Ayuno un día a la semana por si tengo que volver a pasar hambre

Embarcación con inmigrantes a la deriva en el mar. / RR SS
Patera.
Sencilla lección de un inmigrante llegado en patera, sobre la renuncia y la resignación.
Ayuno un día a la semana por si tengo que volver a pasar hambre

Son muchas las palabras y expresiones  a las que suele atribuirse un sentido exclusivamente religioso, por su uso frecuente en los textos bíblicos; sin embargo, tienen también pleno sentido en el ámbito humano. Y es que los Evangelios, por ejemplo, dan unas sencillas normas de convivencia que, me atrevo a decir, pueden ser de muy amplia aceptación, independientemente de las creencias de cada ser humano.

La diferencia entre el creyente y el no creyente se encontraría en la motivación por cual uno cumple, acepta o se comporta de una forma determinada según esas normas. Ejemplos serían palabras como caridad, prójimo, buen samaritano, hermano, perdón, misericordia, esperanza, prudencia, fortaleza, magnanimidad, diligencia, generosidad, sacrificio, aceptación, las enseñanzas de las parábolas e, incluso, los pecados capitales.

Permítanme que dedique mi reflexión al concepto resignación, que adquiere un sentido especial en el tiempo que estamos viviendo, con restricciones de movimiento, preocupaciones de todo tipo, enfermedad,  y muerte.

La resignación implica aceptar la adversidad con paciencia y conformidad ante lo irremediable, sin que ello suponga adoptar una actitud pasiva o derrotista ante la adversidad o el contratiempo.

Tiene, pues, un matiz realista –aunque habrá psicólogos que opongan resignación a aceptación-, en el sentido de aceptar sin dramatismo y sin rebelarnos ante ellos, porque generaríamos ansiedad y, en consecuencia, peores consecuencias.

La resignación parte de la base de aceptar los contratiempos que no dependen de nosotros y promover las acciones que nos permitan superarlos con paciencia y conformidad, como indica su definición.

Resignarse es aceptar con serenidad la renuncia a algo que, de momento, no está a nuestro alcance.

Y sucede que, en la sociedad que vivimos, hemos perdido el hábito  –hablo con carácter general- de renunciar a cosas, costumbres o actitudes, que hemos llegado a considerar adheridas a nuestra vida como algo inseparable; y cuando nos falta ese algo, o no podemos mantener esos hábitos, nos sentimos invadidos por la ansiedad, el malestar y hasta el malhumor. Es decir, carecemos de resignación ante lo que no depende de nosotros.

Puede que algún lector se manifieste escéptico ante la siguiente anécdota, que escuché a un inmigrante de los que llegaron en patera hace algunos años. Ya tenía su vida familiar y laboral organizada y un día a la semana ayunaba. Le pregunté el motivo y su respuesta fue la siguiente: “por si algún día tengo que volver a pasar hambre”. Me pareció una sencilla y práctica lección.

En estos meses de continuas renuncias a hechos de nuestra vida diaria, las lamentaciones son generalizadas. “No puedo hacer deporte o ir al fútbol, no hay vacaciones, no celebraré el cumpleaños, no se me permite acompañar a un familiar enfermo, prohibidas las tertulias de amigos, no veo a mis nietos...., y, ahora: ¿cómo será la Navidad?”

Lo que más me llama la atención es que esta rebeldía se manifiesta con más intensidad entre los más jóvenes; es decir, entre quienes tienen muchos años por delante para compensar las renuncias de hoy. @mundiario

En suma, como el inmigrante senegalés que llegó en patera, no es malo renunciar voluntariamente a algo de vez en cuando, como terapia o entrenamiento para tiempos adversos, y así aprender a vivir resignadamente, no pasivamente, la adversidad.

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