Cada Navidad tiene sus 'imanes', los que dan sentido a esta fiesta

Lucesitas
Luces de Navidad.

Hay unas fuerzas centrípetas que sostienen, cada diciembre, la Navidad. En unos casos, los niños; en otros, las "matriarcas", que trabajan muy duro para convocar a familias dispersas... 

Cada Navidad tiene sus 'imanes', los que dan sentido a esta fiesta

Hay unas fuerzas centrípetas que sostienen, cada diciembre, la Navidad. En unos casos, los niños; en otros, las "matriarcas", que trabajan muy duro para convocar a familias dispersas... 

Hay unas fuerzas centrípetas que sostienen, cada diciembre, esta Navidad que hoy concluye. Sin su presencia, todo lo que nos ha rodeado durante estos días quedaría reducido quizás a los watios de unas luces en lo alto de la calle, a un par de raciones o vinos de más, y a comercios atestados. Pero existe algo que prende de nosotros y nos hace continuar camino. Y que nos permite iniciar con ánimo el argumento nuevo de cada enero.

Hay unos —llamémosles— sentidos, que asientan este polvorón fragmentado y harinoso al que tendemos todos. Le dan consistencia, resistencia. Son los imanes navideños. Quien tiene la suerte de la fe, de la religiosidad, ve ya en ella, quizá, ese sentido. Pero hay otros, otros imanes...

Este día 6, Día de Reyes se despliega con toda su impetuosidad una de esas fuerzas: la que portan esos seres pequeñitos que pueblan y revolucionan nuestras casas. Ellos, que nos hicieron ayer recoger los caramelos del suelo que lanzaban sus Majestades, preparar después un chocolate con roscón en la mesa principal del salón, y ellos, que hoy nos han hecho levantarnos a la hora más dura de la oficina. Los niños son uno de los imanes navideños. La primera fuerza. Aunque los años, a algunos, ya les vayan hablando de otras realidades, como las de los regalos en los zapatos o al lado del árbol...

Pero hay otra fuerza centrípeta en estas Fiestas. Una fuerza matricial. Que junta, alrededor de la casa natal, y de la mesa, a toda la familia posible. Que trabaja a destajo mientras los demás andamos de relaciones sociales, y vamos yendo y venido, con nuestro ocio, saludando amistades y paseando la ciudad o el pueblo. Mientras, ellas, las madres, son capaces de sentarnos alrededor y convocarnos en una suerte de comunión.

El pasado sábado,  al lado de una enorme secuoya ahora cortada y seca (pues se talada hace pocas fechas en el parque Rosalía de Castro de Lugo) hablábamos de esto el amigo Manuel y yo. Y de los tiempos futuros cuando tengamos que sostener nosotros y nuestras mujeres, esa cuerda tan firme por la que ahora tiran, sin descanso, ellas, las matriarcas; y para cuando los niños crezcan. Deberemos ser nosotros, para entonces, los imanes.

Porque los imanes navideños no son otra cosa que un código de supervivencia. Basado en tres cláusulas muy básicas. Primera: Vivir el momento. Segunda: hacer agradable la existencia a los allegados. Y tercera: mantener la amistad y la conversación de los coetáneos.

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