"Chaval, en este país no serás nunca nadie si no pasas por el Tribunal de Orden Público"

Manu Leguineche.
Manu Lenguineche.

Se llamó, oficialmente, Manuel Leguineche Bollar; pero quienes hemos tenido la oportunidad de conocerle utilizábamos el simple diminutivo "Manu" para distinguirlo de cualquier otro. Se nos ha ido.

"Chaval, en este país no serás nunca nadie si no pasas por el Tribunal de Orden Público"

Creo que fueron unos ochenta los libros por él escritos. Toda una "Tribu" bibliográfica de la que forma parte su conocida "La Tribu", publicada en los ya lejanos 80, y que marcó en buena medida la vida del -perdonen el juicio de valor pero no me puedo morder la lengua- mejor reportero y corresponsal de guerra que parió esta tierra.

Ser vasco era para él una seña de identidad. Más todavía, ser vizcaíno. Se llamó, oficialmente, Manuel Leguineche Bollar; pero quienes hemos tenido la oportunidad de conocerle utilizábamos el simple diminutivo "Manu" para distinguirlo de cualquier otro.

Se burló de mí, allá por los años finales del decenio de los 60 del siglo pasado, cuando le conté que un militar, de guardia en la Capitanía General de la VIII Región Militar, me había denunciado por hacer una defensa subliminal del maoísmo en la radio del Movimiento que era Radio Juventud de Galicia (simplemente mencioné que Mao había abolido la poligamia e instaurado la enseñanza gratuita hasta los 14 años). La denuncia trajo como consecuencia el prestar declaración ante el subjefe provincial del Movimiento, a la sazón un exdelegado provincial del Ministerio de la Vivienda. Y "Manu" -un poco mayor que yo- me dijo muy serio: "Chaval, en este país no serás nunca nadie si no pasas por el Tribunal de Orden Público (TOP)".

Tomábamos un café con porras en un viejo cafetín madrileño de la calle Huertas y lo que restaba de esa especie de churro blandengue y grasiento pero verdaderamente sabroso que es la porra se quedó como para otra ocasión porque, sinceramente, no me había gustado nada lo que aquel viajero empedernido, corresponsal de cincuenta mil guerras que tuvo la ocasión de trabajar a las órdenes de Miguel Delibes, me había dicho.

Sabía, obviamente, que una denuncia de tal calibre solo tenía trascendencia -si trascendía- en una ciudad pacata como lo era, entonces, La Coruña, ciudad en la que nadie es forastero, y que nada tendría que ver con A Coruña de hoy, en la que escasean los foráneos. Pero era "mi medalla", ganada sin intención porque nada había de exaltación en el artículo leído en aquella añorada Radio, sino más bien, era la constatación de un hecho. Pero no tenía entidad para "Manu" y uno, que es muy suyo, dejó la porra abandonada en el platillo que acogía la taza y su todavía humeante café con leche.

Coincidimos varias veces en aquel Madrid efervescente. La última para decirnos simplemente "Hasta la próxima". Y no hubo "próxima". Sus viajes constantes para atender las exigencias de TVE, su entrega a las agencias y sus libros y, posteriormente, su enfermedad y encierro en Brihuega, lo impidieron. Ahora es, simplemente, imposible, porque "Manu" escribe crónicas de una revolución celestial generada en la tierra por un Papa Francisco que, seguro estoy, entendería perfectamente el ser y sentir de Leguineche, el cronista de todo tiempo que un día puso otra letra a la popular "Yo te diré", banda sonora de "Los últimos de Filipinas".

En la próxima estación nos saludaremos.

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