El ascensor social, fuera de servicio

Bandera de España. / Mundiario
Bandera de España. / Mundiario

En el país de los ascensores mecánicos, el ascensor social lleva cerrado por avería desde hace años. Tanta negligencia se achaca a ciertas políticas públicas vigentes. Las consecuencias: desigualdad, declive de la clase media y culto al enchufismo. 

 

El ascensor social, fuera de servicio

El país con mayor número de ascensores per cápita del mundo no impide que el ascensor social lleve tiempo cerrado por avería. Pero no por avería mecánica sino por deterioro del sistema de mantenimiento que nos ha hecho caer a niveles alarmantes. Si en el pasado un buen expediente académico e idiomas extranjeros era sinónimo de progreso y ascenso en la escala social por méritos propios, el ascensor social actual ha sufrido un cortocircuito desconocido que no se repara por lo menos desde principios de milenio. Con la explosión de la pandemia y la aparición de otras crisis multicapas recientes, la tara se ha agravado y asistimos a un descrédito de la meritocracia por el enchufismo.

La clase media de otros tiempos, a causa de tanta denigración económica y abuso político, ha descendido a niveles de los noventa ahondando en la brecha de la desigualdad. Cada vez existe menos clase media y más clase baja que apenas llega a fin de mes, que nos aleja del bienestar en Europa y nos aproxima por contra a los EE.UU.  Del elocuente eslogan: “la  generación mejor preparada de todos los tiempos”, al paro duradero o contratos basura, en especial el juvenil que padece la tasa más elevada de Europa de forma interrumpida.

Con el éxodo del campo a las grandes ciudades al final de la guerra civil, se puso de moda que para salir de las bolsas de pobreza había que emigrar a las urbes. Como el Régimen no daba a basto con tantos inmigrantes, tuvo que adaptar su plan nacional de viviendas verticales y reedificarlas con ciertas comodidades como el ascensor para facilitar la vida de los nuevos inquilinos en las ciudades. El tiempo ha pasado, y desde entonces no se ha perdido el gusto del ascensor mecánico en el bloque de viviendas nuevas o incluso en edificios de mayor antigüedad.

El hecho es que  España se erige como el como el país del mundo con mayor número de ascensores por habitantes, con alrededor de 20 unidades por cada mil personas, muy por encima de Corea y Hong Kong (12 y 11 respectivamente), de la media europea (11) o incluso de los EEUU (2).
 

LA MODERNIDAD NOS COMPROMETE AMBIENTALMENTE

Pese a tanta modernidad mecánica que tiene el contrasentido ahora de  comprometernos medioambientalmente por el alto consumo energético dentro de los gastos de comunidad, los elevadores sin embargo no están funcionando a escala social. Según algunas fuentes como Cáritas la exclusión social entre titulados universitarios españoles se ha duplicado en apenas unos cuatro años hasta superar el 15% en el 2021.

Las tasas de pobreza afectan ya a todos los perfiles incluso a jóvenes familias en todos los grupos formativos. La exclusión social se ha agravado y en especial desde que se ha instaurado la práctica generalizada tanto en la administración pública como en muchas empresas privadas del enchufismo, truncando así la tan cacareada igualdad de oportunidades y el ascenso social por mérito propio. Decir por tanto que los jóvenes actuales viven mejor que sus padres, es mucho decir, cuando por desgracia no tienen estabilidad laboral, salarial, ocupacional, familiar ni emocional.

Algo está haciendo mal este gobierno y los anteriores, así como la sociedad acrítica en general por  no reparar el ascensor averiado desde hace años y devaluar la meritocracia. Fue el pasado mayo cuando el ejecutivo socio-comunista de Pedro Sánchez presentó su agenda España 2050 en la que reconocía que trabajaría para conseguir en ese horizonte:  “Reducir la pobreza y la desigualdad y reactivar el ascensor social”. Desde luego no andamos por la senda correcta y va camino de convertirse en una nueva promesa incumplida. 

EL AMAÑO DE CIERTAS PLAZAS PÚBLICAS

No es nada inusual que en determinados  concursos para plazas públicas estén amañados para un candidato preseleccionado, y bajo la apariencia de un proceso abierto de selección, bien se haya publicado un perfil afín al “escondido” o se lleve a acabo con aparente normalidad hasta la decisión final ya preconcebida. Por otro, mientras es frecuente en otros muchos países de nuestro entorno la publicación de concursos públicos para ocupar  todo tipo de puestos y cargos de la Administración (desde la jefatura del Estado, universidades, empresas, hasta para el personal laboral en embajadas e instituciones públicas etc), en España reina el aparente oscurantismo y la transparencia disfrazada detrás del BOE,  como si fuera el diario popular más leído del país. 

En frecuentes casos -como en el anuncio de  planes de ayudas y subsidios- se hace público con tan poco margen de antelación que dificulta y entorpece reunir con holgura toda la documentación compulsada requerida, ganándose la impresión que  lo hacen así a propósito para fingir tanto paripé. Sólo hace falta ver cómo se nombran cargos en empresas públicas del SEPI, el cuerpo diplomático en el punto de mira actual o en altas instancias de la administración pública donde prima el carnet de partido, rememorando así las prácticas de otras dictaduras pasadas y actuales y no una democracia plena.

Adicionalmente la práctica seguida por gobiernos nacionalistas en Cataluña, País Vasco, Baleares y Comunidad Valenciana de restar puntos a candidatos que no dominen el idioma autonómico para determinadas plazas es otra hazaña contra la meritocracia y el ascensor social. Parece que en algunas escalas importa más el catalán, vasco o gallego por encima de todo que la excelencia profesional. De esta manera se está consintiendo limitar el ascensor social en detrimento de la calidad del servicio.

Que los enchufes ocurran en la empresa privada se podrían pasar por alto. Otra cosa es que se le tenga alergia a la sobrecualificación del candidato como ocurre, y el seleccionador en vez de ver el lado positivo, opte por otro de menor perfil por temor a que con el tiempo se aburra en el puesto. Hace mucho tiempo que la motivación no se consigue solo con unas palmaditas en las espaldas. El enchufismo y el culto al jefe podría ser por tanto uno de los mejores atributos del fallido ascensor en la marca España. 

Pese a la avería en el ascenso social, España padece también en carne propia las consecuencias de una falta de suministros y de personal cualificado para determinados puestos. Se ha llegado a tal punto de incongruencia que no pocos candidatos con tal de trabajar tienen que eliminar del currículum determinadas competencias por temor a no ser contratado por sobrecualificación, aún cuando el puesto no lo requiera. Que universitarios se hayan cansado de trabajar de camareros porque el ascensor mecánico sigue atascado, debería darnos que pensar, tanto a la sociedad en general como a los llamados expertos en recursos deshumanos.

LAS CAUSAS EN LAS POLÍTICAS PÚBLICAS

Algunas de las causas apuntadas por expertos estriban en las políticas públicas vigentes, como: la rigidez del mercado laboral, el fracasado sistema educativo  (y vamos por la octava reforma educacional que será derogada en cuanto la oposición ganen las elecciones), el elevado abandono escolar  y el ineficaz sistema de protección social que impiden escalar a los más desfavorecidos. Todas ellas, no contribuyen precisamente a crear capital humano y menos de calidad sostenible, agravado además por el hecho, según el Indice Global de Movilidad Social del Foro Económico Mundial, de que en España a diferencia de muchos países de nuestro entorno, se necesite cuatro generaciones para conseguir ingresos medios.

Fue el actual ministro de Consumo, Alberto Garzón (UP) quien propuso públicamente sin ruborizarse que su receta para menguar el paro estructural en España era contratando un millón de personas nuevas. Uno entonces se preguntaba si volverían a rescatar aquel noble oficio de los  ascensoristas para abrir y cerrar las puertas del elevador por no saber dónde ubicarlos en el servicio público. A otros les venía a la mente los ascensoristas que aún perduran en regímenes comunistas como Cuba. En cualquier caso, ni así se combate el desempleo ni se alienta el ascenso social. @mundiario

 

 

 

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