MICRORRELATO: CASTILLOS DE ARENA

MANO Y ARENA
Arena en la mano.

Salió del agua cuando su madre le avisó de que ya era hora de la merienda. Había jugado tanto que las piernas le dolían y los dedos estaban tan arrugados que parecían uvas pasas.

MICRORRELATO: CASTILLOS DE ARENA

Salió del agua cuando su madre le avisó de que ya era hora de la merienda. Había jugado tanto que las piernas le dolían y los dedos estaban tan arrugados que parecían uvas pasas. Se estiró sobre la toalla recién sacudida y esperó impaciente hasta que tuvo entre sus manos un bocadillo envuelto en papel de plata. El olor del pan blanco con chorizo le hizo salivar de gusto. Dio el primer mordisco y comenzó a masticar con voracidad pensando que, en cuanto acabase, iría a las rocas a pescar bichitos con el ganapán. El sol era una manta suave que abrigaba su piel de gallina. De pronto, sintió un leve escozor sobre sus piernas. Alguien había derramado un puñado de arena sobre ellas. Entonces, se giró y escuchó que le preguntaban:

– Papá, ¿me ayudas con el castillo?

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