Cesare Pavese en sus diarios: el dolor de no saber vivir

El poeta y novelista italiano Cesare  Pavese
El poeta y novelista italiano Cesare Pavese

“La compensación de haber sufrido tanto es que luego morimos como perros” (Cesare Pavese, 1937).

Cesare Pavese en sus diarios: el dolor de no saber vivir

El oficio de vivir, del poeta y novelista italiano Cesare Pavese, es uno de los mejores diarios que haya leído nunca. Hace poco he vuelto a él, tal como me parece que debe hacerse, en pequeñas dosis diarias que favorecen una concentración superior en sus profundas entradas. Y es que este diario escrito entre los años 1935 y 1950 (hasta pocos días antes de su muerte) ofrece al lector una intensidad pocas veces igualada. Se trata de un ejercicio de profunda introspección, un factor de perspicaces ideas sobre el mundo que le afecta, una consignación de su estado anímico. Y también un discontinuo ensayo sobre la literatura.

En todo momento, Pavese se muestra como un hombre que, aunque intente congeniar con el mundo, disfrutar de él, es un firme creyente de la soledad

En la censurada edición en que releo estos diarios (hay otra posterior, completa, de Seix Barral, que no añade gran cosa) casi nunca figura un nombre propio y jamás se narra el hecho concreto que da lugar a sus sentimientos. Así, lo que nos queda es solamente el paulatino resultado de su vida, exento de las vicisitudes que lo propiciaban. Los tenemos que imaginar, pero no es imprescindible su descripción: tenemos bastante con el reflejo que causan.

Pavese releía lo que había escrito y esta lectura le servía para reconocerse desde cierta alumbradora distancia que, sin embargo, no conseguía borrar las sombras que imponía su visión pesimista de las cosas. Las anotaciones mayoritarias se refieren, bien a sus lúcidos análisis literarios, que no tienen un fin en sí mismo sino que los realiza como aprendizaje para su oficio de poeta y novelista; bien a la expresión de su momento psicológico en relación a su colisión con el mundo. Estas últimas abundan más en los primeros años, y también en los últimos. Las primeras, las literarias, ocupan el periodo central. Lo que no entra en ningún momento en este diario es el relato de las circunstancias exteriores, ni siquiera teniendo en cuenta lo importantes que fueron estas, con el dominio fascista primero (él era comunista y llegó a estar encarcelado) y la Segunda Guerra Mundial después.

Entre sus confesiones más personales están las de sus desilusiones sentimentales que lo conducen a una fuerte misoginia que él mismo reconoce: “No se escapa del propio carácter: misógino eras y misógino sigues siendo. ¿Quién lo creería?”. La idea que ha ido adquiriendo de la mujer convierte sus relaciones en un peligro: “Pero, una mujer que no sea estúpida encuentra, más pronto o tarde, un hombre sano, y lo reduce a desecho. Siempre lo consigue”. Es muy duro su lamento: “Si te ha ido mal con ella, que era tu sueño, ¿con quien te podrá ir bien nunca?” Ya se ve obligado a creer en la importancia de las estrategias en el amor: “Quien trata de conservar a una mujer a fuerza de mera entrega y sinceridad es un ingenuo”. O este comentario desolador: “Si una mujer no traiciona es porque no le conviene”. Lo tiene claro: “Puesto que a una mujer es preciso plantarla tarde o temprano, más vale plantarla enseguida”.

Otra de las constantes del diario es la atracción por el suicidio que finalmente consumaría. Ya en 1936 decía: “Y sé que estoy condenado para siempre a pensar en el suicidio ante cualquier molestia o dolor. Esto es lo que me aterra: mi principio es el suicidio nunca consumado, que nunca consumaré, pero que acaricia mi sensibilidad”. O unos años después, en 1937: “El mayor error de un suicida no es matarse sino pensar en ello y no hacerlo”. O unos meses más tarde: “La dificultad de suicidarse está en esto: es un acto de ambición que solo se puede cometer cuando se ha superado toda ambición”.  Vemos que su idea del suicidio está muy conectada con sus fracasos amorosos: “En realidad, la lógica conclusión de tu estado es el suicidio. O cometerlo de una vez o perdonar al mundo – a ella, que es todo el mundo”.

En todo momento, Pavese se muestra como un hombre que, aunque intente congeniar con el mundo, disfrutar de él, es un firme creyente de la soledad: “Por viva que sea la alegría de estar con amigos, es más fuerte la de marcharse solos, después”. Para él: “Vivir entre la gente es sentirse como una hoja zarandeada”. No creía en una verdadera conexión con los otros: “A quien no se salva por sí solo nadie lo puede salvar”.

Son muchos sus pensamientos en torno al hecho creativo: “Porque lo que le da tensión a la poesía en sus comienzos es el ansia de realidades espirituales ignotas, presentidas como posibles”. “La admiración por un gran pasaje de poesía no se dirige nunca a su pasmosa habilidad, sino a la novedad del descubrimiento que contiene”. “En este oficio de versificar no es la cálida inspiración lo que crea la idea feliz, sino la idea feliz lo que crea el valor inspirado”. Y más: “La poesía no es un sentido sino un estado, no un comprender sino un ser”.

Son muchos sus pensamientos en torno al hecho creativo: “Porque lo que le da tensión a la poesía en sus comienzos es el ansia de realidades espirituales ignotas, presentidas como posibles”.

Pero la creación no es la salvación, a la postre: “No es nada la preocupación de componer – el famoso tormento – ante la de haber compuesto y no saber luego qué hacer”. En sus días finales, recibe el mayor premio literario que hay en Italia, pero no le sirve: “Este viaje tiene pinta de estar a punto de ser mi máximo triunfo. Premio mundano… D. que me hablará – todo lo dulce sin lo amargo. ¿Y después? ¿Y después?” Y antes, en 1945, había dicho: “Has rozado dos veces el suicidio este año. Todos te admiran, te felicitan, te bailan el agua ¿Y qué?”. O cuando dice: “Tu pena particular – que es la de todos los poetas – consiste en esto: que por vocación no puedes tener sino un público, y en cambio buscas almas gemelas”. Aunque: “Es hermoso escribir porque conjugas dos alegrías: hablar solo y hablar a la multitud”.

Lo que deducimos de sus diarios es que su vida está hecha predominantemente de un sufrimiento que no tiene más remedio que afirmar: “La ofensa más atroz que se puede inferir a un hombre es negarle que sufra”. Pero no cree que los demás sean mucho más felices en el fondo: “Todos los hombres tiene un cáncer que los roe, un excremento diario, un mal a plazo fijo: su insatisfacción”. Para él: “La única alegría en el mundo es comenzar”.

En estas últimas entradas, sus anotaciones son casi lapidarias: “22 de junio: Mi papel público lo representé como pude. He trabajado, he dado poesía a los hombres, he compartido las penas de muchos”. Otro día, se dice, nos dice: “Hay una cosa más triste que haber fracasado en los propios ideales: haber tenido éxito”. Es la ironía más amarga. La que le hiciera decir, bastantes años antes: “La compensación de haber sufrido tanto es que luego morimos como perros”. No le gusta el mundo pero tampoco se gusta a sí mismo: “Seamos sinceros. Si se te presentase delante Cesare Pavese, ¿estás seguro de que no te resultaría odioso?”

No conocemos qué fuerza última lo ayudó a lanzarse sobre la incógnita de la inexistencia. El 17 de agosto de 1950 ya sabe que no terminará el año. El 18, hace sus anotaciones más famosas: “Basta un poco de valor. Todo esto da asco.” Y añade: “Basta de palabras. Un gesto. No escribiré más”. Ya no más escribir para no detenerse. Ya nada vale nada sino la absoluta desaparición. La de un hombre atormentado, la de un gran poeta y un apreciado novelista. @mundiario

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