribo como si quisiera salvar la vida de alguien, probablemente mi propia vida”. @mundiario

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