Los abuelos, el ejemplo de que podemos sobrevivir a tiempos oscuros

Obdulia en su 102 cumpleaños. / Mundiario
Obdulia en su 102 cumpleaños. / Mundiario
Crónica de una vida que comenzó un 23 de abril de 1917 cuando Alfonso XIII reinaba en España y meses antes de que la Primera Guerra Mundial terminase con 20 millones de personas muertas.
Los abuelos, el ejemplo de que podemos sobrevivir a tiempos oscuros

El 23 de abril de 1917 entraba en Madrid el nuevo obispo, el burgalés Sr Melo y Alcalde y el diario ABC lo resaltaba en su portada. Un periódico que en aquella época costaba 5 céntimos y cuya sección de Internacional cubría la Revolución Rusa. La información taurina abarcaba un buen número de páginas y columnas  pero también la “Información de la Guerra” con datos sobre el frente occidental, el frente ruso-rumano, el frente italiano, el macedónico, la intervención americana, la neutralidad de España, los socialistas alemanes, el desarrollo de la guerra en el mar y en el aire… Estábamos inmersos en la Primera Guerra Mundial y España vivía bajo el régimen constitucional de la Restauración con Alfonso XIII como rey de España y el liberal García Prieto ejerciendo de presidente. Era una época en la que S.M la Reina doña Victoria Eugenia presidía la revista La mujer en su casa que organizaba exposiciones sobre labores realizadas por las mujeres.

Ese 23 de abril de 1917 nacía Obdulia Gutiérrez García en la casa familiar de Revelillas, un pueblo a la falda de La Lora, al sur de Cantabria. Morena, delgada, de unos vivarachos ojos azules, fue la mayor de 6 hermanos, a los cuales sobrevivió, a todos ellos, y de los cuales cuidó de diversas enfermedades. Se convirtió en esposa, madre, abuela y bisabuela. Ella era mi abuela y su vida hizo florecer la de otros tantos.

Obdulia Gutiérrez García a los 32 años (foto de 1949). / Mundiario

Obdulia Gutiérrez García a los 32 años (foto de 1949). / Mundiario

En la escuela de Revelillas, actualmente utilizada el 3 de agosto para reunirnos todos los que tenemos lazos con el pueblo y disfrutar de un tapeo dentro de sus muros de piedra, aprendió a leer, escribir y hacer cuentas. Tres cosas que practicó cada día de su vida. Era una gran lectora; lo mismo se adentraba en una novela del escritor estadounidense Philip Roth que disfrutaba de las historias de la española María Dueñas. En los últimos años se pasó a la lectura juvenil cuyos ejemplares suelen tener las letras más grandes y facilitan la lectura, sobre todo para alguien de su edad. Cuando un libro le gustaba especialmente lo expresaba así: “dice muy bien”.

Obdulia leyendo (año 2019). / Mundiario

Obdulia leyendo (año 2019). / Mundiario

Hacía cuentas cada mañana en pequeñas hojas que tenía en la cocina con el fin de mantener ágil su mente e igualmente, al despertar, retiraba una hoja del calendario tipo taco y leía la breve oración que venía en el reverso del papel. Era una mujer creyente que en los últimos años se preguntaba a menudo por qué Dios no se la llevaba. “Será porque soy buena persona”, se contestaba a sí misma de manera muy certera.

Y reía, puedo oír su risa mientras escribo sobre su risa.  “En la vida hay que tener mucho sentido del humor”, fue la frase que eligió Adela Sanz, periodista de El Diario Montañés, para titular la entrevista que le realizó con motivo de sus 100 años de edad.

Entrevista a Obdulia en El Diario Montañes.

Entrevista a Obdulia en El Diario Montañes.

Mi abuela sufrió la Guerra Civil española en pleno fin de la adolescencia, con 19 años. Siempre recordó cómo tuvieron que huir de Revelillas escapando de los rojos, más aún al ser familia del alcalde, su propio padre. Agarraron sus enseres, algunos animales y emprendieron camino de La Lora donde se escondían los nacionales, pero las montañas no eran lugar seguro y se refugiaron en Basconcillos (Burgos), en el hogar de unos familiares, a varios días de camino de su lugar de nacimiento. Allí trabajó como ayudante de enfermería en el Hospital Militar.

Hasta los 32 años no se casó. Algo tarde para la época, un período de la historia en el que la Segunda Guerra Mundial había dejado más de 55 millones de muertos en todo el mundo, tras los 20 millones que dejó la Primera. Bajo este marco internacional, la vida continuaba para los supervivientes. Mi abuela siempre fue una mujer independiente, a la que le gustaba el baile y, dentro de las posibilidades de la época, ponerse coqueta. Puede que su libertad y su falta de necesidad de contar con un hombre al lado, la llevaran hasta la treintena sin contraer matrimonio. Con 103 años aún debíamos esperar por ella porque no era posible salir a dar un paseo sin los pendientes puestos, una chaqueta elegante y el pelo bien atusado.

Obdulia paseando (año 2013). / Mundiario

Obdulia paseando (año 2013). / Mundiario

Inmersa España en la Dictadura del General Franco, mi abuelo Paulino, su marido, encontró trabajo en la Sniace y se trasladaron a Torrelavega. Mi abuela cuidó de los tres hijos que tuvieron, de la huerta y algunos animales como conejos, gallinas y cerdos. Sacaban algunas rentas de la venta de huevos y hortalizas, mientras que los meses de agosto, subía a los retoños al tren y junto a ella volvían a Revelillas para ayudar a sus padres y hermanos en la cosecha.

Mi abuelo Paulino murió antes de tiempo y mi abuela quedó viuda a los 69 años. Con tres hijos criados e independizados, comenzó una nueva etapa de su vida.  Ella, su casa y Torrelavega fueron siempre el centro neurálgico de nuestras vidas, donde mis primos y yo misma hemos aprendido valores éticos y morales que a día de hoy no enseñan en los colegios porque eso solo se aprende en los hogares. Hemos visto fortaleza, garra, raza, hemos aprendido de lo bueno de la risa, de lo imprescindible que es la lectura para mantenernos despiertos, curiosos, soñadores. Hemos conocido los placeres del dulce (otra cosa no pero golosa… salió un rato) y la importancia de la familia, del perdón, del cariño, de saberse cobijada por los de tu propia sangre.

Siempre vivió en la casa en la que compartió su vida con Paulino y sus hijos. Hasta un día antes de su fallecimiento, este pasado 10 de junio de 2020. Nunca quiso abandonarla, tampoco su huerta que, prácticamente, cuidó hasta el final. Mi tío Eduardo, su hijo pequeño, la visitaba a diario gracias a la suerte de vivir en la misma ciudad. Mi padre y su hermana, mi tía Isabel, se turnaron en el último año, para visitarla una semana cada uno y pasar los días con ella en su hogar. La casa de mi abuela, la casa de toda la familia.  

Los días con ella, pasados los 100 años transcurrían entre lectura, jugar a las cartas, la huerta, dar paseos, ver Pasapalabra (las películas no le gustaban: “no entiendo nada”, decía) y rememorar sus épocas de baile, de subirse al caballo e ir a Aguilar de Campoo a comprarse un vestido o adquirir algún alimento especial para dos de sus hermanos, enfermos de pleuresía. No murió de la Covid-19 ni de ningún otro mal. Esta vez Dios sí se la llevó. Ella lo esperaba desde hacía tiempo, nosotros también pero no por ello la saudade es menos infinita.

Los abuelos, de los que tanto hemos hablado estos meses, son más que un elemento familiar. Son el ejemplo de que podemos sobrevivir a tiempos oscuros; son el recuerdo que puede hacer de nuestro futuro algo más esperanzador. Obdulia sobrevivió a días muy negros de la historia, no solo de España, sino del mundo, sobrevivió incluso a los problemas que más cercanamente le tocó vivir, y supo vivir, supo encontrar su camino y disfrutarlo y hacer de la vida de los demás algo más bonito porque, a veces, todo esto no es más que eso. Hacerlo bonito. @opinionadas en @mundiario

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