Una amistad de las que empiezan cuando ya llevas pintalabios rojo...

Mi amiga y yo. Tiernos dieciocho.
Mi amiga y yo. Tiernos dieciocho.

Historia basada en hechos reales -cualquier coincidencia con la realidad es mera casualidad- que cuenta cómo el destino, que va mudando de cara, va jugando con María y conmigo.

Una amistad de las que empiezan cuando ya llevas pintalabios rojo...

Podría llamarlo destino y quedaría incluso poético, pero hay que ser realistas: fue una cuestión de porcentajes, María y yo nos conocimos porque, como medio país, nos apellidamos Rodríguez y, por estricto orden alfabético, coincidimos en la misma clase, es más en el mismo pupitre.

El primer día que la vi fue cuando empecé Bachillerato… ¡Una chica rubia! Y yo yendo todos los meses a retocar las mechas… ¡Vaya!

Por aquel entonces mi cabeza estaba llena de pajaritos que revoloteaban piando constantemente, recordándome todos mis desengaños quinceañeros; lo que se reflejaba en folios y folios escritos durante aquellas interminables clases de literatura, con frases impregnadas en penurias y lamentos.

Aún guardo, después de tanto tiempo, aquella libreta que María me arrebató, donde escribió con muy buena caligrafía:

“Deja de escribir cosas tristes.

¡Sonríe! Que tienes una sonrisa muy bonita,

no dejes que nadie te la borre”

Desde ese preciso instante, se ganó mi confianza y mi amistad. Cuando te notas desarropado por los que te rodean, un gesto que puede parecer insignificante, para ti llegará a ser tu salvación: el principio de volver a notar calidez.

La gente va entrando y saliendo en mi vida, pero ella está a mi lado. Viendo quien se queda y quien decide irse, esto último acompañado por mis millones de lágrimas. Siempre hay un abrazo esperando a que salga la primera de ese millar.

Recordar las horas que pasábamos delante del espejo peinándonos y maquillándonos, siempre me hace sonreír. Ver como ahora, que ya el dos va abriendo paso al tres, nos lleva cuatro minutos porque ir mona importa, pero sobretodo lo primero es ir con la gente a la que quieres a celebrar cualquier cosa.

Ese destino poético, también llamado “crisis”, no nos ha permitido estar cerca. Aún así, como somos unas románticas, nos escribimos cartas muy a menudo.

Es bonito ver cómo han ido evolucionando… Al principio contábamos cosas de chicos con ojos azules que resultaban ser sapos verdes y babosos; más tarde, apareció un chico que conoces sin querer y acaba siendo tu novio. Ir viendo cómo una chica rubia que desechaba cualquier idea que significara querer a un chico, por muy guapo y/o inteligente que fuera, pasó a cambiar de idea totalmente y llegar a hacer planes con alguien.

Desde luego, estoy feliz de que, alguien como ella, que tiene tanta capacidad para querer, le sea correspondido todo eso que lleva dentro. Ya sólo por eso, lo merece. Por otra parte, añoro salir con aquellos tacones que me hacían sentir vértigo y mi sombra de ojos azul, con la típica “sinvergüenza” de los dieciocho y poder cantar por la calle a gritos aquella canción que nos hacía gracia porque era algo subida de tono.

De hecho, creo que ahora mismo la voy a llamar y proponerle una noche de mojitos, para pedirle, más tarde, que le guiñe un ojo al primero que se le quede mirando atontado, que seguro no tardará en aparecer.

 No lo podré evitar nunca, me encanta reírme con ella. Acababa llorando de la risa cada vez que le decía al chico en cuestión con garbo “disculpa, me malinterpretaste, es que se me movió la lentilla” cuando éste decidía acercarse.

El destino ese del que hablo - en este caso le voy a llamar, como diría mi abuela, “Dios castiga”- nos hizo atontarnos gravemente con dos chicos que, tranquilamente, podrían haber sido víctimas de la trampa de la lentilla o de un tic que decía tener yo a veces. Quizá por eso ahora, nos cuesta más bromear con eso…

No todo el mundo tiene la suerte de tener hermanos o amigos desde la cuna. Sí, es bonito. No lo voy a negar, no se puede; pero que una persona que apareció en tu vida cuando ya llevabas carmín rojo en los labios sepa cada detalle de tu pasado, estuviera presente o no, es una sensación que, estoy segura, no deja nada que desear a las que notas con “las de toda la vida”. Quizá esté sobrevalorado…

Ya deberíais haber oído hablar antes sobre mi opinión sobre la sonrisa reflejo, hablo de ella a menudo, pero, por si acaso, ahí va: rodearos de quien os haga sonreír cuando él o ella lo haga, de gente que os quiera. ¡Buscad a vuestra María!

Creced, madurad, haceos mayores con ella. Merece la pena contar con alguien que te apoye, que nadie dio sobrevivido sin amigos con buena salud mental.

Más vale uno bueno, que veinte de paso.

De nada, me lo agradeceréis.

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