¿Hay razones para defender el programa de intercambio europeo Erasmus?

Acuerdo académico para el programa ERASMUS
Acuerdo académico para el programa Erasmus.

Existen algunos argumentos de relevancia en favor del programa europeo Sócrates-Erasmus que, además de responder a aspectos sentimentales, atienden a argumentos racionales.

¿Hay razones para defender el programa de intercambio europeo Erasmus?

En la última semana ha sido noticia el programa de intercambio Sócrates-Erasmus, que permite que los estudiantes de universidades europeas puedan cursar uno o dos cuatrimestres en otros centros de los Estados miembros. Así, se convalidan asignaturas para promover el aprendizaje lingüístico y académico, la movilidad y la cooperación, y se otorgan becas por parte de distintas instituciones, que, por lo general, suelen ser insuficientes para la vida en la ciudad de acogida.

El programa es una oportunidad que no todos los estudiantes pueden permitirse, pero será menos asequible sin ayudas económicas. Defender su sostenibilidad es una respuesta a qué sociedad futura buscamos.

Ventajas de "irse de Erasmus"

Desde el punto de vista institucional, si queremos ser una verdadera Unión Europea es necesario sentirse europeos. Y esto no se consigue sólo legislando según una Directiva Comunitaria, o cumpliendo las Recomendaciones del Consejo de Europa. Se trata también de que los ciudadanos sean conscientes de que Europa no es el extranjero. Y hacer “un Erasmus” es una de las mejores formas para conseguirlo.

Su ventajas no son solo mejorar la vida social de los estudiantes (que, por supuesto, también). Hay, además, beneficios para toda la sociedad, tanto a nivel académico y profesional, como personal.

Se suele asociar el Erasmus con la fiesta y la promiscuidad, pero ni esto siempre es cierto, ni es incompatible con aprender muchas aptitudes que valoran las empresas. Primero, por supuesto, el idioma. La mayoría aprovecha el Erasmus para aprender la lengua del lugar al que van, y eso es una ventaja competitiva incalculable. Seis o nueve meses viviendo en dual, y asimilando todas las peculiaridades de una cultura distinta. Segundo, se refuerza la confianza en exposiciones, trabajos en grupo y exámenes orales. Eso implica un esfuerzo considerable en favor de la expresión, la capacidad de defenderse y el ingenio para rentabilizar los conocimientos con las palabras que se saben decir y prepararse así para el futuro (entrevistas de trabajo, pruebas selectivas...). Tercero, se aprenden otros métodos de evaluación, la forma de estudiar de extranjeros y se compara positiva o negativamente con los de la universidad de origen, trayendo a veces ideas y técnicos innovadores y útiles. Cuarto, se hacen contactos en muchos países, que siempre pueden venir bien en un futuro. Y hay quinto, sexto, etc.  

A nivel personal, el Erasmus es tan intenso que incluso parece mágica la sensación de disfrutar cada instante, propiciada porque el final del camino está fijado desde el momento en que se empieza. Y eso, salvo escasas excepciones que deciden acortarlo, hace que cada día del curso se viva como si fuera irrepetible, que es justo lo que es. Por eso, en veinticuatro horas, da tiempo a viajar a una ciudad increíble, a probar comidas nuevas, a hablar tres idiomas, a conocer a gente maravillosa, a ir a dos fiestas, a enamorarse, a desenamorarse, a descubrir un monumento nuevo y hasta a estudiar. Eso sí, a dormir, no mucho, porque ya habrá tiempo para eso.

Madurez inevitable

Nadie vuelve como se fue de un Erasmus. Cada decisión es un paso más, largo o corto, para la madurez. Se puede ir a donde aprobar sea más fácil o más difícil que en la universidad de origen, pero siempre se descubren muchas más cosas de las esperadas. Por ejemplo, a moverse, a viajar y a vivir en otro mundo. A escapar de lo cómodo, a conocerse a uno mismo. A valorar lo que se tiene y lo que se pierde. A llorar por las cosas que valen la pena (a veces, a base de llorar por las que no la valen) y a disfrutar con las banalidades más absurdas. A defender lo propio con la autoridad que conceden las comparaciones.

Algunos, además, tienen que gestionar todo lo cotidiano por primera vez, con la dificultad añadida de que están en otro país; que administrar el dinero para llegar a fin de mes renunciando a lo menos posible, aunque muchas asociaciones y las propias universidades de destino suelen organizar actividades gratuitas para conocer la cultura y excursiones a muy bajo precio para estudiantes de intercambio. Se hacen expertos en cancelaciones de vuelo, en buscar el viaje más barato, en olvidar escrúpulos para compartir habitaciones inmundas en cualquier lugar del mundo. En moverse con dos maletas, dos mochilas, y una bolsa de deportes.

Y sobre todo, se aprenden valores. La tolerancia nace, surge, se potencia, existe tras 6/9 meses fuera. Cuando uno es el extranjero. Se escogen los amigos por cómo son, no por lo que parecen, ni por su procedencia, raza, opinión política, religión, bajo la sorpresa de muchos que reconocen que “antes de venir, nunca pensé que fuera a ser mejor amigo de alguien como tú”. Se acepta, con alivio o resignación, que muchos no quedarán en el recuerdo ni en la agenda. Y de las doscientas personas que pueden asomarse a la vida de uno en un curso de Erasmus, se tendrá contacto después con cien y unos cincuenta serán “amigos”, y unos veinte serán amigos de verdad, y por lo vivido juntos, todo habrá valido la pena. Las crisis, los números rojos, los cotilleos, los agobios, las despedidas.

La experiencia Erasmus es una oportunidad única, mucho más que fiestas, orgasmus y aprobados. Por eso, defenderla, es pensar en un camino para el futuro, aunque hoy nos preocupe tanto el presente.

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