Los buenos propósitos vuelven a repetirse en la noche más esperada del año

Brindis.
Brindis. / lanuevarutadelempleo.com

Llega el momento de hacer balance, de reflexionar sobre los logros y los fracasos que nos han acompañado durante los últimos 365 días y de fijarnos nuevos propósitos.

 

Los buenos propósitos vuelven a repetirse en la noche más esperada del año

Llega el momento de hacer balance, de reflexionar sobre los logros y los fracasos que nos han acompañado durante los últimos 365 días y de fijarnos nuevos propósitos.

Tras la resaca de las fiestas con las que recibimos el 2015… ¿qué queda además de un sinfín de  atracones, reuniones ineludibles, sobremesas interminables y buenos deseos para todos? Tal vez la respuesta sea un tópico, pero, sin los propósitos para el nuevo año que da inicio, ¿acaso habría que celebrar con tanto esmero una fecha tan señalada?, ¿habría que meditar y trazar hasta el más mínimo detalle de una noche que supone el tránsito de lo viejo a lo nuevo? Sinceramente, y por mucho que me esfuerce, me siento la misma persona el 31 de diciembre a las 23:59 que el 1 de enero a las 00:00. Si en ese preciso instante el tránsito ya se ha producido, ¿por qué no he sido capaz de cambiar los estándares que rigen mi vida?, ¿por qué no he podido asumir inmediatamente los nuevos objetivos que me he fijado?, y, lo más importante, ¿por qué no he podido desprenderme de los malos recuerdos que se han ido almacenando en mi memoria durante los últimos doce meses? 

Quizás sean demasiadas las preguntas que me planteo en tan breve espacio de tiempo. Quizás deba madurarlas durante los próximos doce meses hasta poder darles respuesta. Pero, de ser así, ¿estaré el 31 de diciembre de 2015 planteándome los mismos interrogantes?

Vivimos rodeados de incertidumbre, lo impredecible nos acecha desde que nos levantamos hasta que nos acostamos y, por extensión, desde que nacemos hasta que morimos. Tal vez sea esa incertidumbre la que nos fuerza a dividir nuestra existencia en años, períodos de tiempo en los cuales hacer balance, reflexionar sobre nosotros mismos, sobre los logros y los fracasos que nos han acompañado a lo largo de los últimos 365 días, con el único fin de erradicar aquello que nos ha causado dolor en un nuevo intento para alcanzar la tan ansiada felicidad. Sin embargo, si el balance que propongo busca obviar lo negativo, ¿por qué seguimos marcándonos propósitos cuando, en la mayoría de los casos, lo único que nos señalan son las frustraciones del pasado? Esta contradicción lo único que consigue es reforzar la idea de que tras un año llega otro, de que el calendario no se parará por mucho que en más de una ocasión nos hubiese gustado detener el tiempo o, por el contrario, acelerarlo hasta límites insospechados. Así, la mítica expresión de “año nuevo... vida nueva” pierde todo su sentido al quedar relegada a un mero deseo con el que los humanos pretendemos convencernos de que todo, absolutamente todo, va a mejorar con la llegada del nuevo año.

No obstante, con estas palabras no pretendo sembrar el pesimismo, en ningún caso aspiro a demoler las ilusiones ni las esperanzas que se han ido forjando durante los días previos a la noche más larga del año. Personalmente, confío en que el 2015 sea un punto de inflexión, el año en que los españoles podamos empezar a respirar sin que la soga que nos han atado al cuello nos oprima, el año en el que porfín empiecen a verse brotes verdes en la economía, esa actividad que controla desde la sombra el ir y devenir del mundo, el año en el que aspirar a un puesto de trabajo digno deje de ser una utopía y en el que los jóvenes conozcan qué se siente al tener un trabajo que les permite alcanzar la tan ansiada independencia. A nivel personal, deseo que este año sea un poquito mejor que el anterior, y eso que reconozco no debería quejarme, pero, puestos a pedir, mucha salud, mantener el amor intacto y mucho trabajo. Estos son mis propósitos para el nuevo año. Y sí, efectivamente, los he formulado porque a lo largo del último año no he sido capaz de conseguirlos.

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