‘La condesa sangrienta’ de Alejandra Pizarnik, vuelve el clásico de la literatura argentina

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Portada de La condesa sangrienta.

Libros del Zorro Rojo publica este clásico en una bellísima edición con unas espectaculares ilustraciones de Santiago Caruso.

‘La condesa sangrienta’ de Alejandra Pizarnik, vuelve el clásico de la literatura argentina

Libros del Zorro Rojo publica un clásico de la literatura argentina, y latinoamericana, del siglo XX, La condesa sangrienta, de Alejandra Pizarnik (1936-1972), fiel exponente del malditismo por su azarosa vida y su drástico final. La editorial barcelonesa, con sede en Buenos Aires y México D. F., reedita una obra singular, única, que vio por primera vez la luz en la revista Testigo en 1966, y posteriormente en forma de libro en Editorial Aquarius, en 1971, y que en esta ocasión se presenta en una bellísima edición en tapa dura con unas espectaculares ilustraciones de Santiago Caruso.

El dibujante argentino es un experto en ilustrar pasajes de pesadilla, basta citar su trabajo en El horror de Dunwich (Libros del Zorro Rojo, 2012) de Howard Phillips Lovecraft, y, sobre todo, en Los cantos de Maldoror (Valdemar, 2016) del conde de Lautréamont, para definir un estilo barroco, expresionista y deliberadamente decadente, que destila un erotismo de corte sádico, que en su visión infernal recuerda a las pinturas de El Bosco y Pieter Brueghel el Viejo. Los dibujos de Caruso, en blanco, negro y rojo sangre, subrayan la oscura prosa de Pizarnik, fría e hiriente, que reseña la leyenda de la condesa Erzébet Báthory, un siniestro personaje que inspiraría la novela Carmilla (1872), del escritor irlandés Sheridan Le Fanu, auténtico precedente del celebérrimo Drácula (1897) de su compatriota Bram Stoker.

La condesa sangrienta es la prosa más extensa de Pizarnik, conocida, sobre todo, por su poesía de influencia surrealista, con obras como Los trabajos y las noches (1965) y Extracción de la piedra de la locura (1968). Prosa, sí, pero de un lirismo sobrecogedor, que conjuga ensayo y narración con verdadera maestría, de esta forma Pizarnik se inventa un género híbrido entre la poesía, la crítica literaria y la prosa para distanciarse conscientemente de la poesía que la venía caracterizando, a través de una historia verdaderamente grotesca, la vida de una condesa húngara del siglo XVII conocida por ser la “asesina de 650 muchachas”. Un relato cruel y perturbador que cuenta con una introducción, de título homónimo, y se estructura en once capítulos, en realidad breves estampas donde se narra la truculenta vida de Erzsébet Báthory en su castillo de Csejthe, en los Cárpatos.

En la introducción la autora dice basarse en los documentos y relaciones recopilados por Valentine Penrose (1898-1978) sobre tan insólito personaje, para ofrecernos su propia versión con un estilo extravagante que supuso un punto de inflexión en la carrera literaria de la poeta argentina pues no se limita a una mera crónica de los hechos, sino que va más allá al elaborar un poema en prosa que supera la intención del poeta surrealista francés, al concentrarse en la descripción de “la perversión sexual y la demencia de la condesa Báthory”.

Los diferentes capítulos, que Pizarnik introduce con citas de escritores malditos, como Sade, Rimbaud, Baudelaire o Artaud, y de autores contemporáneos que le influyeron en su período parisino, como Sartre o Paz, entre otros tan peculiares como Gombrowicz o Milosz, se pueden agrupar en dos partes según su temática, así los cuatro primeros capítulos se concentran en la descripción de los diversos métodos de tortura perpetrados por la siniestra condesa: "La virgen de hierro", "Muerte por agua", "La jaula mortal", "Torturas clásicas”. Los siete capítulos restantes hacen un recorrido desde sus orígenes familiares en “La fuerza de un nombre” hasta su condena y muerte en “Medidas severas”. Especial atención merece el capítulo “El espejo de la melancolía” por el lirismo de su lenguaje y la minuciosa y brillante descripción que realiza del mal de la melancolía: “en su época una melancólica significaba una poseída por el demonio”.

En definitiva, Alejandra Pizarnik nos ofrece un relato terriblemente bello, que a partir de hechos históricos reconstruye una existencia obsesionada por “alejar a cualquier precio la vejez” a través de la magia negra. La condesa sangrienta ha quedado como un experimento “obsceno” y un efecto literario del desequilibrio emocional de su autora.

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