Sobre los Amores Sotánicos, de José Antonio Muñoz Grau

Cubierta de la novela Amores Sotánicos y fotografía del antiguo hospicio de Orihuela
Cubierta de la novela Amores Sotánicos y fotografía del antiguo hospicio de Orihuela. / Archivo

Nos sentimos atrapados entre el nauseabundo aire de unos personajes siniestros, que vomitan sus aseveraciones absurdas, la consensuada falsedad, el tono terminante y la fe en su endogámica locura.

Sobre los Amores Sotánicos, de José Antonio Muñoz Grau

Con Amores Sotánicos, José Antonio Muñoz Grau, vuelve a incidir fundamentalmente en un tiempo (el de la República y el de los albores de la dictadura) y un lugar (la Vega Baja alicantina), de los que sigue extrayendo historias diversamente sobrecogedoras. Esta vez, la temática es la de los abusos sexuales por parte de los miembros de la iglesia, un asunto sobre el que hay abundante información en algunos países, pero que aún no se ha destapado en otros, entre ellos en España.

El soporte principal de esta historia está en unos magistrales diálogos que ocupan la mayor parte del texto, y que nos remiten a muy diferentes tipos de conversaciones. Entre ellos, están los que retratan el obtuso talante de los representantes del poder político y religioso de una época tenebrosa, con sus afirmaciones delirantes, la obscena hipocresía y el demoledor cinismo. Por momentos, nos sentimos atrapados entre el nauseabundo aire de unos personajes siniestros, que vomitan sus aseveraciones absurdas, la consensuada falsedad, el tono terminante y la fe en su endogámica locura. Nos resistimos a creer que puedan asumir plenamente su papel aberrante, y preferimos imaginarlos necesitados de teatralizar su integración en la oscuridad vigente.

Junto a estas conversaciones públicas, ajenamente vergonzantes, están las diabólicas y secretas voces de unos curas perversos. Tienen una monstruosa forma de acometer sus abusos, sus violaciones, disfrazándolas de rocambolescos argumentos, que desvirtúan los mandatos de la religión, para tratar de justificar unos actos absolutamente repugnantes. Todo ello, amparados en su poder, en el permanente terror que infunden, propiciando su impunidad a través del silencio, tanto el de las víctimas como el cómplice de sus superiores.   

Pero esta historia no acaba en el momento en el que se producen los hechos principales – entre los años 1930 y 1932-, sino que se extiende por los años más oscuros del franquismo, en los que se amparan todos los crímenes de sus acólitos. A través de los diferentes saltos en el tiempo, se nos sitúa definitivamente en una época más cercana, en torno al 2000, ya en plena democracia. Ahí alcanzamos al personaje principal de la novela, Rufa, nacida de aquella violación de su madre por parte del cura don José, ahora ya inmersa en una avanzada madurez y seriamente enferma.  

Amores Sotánicos es otra novela fragmentaria, constituida por muchos y cortos capítulos, en los que, como si fueran aisladas escenas, se reinicia, desde distintas perspectivas y épocas, la profunda inmersión en una problemática que aquí se nos expone desde la concreción personal, desde la penetración en las acciones y los sentimientos principales de sus protagonistas. Así, al lector se le desplaza continuamente por diferentes escenarios en los que asiste a su siempre impactante y diversa expresión. Entre las escenas más difícilmente atendibles están aquellas de los abusos, en el que el autor no nos ahorra su insidiosa truculencia, que no lo es tanto la de la propia exposición de los actos, como el insoportable detalle de la morbosa y cruel actitud de sus perpetradores. 

Como decía, los diálogos son, en todo momento, relevantes y utilizan un lenguaje que describe el perfil cultural de los protagonistas, a través de un hablar castizo que también expresa su talante. Y es, en las palabras de Rufa, donde más se aprecia la rabia, el ininterrumpido dolor. Es esa manera de hablar de quien se cree con el dolorido derecho de no maquillar socialmente sus expresiones; de quien conoce, de primera mano, la humillación que la sociedad puede infligir a sus víctimas preferidas.

Uno de los decursos más logrados de la novela, es esa lenta, delicada relación que se desarrolla entre Rufa y Cesáreo. Este la conoció cuando ella estaba en el hospicio oriolano de la Misericordia – antes la Beneficencia -, y se enamoró de ella cuando, en el cine, la contemplaba mientras ignoraba la película. Luego, la vida los separó. Ella tuvo que acatar un matrimonio impuesto, con un enfermo mental al que tenía que proveer, aunque fuera sin contacto físico, de sus desahogos sexuales. Eran las consecuencias de ese cruel submundo del que participaban todos los que salían a la calle impostados de decencia.

Muñoz Grau vuelve a demostrar aquí esa habilidad suya para superponer planos, para contrastar escenas. Por ejemplo, esa forma de entreverar lo atroz y la liviandad de la inocencia, como en esa escena en que el cura somete sexualmente a Ramona, la madre de Rufa, mientras, encapsuladas en sus juegos, afuera, se oyen las voces de los niños. La descripción de los sentimientos se hace en este relato, más que desde una narración directa, linealmente explicativa, mediante la inclusión de frases que se elevan con gracia, algunas de ellas reflejando dichos populares o culturales, y otras creadas por el propio autor.

En los diálogos de esos sexagenarios que son Rufa y Cesáreo, de esa mujer dañada desde su nacimiento y de ese hombre que desde su infancia ha querido implicarla en su vida, hay mucha irrestañable verdad. Ella siente que su vida le ha sido hurtada y, cautelosa, no se ve capaz de recuperarla como si nada hubiera sucedido. Él avanza con suma pulcritud hacia ella, con cuidado infinito, intentando averiguar el resquicio por donde atravesar esa barrera defensiva que impone, esa irremisible y totalizadora asunción de su desgracia. Se reúnen en el patio común de sus viviendas—cuya contigüidad ha forzado él, comprando la casa vecina— y, juntos, ven películas grandiosas, memorables, que les suscitan palabras con las que intentan explicar sus propias vidas.

Amores Sotánicos es una novela muy rica en sus variadas y profundas perspectivas sobre unas mismas actitudes vejatorias, pero también sobre un cierto retrato histórico de Orihuela, que incluye también alguna digresión temática. La lectura de este libro resulta tan nutritiva como dura, por esa sumersión en un ambiente enfermizo a la que nos fuerza, obligándonos a contemplar detalladamente a unos personajes que ejercían su vileza en la sociedad hipócrita y abyecta que los amparaba. Aunque, de otra más melancólica manera, también nos conmueve el ensombrecido recorrido de las secuelas de las víctimas, sus voces hechas de amargura, de unas palabras que describen el menoscabado amor a la vida. Todo ello aderezado con esos comentarios del narrador, que describen, con original perspicacia literaria,  los sucesos emocionales que los atañen. José Antonio Muñoz Grau ha vuelto a impactarnos con otra espeluznante historia rescatada del olvido. @mundiario

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