El aprendizaje se produce a través de la sucesión de errores y aciertos
¿Por qué en la educación de nuestros niños condenamos con tanta vehemencia el error, sin valorar su contenido pedagógico?
En el ámbito de la educación es habitual poner el acento en los errores e insistir en el acierto como modelo y objetivo. El error e incluso su encadenamiento, el fracaso, pueden resultar muy pedagógicos si desde los primeros años se enseña a niños y jóvenes a adoptar la postura adecuada ante ellos.
Habrá que hacerles comprender que el error suele surgir de la falta de conocimiento y de la libre elección y, por lo tanto, hay que asumir responsablemente las consecuencias. Por otra parte, los desaciertos permiten tomar conciencia de sus causas y prepararnos para la próxima elección. Error y fracaso curten y fortalecen al ser humano ante la adversidad; quien no aprende a reaccionar positivamente ante los errores corre el riesgo de quedar paralizado por temor a decidir; el temor a equivocarnos coarta la iniciativa y la creatividad.
También servirán para moldear el carácter, al limar los brotes de soberbia, incontinencia e imprudencia; mejorarán la capacidad analítica y nos dotarán de la necesaria serenidad ante una determinación.
El error, en fin, permite conocernos mejor, al tiempo que nos ayuda a potenciar las aptitudes y capacidades naturales, a través del entrenamiento y la formación. No olvidemos que el ser humano aprende a través de la sucesión de errores y aciertos.
Íntimamente relacionada con esta forma de enfrentarse al fracaso, se encuentra la tendencia a poner el acento en combatir las debilidades en vez de hacerlo en descubrir y potenciar las capacidades naturales.
El objetivo de la vida nunca debería ser el éxito –habría qué discutir qué entendemos por éxito y, probablemente, no llegaríamos a un acuerdo-, sino vivirla con la aspiración permanente de crecer como personas.
Quitemos hierro a los errores en la educación de nuestros niños, porque pueden resultar útiles y pedagógicos; por otra parte, son una consecuencia de las limitaciones de la condición humana y, como tales, debemos aprender a convivir con ellos.
La naturalidad ante el error, sin miedos, fomentará de forma natural la iniciativa, la imaginación, la creatividad y el emprendimiento, de los que tan necesitados estamos en nuestra sociedad.