Apuntes mínimos sobre la literatura reciente en México

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“La literatura política es lo contrario de la literatura al servicio de una causa”. Octavio Paz, El Ogro Filantrópico.

Apuntes mínimos sobre la literatura reciente en México

Durante el contexto del Desarrollo Estabilizador, que fue como denominó a su programa de gobierno el aquel entonces Secretario de Hacienda, Antonio Ortiz Mena, surge lo que podemos entender ahora como la Literatura Mexicana Contemporánea. Era un México rural transformándose rápidamente en un país urbano e industrial. Este programa de Gobierno que después se extendería los siguientes sexenios, estaba inmerso en un proyecto de modernización económica conocido como la Sustitución de Importaciones. Estados Unidos entraba de lleno a la Segunda Guerra Mundial y países como México, Brasil y Argentina tendrían una oportunidad de producir muchos de los productos que la Unión Americana no podía producir en su etapa beligerante. La transformación del paisaje mexicano es incorporada a la nueva narrativa mexicana.  Sin embargo, antes de este “Milagro Mexicano” como se le conoció a una economía que crecía a tasas de más del 6%, ya se había escrito Pedro Páramo. La obra cumbre de Juan Rulfo, (1917), quien logra retratar muchas de las desigualdades que privaban en las viejas haciendas del campo mexicano. Pedro Páramo es el símbolo del caudillo rural, el personaje brutal y dominante, el dueño de todo. Es "un rencor vivo" dice Abundio; "fue creciendo como la mala hierba" dice el padre Rentería, y además piensa que tiene mala sangre; para Bartolomé San Juan es la pura maldad. Todo esto se advierte del propio texto.

Estados Unidos entraba de lleno a la Segunda Guerra Mundial y países como México, Brasil y Argentina tendrían una oportunidad de producir muchos de los productos que la Unión Americana no podía producir en su etapa beligerante. La transformación del paisaje mexicano es incorporada a la nueva narrativa mexicana.

Es sintomático el libro del antropólogo norteamericano Oscar Lewis, Los Hijos de Sánchez (1964) recoge de manera cruda, el México que no alcanzaba a disfrutar de la modernización. El México de los nuevos pobres que se incorporaban de manera desordenada y caótica a los cinturones de miseria de las grandes Ciudades. Los Hijos de Sánchez es el registro casi obsesivo de los lazos económicos, sociales, simbólicos, religiosos, psicológicos, sexuales y vivenciales que hacen de la pobreza no sólo una forma social sino, retomando el concepto de George Simmel, una forma de vida. Este polémico registro provocó la destitución del director del Fondo de Cultura Económica, en su momento.    

Sin embargo, apenas unos años después. Cuando se llega a lo que llamamos literatura contemporánea se nos presenta una incógnita y no es porque no haya dignos representantes de este tiempo sino porque justamente el inicio de lo que podríamos llamar literatura contemporánea mexicana no se refiere a lo actual sino a décadas de antelación, veamos. Con la aparición en 1943 de El luto humano de José Revueltas y Al filo del agua (1947) de Agustín Yánez, se anuncia la época contemporánea de nuestra narrativa; sobresale el ensayo con Octavio Paz y El laberinto de la Soledad (1950), que establece una nueva visión del mexicano y que al llegar la década que va de 1960 a 1970, destaca notablemente en la mente de los nuevos autores los cuales van depurando, ensayando, agotando muchos tipos de narrativa y creando estilos. Entonces, estamos hablando de una generación diferente para aquellos tiempos, clásicos para estos. Esta formación literaria pretende ser una narrativa de ruptura, pues la visión de los autores, que en aquellos años tenían menos de treinta años, fue innovadora, ofrecían otra perspectiva de México, otros conceptos de escritura lo que tal vez incomodó a aquellos tradicionalistas que querían seguir viendo en la literatura temas a la patria o amor idealizado.

El escritor Octavio Paz merece mención especial, no sólo porque se encumbraría como Nobel de Literatura (1990), sino por su papel conspicuo y protagónicos dentro de los círculos culturales de México. Paz dedicó una parte considerable de su obra ensayística al esclarecimiento de cuestiones políticas de trascendencia para su país y la humanidad contemporánea. Allí encontramos la parte más polémica de su pensamiento. Ferviente admirador de los movimientos revolucionarios de izquierda en su juventud --no debemos olvidar su decidida participación en pro de la causa de la República Española y su fallido intento de incorporarse a las filas de sus combatientes--, se constituyó en uno de los críticos más acerbos e inclaudicables del socialismo real. Décadas antes de que el antimarxismo se pusiera de moda en los círculos intelectuales --moda a la que Paz y su trabajo de promotor cultural indudablemente contribuyeron--, denunció los peligros de una visión de la sociedad que fácilmente inmolaba la libertad en aras de una igualdad en gran medida producto de una ilusión ideológica.

Esta formación literaria en la literatura contemporánea pretende ser una narrativa de ruptura, pues la visión de los autores, que en aquellos años tenían menos de treinta años, fue innovadora, ofrecían otra perspectiva de México, otros conceptos de escritura lo que tal vez incomodó a aquellos tradicionalistas que querían seguir viendo en la literatura temas a la patria o amor idealizado.

Qué decir de aquella generación denominada como de La Onda donde los escritores jóvenes destacaban en sus historias la rebeldía del adolescente quienes dejan de ser receptores y pasan a ser personajes importantes de las historias, utilizando la primera persona como voz narrativa, se establece una especie de código de iniciados para iniciados, literatura que el adolescente escribe para que el adolescente lea. Los personajes son críticos de su entorno, con vestimenta extraña, comportamiento desafiante, grotesco, inventando lenguajes, sociolectos, creándose una nueva identidad. Los escritores van experimentando estilos y lenguajes sin miedo, desafiando las reglas de la “buena escritura”, desarrollando ritmos narrativos que gusta a los jóvenes que por primera vez se sienten parte de lo que leen.

Cada generación de escritores y poetas han sido los voceros de su contexto social, se han revelado a lo que no les gusta o exhibido sus afinidades. La literatura contemporánea por lo tanto es el reflejo de lo que está pasando aquí y ahora, nos guste o no. La temática contemporánea ha cambiado, como también los narradores aunque volvamos a la duda de no saber desde cuándo empieza esta generación de nuevos escritores. Podemos mencionar a Luis Zapata (1951) y su temática homosexual con el Vampiro de la Colonia Roma (1979) hasta Juan Villoro (México 1956) y Enrique Serna (México 1959) como algunos de los escritores más jóvenes que destapan en cada una de sus obras y personajes, ese fondo oscuro que guarda el ser humano. Ese aparentar que todo está bien, que no pasa nada pero sabemos que nada está bien y pasa todo. Estos autores presentan las pasiones que rigen el comportamiento humano: amor, pasión, odio, venganza, muerte y que muchas veces tienen que ser disimulados por reglas sociales, por ello (los personajes) deben encontrar la mejor manera de expresar lo que sienten, de llevar a cabo sus deseos que la mayoría de las veces contrastan con sus conductas opuestas; no es lo mismo brindar ayuda espiritual para que una moribunda pase “purificada” al otro mundo que ultrajarla por venganza o hablar abiertamente de las preferencias sexuales, contando a detalle cada uno de los encuentros .

En la poesía también se da ese cambio generacional en temas y estilos. La mujer se “atreve” a escribir poemas que se salen de esa línea romántica o culinaria a la que se le tenía asignados y empieza a descubrirse como amante, critica hasta inconformarse con su rol social. Así nos encontramos con Rosario Castellanos (1925) y Enriqueta Ochoa (Coahuila, 1928) poeta que destaca en su obra la pasión, erotismo, deseo, a través de un estilo muy personal. La poesía de Enriqueta Ochoa está llena de misticismo, erotismo y religiosidad; elementos ligados en cada uno de sus versos. Los temas de sus poemas son de profunda interioridad; experiencias de vida y revelaciones dolorosas a través de un estilo sencillo y claro; musical, que permite al lector un fácil acceso a su mundo.

Cada generación de escritores y poetas han sido los voceros de su contexto social, se han revelado a lo que no les gusta o exhibido sus afinidades. La literatura contemporánea por lo tanto es el reflejo de lo que está pasando aquí y ahora, nos guste o no.

El Movimiento Estudiantil de 1968 fue un acontecimiento tan doloroso en México, que no estuvo fuera de la mirada de muchos escritores. Algunos fueron sus propios protagonistas como Luis González de Alba, en Los Días y los Años (1973). Pero el trabajo periodístico, usando muchas de las técnicas del periodismo estadounidense, definitivamente tiene su figura más emblemática en Elena Poniatovska. La noche de Tlatelolco (1971) ofrece un brillante ejercicio periodístico sobre la matanza de estudiantes ocurrida el 2 de octubre de 1968 en la ciudad de México. En Querido Diego, te abraza Quiela (1978), recrea la relación entre los pintores Diego Rivera y Angelina Beloff. De noche vienes (1979) es una amena fábula sobre una mujer polígama. Con Tinísima (1992) rindió homenaje a la fotógrafa de origen italiano Tina Modotti. También dedicó ensayos a Gabriel Figueroa, Juan Soriano y Octavio Paz.

Si la poesía es el reflejo de la realidad actual, no olvidemos entonces a Javier Sicilia, uno de los poetas que ha utilizado la palabra como herramienta para expresar el dolor que ha sentido por la muerte de su hijo. A la letra reza:

“El mundo ya no es digno de la palabra

Nos la ahogaron adentro

Como te (asfixiaron),

Como te

desgarraron a ti los pulmones

Y el dolor no se me aparta

sólo queda un mundo

Por el silencio de los justos

Sólo por tu silencio y por mi silencio, Juanelo”.

Con este poema Sicilia externó su dolor y puso fin a su carrera de poeta. Sin embargo sabemos que aunque las bocas callen, las palabras siempre buscarán la mejor manera de hacerse presente ya sea en un cuento, novela o poesía y siempre habrá también un narrador o poeta que preste sus manos para escribirlas. El periódico argentino La Nación lo reporta de la siguiente manera:

Pero a Javier Sicilia no le llegó la fama a través de la tragedia. Al contrario, era un personaje reconocido en México. Después de volver de Filipinas para velar a su hijo realiza una conferencia de prensa. Es ahí cuando pronuncia la primera frase que inicia la revolución en contra del narco. "Estamos hasta la madre", dice en vivo ante todas las cámaras del país. Y es la voz de todas las víctimas. Y es un antes y un después. Porque esa frase es el inicio de todo. Porque con esa frase cuestiona tanto al poder político como a los narcos. Entonces deciden realizar en Cuernavaca una gran marcha en contra del narco. La marcha tiene réplicas en varios países. No sólo en México se pelea contra la bestia. Y entonces, debido a la magnitud de la marcha, deciden ir al Zócalo de la Ciudad de México

Durante décadas se gastaba la broma de que la poesía mexicana “descansa en paz” en alusión a la dificultad para desembarazarse de la influencia todopoderosa de Octavio Paz (1914-1998). En narrativa, Carlos Fuentes formó parte de ese dream team de la literatura mundial que fue el boom, junto a García Márquez, Vargas Llosa y Cortázar, pero no opacó por completo la importancia de autores como Salvador Elizondo, Sergio Pitol, Fernando del Paso y Jorge Ibargüengoitia.

En 1999, poco después de la publicación de Los detectives salvajes , de Roberto Bolaño –que inicia la novela latinoamericana del siglo XXI–, los escritores mexicanos Jorge Volpi e Ignacio Padilla , ambos de 32 años, obtuvieron dos de los premios españoles más importantes y se convirtieron en referentes de la nueva narrativa.

Lo que empezó siendo una broma entre amigos, con manifiesto incluido, terminó convirtiéndose en algo serio: la autodenominada generación del crack, de la que también forman parte Eloy Urroz y Pedro Ángel Palou. Narrativas mexicanas hay muchas, pero, si se las interpreta como una sola tradición, es quizás la más visceral, diversa y sofisticada del continente, irreductible a unas cuantas corrientes o estilos. La impronta de violencia, terror y decapitaciones del sexenio del exmandatario Felipe Calderón (2006-2012) es predominante, hasta el punto de que el escritor y periodista Sergio González titula uno de sus libros El hombre sin cabeza (2009); no obstante, para referirse al tema, esta tendencia convive con muchas otras. Volpi publicó su trilogía del siglo XX, integrada por las novelas En busca de Klingsor (1999), El fin de la locura (2003) y No será la Tierra (2006), además de relatos y ensayos, y se colocó como el más fuerte aspirante para suceder a Fuentes en el panorama literario internacional. En la otra orilla se encuentra el magistral Hugo Hiriart, de 71 años, autor de Galaor, valorada como “la mejor novela de caballerías del siglo XX”, quien cultiva el arte de la brevedad por medio de glosas y comentarios eruditos que sortean con ingenio el caos del mundo.

Narrativas mexicanas hay muchas, pero, si se las interpreta como una sola tradición, es quizás la más visceral, diversa y sofisticada del continente, irreductible a unas cuantas corrientes o estilos.

En la última década surgió el fenómeno de la llamada “narcoliteratura”, que también ha estimulado a escritores extranjeros, pero las propuestas más radicales provienen de autores que han descubierto una avasalladora y delirante poesía en la violencia, la corrupción y el lenguaje transfronterizo, contaminado por la relación simbiótica que mantiene México con Estados Unidos. Al frente de este grupo se encuentran narradores imprescindibles, como Yuri Herrera y Julián Herbert. Al igual que en otros países, algunas escritoras se asoman a las formas extrañas y terribles que asume la vida cotidiana. Entre las más interesantes están Daniela Tarazona y Guadalupe Nettel. La primera, de 35 años, publicó El beso de la liebre (2012), una fábula sarcástica en la que una tercermundista Wonder Woman aprovecha sus poderes de superheroína para hacer el bien y todo le sale mal. Nettel es conocida por sus universos paralelos e inquietantes en libros de cuentos como Pétalos y en la novela El cuerpo en que nací, y obtuvo recientemente el Premio Internacional de Narrativa Breve Ribera del Duero con el bestiario El matrimonio de los peces rojos. Letras de plomo. No sin ironía, a Élmer Mendoza se lo llama “el capo de los capos” de la narcoliteratura, y es un consumado artífice de la novela negra. La crítica lo señala como el primer narrador que interpretó el fenómeno del tráfico de estupefacientes y sus ramificaciones a ambos lados de la frontera.

De Mendoza escribió el novelista español Arturo Pérez Reverte: “Es mi amigo y mi maestro. La Reina del Sur nació de las cantinas, del narcocorrido y de sus novelas”. Algunas de sus obras fundamentales son Un asesino solitario (1999), El amante de Janis Joplin (2001), Efecto tequila (2004, Premio Dashiell Hammett de Novela Negra), Cóbraselo caro (2005) y Balas de plata (2008, Premio Tusquets). La narcoliteratura presenta dos vertientes principales: una policíaca –en la que se inscribe Mendoza– y la otra literaria. Para Emiliano Monge, uno de sus principales participantes, “la segunda aborda el fenómeno no como personaje sino como escenario, como un espacio en el que tienen cabida tanto las historias de amor como la emigración y los parricidios. El aumento de la violencia social va siempre acompañado del aumento de violencias más íntimas”. Esas características definen bien a Yuri Herrera, autor de novelas breves y esenciales como Trabajos del reino (2004), Señales que precederán al fin del mundo (2009) y La transmigración de los cuerpos (2013). En sus historias se mezcla la influencia de Homero y de la tradición clásica con la música norteña, el habla popular y la ominosa sombra de la muerte que permea todas las circunstancias humanas y les da una nueva dimensión temporal y metafísica.

El lugar que dejó Fuentes. Con la publicación de Arrecife (2012), el escritor y periodista Juan Villoro –conocido por sus reportajes culturales y crónicas sobre futbol– justificó por qué durante años se lo consideró el heredero de Fuentes. Desde su primera novela, El disparo de argón (1999), es un agudo intérprete de la sociedad contemporánea. En 2004 recibió el Premio Herralde por El testigo, que sigue siendo su libro más importante, y en la que disecciona los mitos mexicanos y los rituales de la corrupción política a partir de la figura del poeta modernista Ramón López Velarde. Como otros títulos de la reciente narrativa mexicana, Arrecife se sitúa en una civilización postapocalíptica –como la llamó el ensayista Carlos Monsiváis– cuyos puntos de referencia son la decadencia moral, el culto al dinero –y al blanqueo de dólares– y el sinsentido existencial. Un hotel de playa en el Caribe, La Pirámide (otro mito local), recrea un reality show para turistas de la adrenalina, aventuras aparentemente reales en un zapping de apariencias.

La trama, ferozmente verosímil gracias a una vertiginosa ráfaga de diálogos, toca las obsesiones del México actual, desde el narcotráfico a los conflictos con los Estados Unidos, sin olvidar que la violencia es parte del espectáculo. La muerte es un acto de representación. “El tercer mundo existe para salvar del aburrimiento a los europeos”, dice uno de los personajes.

Daniel Sada, uno de los principales novelistas de su generación, murió en 2011 a los 58 años. Al igual que Villoro, obtuvo el Premio Herralde, con Casi nunca (2008), aunque se había consagrado con Porque parece mentira la verdad nunca se sabe (1999), una novela-río de 650 páginas escrita en un estilo coloquial que representa “un matrimonio loco de Cantinflas y Góngora”, en palabras de Fuentes. La obra de Sada es relativamente poco conocida para el público masivo y constituye uno de los proyectos literarios más ambiciosos de la ficción latinoamericana reciente; parte de una geografía imaginaria para llegar al corazón de la tragicomedia mexicana. A la vez barroco y popular, Sada declaró que “el coloquialismo es tan complejo como la metafísica”. Al explicar la sorprendente vitalidad de la narrativa contemporánea de su país, dijo: “Nunca nadie puede decir la última palabra sobre México. Su realidad será sucia, sí, pero de una suciedad muy especial. Excremento y dulzura”.

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