En ‘Arenas movedizas’, Henning Mankell reflexiona sobre su relación con la vida y con el mundo

Henning Mankell y la portada de su penúltimo libro.
Henning Mankell y la portada de su penúltimo libro.

A lo largo del libro, en capítulos cortos, sin orden cronológico, porque el libro refleja un proceso de indagación en su propia vida, va repasando sus experiencias más significativas.

En ‘Arenas movedizas’, Henning Mankell reflexiona sobre su relación con la vida y con el mundo

Henning Mankell inició la escritura de Arenas movedizas a partir del momento en que le fue detectado el cáncer que dos años después terminaría con su vida. En este libro tan personal, sin embargo, apenas se detiene a lamentarse de la sombría circunstancia de su momento presente, sino que decide mirar atrás y a su alrededor, reafirmándose en su implicación ética con el mundo y buscando los signos que le haya podido proporcionar la vida siempre misteriosa.

 

Mientras escribe y se somete a la barbarie de su posible curación, no parece que tenga una conciencia inmediata de la muerte pero sí que ve el momento de preparar un testamento literario que le sirva al mismo tiempo para asumir el sentido de su existencia. “Envejecer es mirar atrás. Como cuando volvemos a un libro que ya hemos leído muchas veces. Siempre encontramos algo nuevo.”. Mankell siempre ha sido un hombre curioso: “La curiosidad representa para mí una fuente de inspiración indiscutible”, un hombre atrevido que estando en el instituto decidió dejarlo de la noche a la mañana para irse a París, sin apenas recursos y con el reticente consentimiento de su padre. “Aunque más adelante he elegido mal en la vida, nada puede compararse con la derrota que supone no elegir nada en absoluto. Nunca me he dejado llevar por la corriente sin oponer resistencia”. Más tarde, se trasladó a África, huyendo  de lo que considera el etnocentrismo europeo. A partir de ese momento viviría entre la nieve y la arena, entre Suecia y Mozambique, donde acabaría fundado un teatro en Maputo. Allí escribiría un libro sobre el terrible sida, sobre los moribundos que se aferraban a la vida. Esa sed de perduración también es la suya: “Nunca he comprendido por qué hay que interrumpir la relación o la amistad con los muertos por el simple hecho de que ya no existan como seres vivos. Mientras yo los recuerde, están vivos”. Allí ve a jóvenes morir, imágenes en las que él mismo se ve, como si perteneciera íntimamente a un todo indisoluble.

Henning Mankell: “Aunque más adelante he elegido mal en la vida, nada puede compararse con la derrota que supone no elegir nada en absoluto".

Mankell comprende el mal: “Mi planteamiento es que el mal siempre es producto de las circunstancias, nunca es congénito. He escrito sobre crímenes que ilustran las contradicciones que constituyen la base de la vida humana.”, pero mucho menos las injusticias que se gestan en los egoísmos inamovibles o por la falta de fe en la mejora de la sociedad: “Por la tierra vagan millones de personas que apenas se atreven a creer que existe una vida más decente que la que se ven obligados a llevar.” 

Mankell cree que una de las mayores injusticias de este mundo es que unas personas tengan tiempo para pensar y otras no lo tengan en absoluto, porque está de acuerdo con lo que decía Bertold Brecht de que pensar es una de las actividades más placenteras. Lo que no dice es cuánta gente no aprovecha esa posibilidad y se precipita en el atontamiento.

A lo largo del libro, en capítulos cortos, sin orden cronológico, porque el libro refleja un proceso de indagación en su propia vida, va repasando sus experiencias más significativas, las visiones que ha tomado como enseñanzas, las experiencias que han reforzado sus sensibilidades. “Cuando todo se vuelve complicado y difícil de abarcar, suelo contemplar una fotografía en blanco y negro de cuando tenía nueve años. Estoy sentado en un pupitre. Cuando veo esa cara de curiosidad y la certeza de que todo es posible en la vida, siento que vuelve la fuerza de querer comprender. La breve glaciación queda atrás. Todas las verdades siguen siendo provisionales. La búsqueda de la coherencia puede continuar”.

Nos menciona el abandono de su madre cuando era pequeño, pero no se para en ello, porque no hay en este libro ajustes de cuentas personales, solo el relato de los impactos que ha recibido y reflexionado. Nos habla del miedo a quedarse solo cuando ve a su padre tendido, víctima de un derrame cerebral. Nos relata algunas experiencias en África, el dolor de contemplar la indigencia, el punzante espectáculo de la muerte joven. Nos habla de los peligros por los que ha pasado, el haber visto la muerte en varias ocasiones, pero también de los alivios, de aquella ocasión en que quieren escapar de unos cocodrilos y la lancha no arranca, o cuando, sentado en un bar de Salamanca, observa a una mujer mayor, preocupada, que luego recibe una llamada y su rostro se convierte en una alegría serena, casi invisible, porque le han comunicado que la enfermedad de su marido no es tan grave. O esa tragedia que vive conduciendo por una autopista, y que se reproduce infinitas veces en su mente: el niño que va delante, en el autobús, saludándolo, y asoma la cabeza por una ventanilla del techo y, de repente, restos de ella caen sobre el parabrisas, destrozada por un puente.  

Henning Mankell: “La verdadera fuente de energía de nuestros éxitos son las ganas de vivir y la alegría de vivir que tengamos. En última instancia se trata de procesos químicos. Lo queramos o no, nuestras experiencias espirituales también consisten en diversos procesos fisiológicos mensurables”

“Recordar y no olvidar no es exactamente lo mismo”, nos dice Mankell. “Las cosas que no se olvidan son las que han hecho mella en nuestro tejido mental.” “El aspecto que uno tiene ante el espejo cambiará a lo largo de la vida, pero detrás se esconde siempre quien tú eres.” Y quien tú eres se va haciendo también con el dolor, porque: “Sin el dolor intenso no creo que podamos vivir del todo. Nadie quiere enfrentarse a la tragedia, pero es una parte indisociable de la vida.” Pero también con la fuerza que uno va adquiriendo, con la empatía que uno va alimentado.

Mankell no es religioso y tampoco se cree espiritual: “La verdadera fuente de energía de nuestros éxitos son las ganas de vivir y la alegría de vivir que tengamos. En última instancia se trata de procesos químicos. Lo queramos o no, nuestras experiencias espirituales también consisten en diversos procesos fisiológicos mensurables”. Respeta a quienes creen en Dios  pero no los comprende: “No creo en la otra vida. Tengo la impresión de que las religiones no son más que un pretexto para no aceptar las condiciones de la vida. Aquí y ahora, nada más. Y ahí reside también lo extraordinario de la existencia, lo maravilloso.”

Dentro del pensamiento cabe el más aniquilador, el más pesimista: “En el fondo, el hecho de ser es una tragedia. Nos pasamos la vida tratando de ampliar el conocimiento, el saber, las experiencias. Pero al final, todo se perderá en una nada.” No obstante, hay que rebelarse contra esa interpretación del resultado: “Valor y miedo van siempre de la mano. Hace falta valor para vivir y valor para morir. Pero yo no pienso morirme. Al menos, por ahora. Todavía me falta mucho por hacer.”

Henning Mankell murió en octubre de 2015. Antes le había dado tiempo a escribir su último libro: Botas de lluvia secas. En él, seguía registrando su amoroso testimonio de la vida.

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