Ayuda al desarrollo: ¿entendemos realmente a los que queremos ayudar?

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Cooperación española.

La necesaria ayuda al desarrollo la hacemos cubriendo necesidades materiales, salud y enseñanza que proporcionará un futuro mejor y mayor esperanza de vida, pero nos falla la empatía, los sentimientos.

Ayuda al desarrollo: ¿entendemos realmente a los que queremos ayudar?

Annara era una mujer orgullosa de su importancia en la sociedad. Se sentía útil y necesaria porque cada día recorría la distancia que separaba su poblado del río que discurría en el valle. Una vez allí llenaba su tinaja y a continuación, después de colocarla hábilmente sobre el trapo enrollado en su cabeza, subía de nuevo hasta su poblado. Pese al esfuerzo realizado entraba con una amplia sonrisa de contento. Sabía que todos miraban con agradecimiento aquel agua que hoy tampoco faltaría ni para cocinar, ni para lavar. Ella era la base de la existencia de su familia como otras muchas mujeres lo eran de las suyas. Tenía un puesto en su tribu y en su familia, un puesto imprescindible. Además era madre y, con el último hijo, todavía bebé, enrollado a su cuerpo, cultivaba la tierra mientras los hombres se ganaban la vida en el pueblo más cercano para traer sustento. Era feliz y solo pedía salud para los suyos y para ella de la que dependían los demás.

Un día aparecieron unos hombres blancos que mediante una persona que traducía sus palabras, nos dijeron que habían ido para ayudarlos, para conseguir que el agua, una vez limpia, subiese sola hasta el centro del poblado sin necesidad de esfuerzo, algo que llamaron solidaridad, fruto de las ganas de ayudar que tenían sus lejanos países. En el poblado reinó la felicidad el día que la nueva fuente central comenzó a verter agua cada vez que se le pedía. Hubo una fiesta con música de tambores y la gente se mojaba alegremente una y otra vez. Los invitados de honor eran aquellos hombres enviados desde lejanos países que sentían gran satisfacción en ayudar a gente que no conocían además de prometer futuras ayudas con envíos de medicinas y profesores, y que nos convertirían en un poblado que causaría envídia. Eran casi como la gente del lejano pueblo al que los hombres iban en bicicleta o caminando, casi como las que habían visto en la plaza del pueblo cuando durante las fiestas a las que todos acudían, se ponía una película sobre una pantalla de tela.

Todos eran felices, se alegraban unos por otros y todos por sus hijos, pero Annara notaba un vacío en su interior. Tendría más tiempo para otras cosas pero ¿qué cosas?. Había perdido su importancia, su sitio en la sociedad donde ya no era necesario su esfuerzo. Era ignorante, no sabía leer ni escribir, no conocía oficio alguno, y nadie había pensado que si dejaba sus trabajo, la que le hacía sentirse importante, necesaria y orgullosa, tendrían que haber pensado en darle otro puesto de relevancia social, una ocupación que diese sentido social a su vida. 

Annara llegó a pensar que aquellos hombres  blancos trataban de cubrir generosamente lo que ellos consideraban sus necesidades, las de ellos, pero eran solo las necesidades materiales ¿quién le devolvería a ella su sitio en la sociedad? Ese día recibió la enseñanza más importante de su vida, que cuando quitamos algo queda un hueco, y ese hueco hay que rellenarle para que la gente no se hunda en ellos.

Epilogo: Aplaudamos la voluntad, las ayudas materiales, las medicinas, los hospitales de campaña, los colegios, el cariño, y si es posible tratemos de que aumente, pero seamos siempre empáticos, pongámonos en su sitio y tratemos al ayudado respetando su propio sentir. No es fácil, y se comprueba en las "democracias" impuestas en Irak, Afganistán, Egipto, Libia, y tantos sitios donde el gran fallo es no entender al que queremos ayudar.

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