Muerto el escritor Henning Mankell, el personaje Wallander pervive

Henning Mankell y la portada de su penúltimo libro.
Henning Mankell.

El escritor sueco Henning Mankell subió definitivamente al Olimpo policíaco - no “negro” - junto a los británicos Conan Doyle y Agatha Christie y el belga Georges Simenon.

Muerto el escritor Henning Mankell, el personaje Wallander pervive
Un colofón, pienso, no está del todo mal. El inspector Wallander se despertó en su casa de Ystad con una terrible resaca, después de una larga noche de escuchar La Traviata entre los vapores de whisky.

Eran ya las 8, sacó del microondas una taza de café tan caliente, que al cogerla le quemó los dedos y la negra pócima se le escurrió, dejando una gran mancha sobre su camisa blanca.

Se cambió a toda prisa, se puso un jersey y encima una cazadora verde. El termómetro marcaba 1 bajo cero y el horizonte estaba cubierto por un cielo gris. Sin duda, un año más, las primeras nevadas caerían ya en otoño.

El coche carraspeó un poco antes de decidirse a arrancar.

Por fin llegó a la comisaría, casi una hora más tarde de lo debido. Seguramente estaban todos en la reunión matinal.

— No, Kurt, la he cancelado – lo tranquilizó, no sin un mohín de reproche, la nueva comisaria jefe, la rotunda Ingrid Ullberg. — He enviado a todo el equipo a identificar un cadáver.

— ¿Dónde?

— A un paso de Löderup. Acaban de llamar para decirme que ya lo han identificado. Si es así. vamos a convertirnos en el centro del mundo.

— ¿Cómo?— inquirió Wallander.

— Prefiero no anticipártelo, confío mucho en tu sagacidad. ¡Lárgate!.

El inspector obedeció, pero antes recorrió a su jefe de arriba abajo. Esta vez, estaba seguro, se había enamorado de verdad, de esta incitante mujer, unos diez años más joven que él, que estaba quedándose solo, luego de la muerte de su padre y de su exesposa Mona, al borde de la jubilación y de ser abuelo del hijo de su hija de casta policial, Linda Wallander, bueno, Linda Robertsson. Incluso Baiba, su antiguo amor letón, viuda por el alevoso asesinato de su marido, también pilicía, había vuelto a casarse aunque ella y Kurt r, seguían siendo muy buenos amigos.

Kurt descubrió enseguida la línea de demarcación policial, nada más aproximarse al hermoso bosque.

Al pie de un árbol en una de cuyas remas se erguía orgullosamente un urogallo, yacía un cuerpo semicubierto. Nyberg lo examinaba y al fondo, entre unos matorrales, le pareció ver a Rydberg disintiendo despectivamente.

Wallander se adelantó, preguntó, le dijeron algo inverosímil. el inspector se acercó al cadáver. Sacó un pitillo de una bolsa que llevaba consigo, lo chupó ávidamente, acto seguido extrajo una botella de plástico con un fondillo de agua, echó dentro la colilla, la guardó disimuladamente y sentenció:

— No. No es Mankell. Yo soy Mankell.

Mal será que algún lector adicto a las novelas del gran escritor escandinavo no entienda este pequeño homenaje nuestro.

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