Branca Vilela es una autora radicalmente contemporánea, con una escritura actual

Branca Vilela. / Mundiario
Branca Vilela. / Mundiario

Según Carles Duarte, la autora ahuyenta el frío con una casa de palabras que celebra, con erotismo gozoso, arrebatado, la belleza del cuerpo a pesar de sus sombras.

Branca Vilela es una autora radicalmente contemporánea, con una escritura actual

Me diste la tierra. Así se titula el libro de poemas de Branca Vilela, que ya ha sido presentado en Madrid y A Coruña y que pronto viajará a Barcelona. También hará escala en Lisboa cuando llegue febrero. El autor del prólogo, cuyo texto publica MUNDIARIO, es Carles Duarte.

Memoria estremecida de quienes anhelamos ser

Por Carles Duarte

Los días nos visten y nos desnudan de sueños. Vivimos entre el afán y el desamparo (“y el musgo se apoderó de las bocas”). El deseo arde en la piel  (“Soy un cuerpo encendido”) y en el alma, y el desasosiego nos aguarda desde la otra esquina de los años (“Extiendo sobre el cartón negro/ todos los besos extraviados”). Nuestro destino es la audacia de la existencia, la memoria estremecida de quienes fuimos y la ola voraz del olvido. Efímeros, inciertos, por nuestras venas corren la indecisión, el coraje y la fragilidad. Branca Vilela nos cuenta quiénes quisimos ser, quiénes somos. Lo hace conmovidamente, con una sabiduría que no se envenena de resignación ni de reproche. La obra poética de Branca Vilela es una aventura literaria de primera magnitud. Nos lo confirma Me diste la tierra.

Branca Vilela está sola, como lo estamos todos, pero proclama que sólo alcanzamos la plenitud al compartirnos, al sentirnos íntimamente unidos a otros alientos, a otras voces, a paisajes que se integran en nuestra propia biografía. Nos reconstruimos incesantemente, resurgiendo de nosotros mismos. Branca Vilela lo hace sorprendiéndonos, maravillándonos con Me diste la tierra, un libro que dice con pasión recobrada el goce de miradas y de labios (“Te dedico el deseo nuevo/(…) Te dedico el abrazo del mar/(…) Te dedico el beso próximo”), el viento entre los bosques, los mares cincelándonos, un entregarse a un universo que la inunda.

Arropada en versos iluminados de Octavio Paz, Antonio Colinas, Gabriela Mistral, Dulce María Loynaz, Teresa Ortiz, Antonio Machado, Miguel Hernández, Luis Cernuda, Cesare Pavese, Rabindranath Tagore, George Sand, Pablo Neruda, Joan Kunz, Thomas Carlyle, Joan Margarit y tantos otros,  Blanca Vilela nos habla de un regreso a sí misma desde el amor (“Contigo olvido quien soy,/ pero no el sonido de mi nombre/ cuando tú lo pronuncias”), desde el dolor y la herida.  Branca Vilela nos anuncia: “Somos, amor mío, un despertar pendiente”. Sensual y cósmica (“Ahora siente susurros/de lunas en torno a sus sueños”), Branca Vilela nos invita a ser, al refugio de unas manos frente al vértigo del acantilado, a la ternura enfebrecida frente al abismo: “Persigo tus abrazos/como el árbol el agua”. Intrépida e inquieta, Branca Vilela ahuyenta el frío con una casa de palabras que celebra, con erotismo gozoso, arrebatado (“Escribiré sobre tu piel/con mi lengua/ versos jugosos”), la belleza del cuerpo a pesar de sus sombras. Fluimos, florecemos.

Telúrica, Branca Vilela respira con las aves, los caballos y los árboles, conoce los valles, se adentra en el presente desde la antigua corriente de los siglos que transitamos y que nos traspasan, como las viejas calzadas romanas, como las palabras heredadas que habitamos y que nos dignifican como una encarnación del pasado en nosotros.

Pero al mismo tiempo Branca Vilela es una autora radicalmente contemporánea, con una escritura actual, que nos zarandea, que irrumpe en el lector sin contemplaciones desde el hoy, desde lo inmediato y concreto, como un llanto, como un gemido, como un grito. Los verdaderos protagonistas de los versos de Branca Vilela son sus sentimientos, sus reflexiones, que se vuelven, casi sin darnos cuenta, nuestros. Pero ahí anda también la realidad cotidiana y sus noticias, y a su lado los ángeles que se rebelan, el misterio que nos interpela, que nos acucia y que nos abandona.

Me diste la tierra es un libro ambicioso que se estructura en cuatro partes, Encuentros, Hundidos en la piel, Amores imaginados, Espero y un poema-epílogo. Branca Vilela, sin quedar nunca desdibujada, se nos muestra poliédrica, generosa de rostros y texturas, desde el roce de los dedos al pensamiento sutil.  Quizás Espero no sea solamente la conclusión de la obra, sino también su culminación, por la densidad lírica radical de cada verso, de cada imagen y por la acentuada coherencia de este último conjunto de poemas, todos ellos breves, todos ellos iniciados, como el epílogo, con la primera persona del presente de indicativo del verbo esperar. Este aparente inventario de esperanzas constituye uno de los momentos más impresionantes de la literatura de Branca Vilela y tal vez de la poesía peninsular de los últimos años. Como si se tratara de un friso o de un mosaico preciso, cada pieza, trabajada minuciosamente, nos sorprende y deja en nosotros un rastro perdurable, como vestigios de un naufragio en el que nos reconocemos. Una desgarrada Branca Vilela se confiesa: ““Espero el portazo de la calle al morirse”, “Espero el roce de un cristal de lluvia que me rompa”.

Me diste la tierra se abre ante nosotros como un recuerdo que nos perteneció, como una ausencia que reclamaba versos para existir de nuevo.

Espera en la playa de las Catedrales
 
Tú, cuerpo de olas, blanca, alma de sal;
mujer fecunda, azul, agua de mar.
Joan Kunz
Espero desnuda que el mar erija
catedrales en mi espalda 
con la tiza del estruendo
grabe vidrieras en la mirada
un arco oval que me atraviese
por donde entres a llenar
de sal, las lágrimas de los vientos
que he enviado a buscarte
en medio del naufragio del tiempo.

 

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