Volvemos a donde solíamos

La Aldea de Froxán, en el municipio de Folgoso do Courel, comarca de Quiroga, en la provincia de Lugo, Galicia, España. / Esterlich9 en Wikimedia Commons
La Aldea de Froxán, en el municipio de Folgoso do Courel, comarca de Quiroga, en la provincia de Lugo, Galicia, España. / Esterlich9 en Wikimedia Commons

Esta forma de moverse no siempre garantiza seguridad, sino más bien inmovilismo, regresividad y miedo a otras posibilidades de convivencia.

Volvemos a donde solíamos

Vuelven los niveles estadísticos del mes de febrero en cuanto a contagios, incidencias hospitalarias y demás aspectos significativos de lo que ya es la quinta ola de la Covid-19. Se renuevan, en el plano político, los pretextos de repulsa contra el nuevo Gobierno que estrena sus pasos mientras recibe los primeros recursos europeos para afrontar la recuperación económica. El Apocalipsis se queda corto en las invectivas que lanzan las tres derechas de la derecha, reduplicando la inquina en que se queda corto el manual que alguien reunió a cuenta de Schopenhauer como El arte de insultar. Y vuelve, a su vez, el cansancio de oyentes hartos de este pim-pam-pum banal que ni pretexto es de oposición; cuando en asuntos como el de Cuba, por ejemplo, se ve a todo el mundo con una santa inocencia que no se cree nadie, lo menos insensato es salirse de la reyerta nominalista a cuenta de la democracia/dictadura.

A Ulfe

En medio de tanta vuelta tonta, merece la pena recordar que se reedita A Ulfe, el libro en que Julia Varela analizaba en 2004 la eficiencia que la educación escolar tuvo en una zona rural de la Ribeira Sacra muy próxima a Chantada (Lugo). El título responde al topónimo de una pequeña aldea hoy deshabitada, vacía de gente -como ha dado en decirse de buena parte de España- y llena de zarzas, que en los años cincuenta y sesenta tenía mucha vida humana y una escuela con bastantes criaturas. Han crecido, y Julia, natural de esa aldea, tuvo la feliz idea de preguntarles por lo que aquel tiempo escolar significó para ellos, cómo eran sus maestros y maestras y en qué medida lo allí enseñado les ha servido para sus vidas después de haber visto tantos cambios en su ecosistema social y económico.

Haber nacido en esa aldea, conocer desde la infancia a los interlocutores-testigos, y haber experimentado muchas de sus mismas sensaciones ante lo acontecido no siempre es el mejor modo para mirar qué acontece; muchas veces, es el principal obstáculo para la disposición a descubrir y conocer mejor el entorno. En este caso, ha servido de pretexto, razón y condición principal para situarse en disposición abierta a la curiosidad y a las mejores preguntas y, también, a la expectativa de las mejores ideas para un posible cambio de actitud respecto al futuro de ese medio.

A Ulfe no es una guía turística para ver un paisaje bello y con buenos ejemplares monumentales del pasado, o para degustar algunos de los frutos afortunados del residual agro gallego, en un enclave privilegiado. No es, tampoco, uno de los libros de moda para lamentar melancólicamente un tiempo ido o para figurar entre quienes de  modo oportunista tratan ahora de paliar los problemas que tiene la España vacía. A Ulfe es un libro de sociología de ese mundo rural, en que se pueden ver en directo, en las voces de sus protagonistas, y escrito a modo de relato en que se trenzan muchas entrevistas, cómo eran sus hábitos de vida, la magnitud de las modificaciones a que han sido sometidos y, en medio, el papel que en ello  desempeñó su tiempo de paso por el espacio escolar. Esta perspectiva es la que más interesa a cuantos de algún modo tienen algo que ver con el mundo educativo, bien porque ya lo han pasado y les puede ayudar a entenderlo, bien porque están en trance de que les interese a fondo para sus propios hijos. El objeto principal de este análisis sociológico es el valor que haya tenido lo recibido, la escuela pública a que hayan tenido acceso y, en definitiva, la jerarquía del aprecio que tenga en la vida colectiva.

¿La casa de todos?

Este libro es especialmente recomendable para cuantos estiman que la escuela de aquellos años era sensiblemente mejor –de más “nivel”, suelen decir- que la que ha venido después de la CE78 (Constitución Española de 1978), con sus reformas y contrarreformas; que estas no nos gusten en bastantes de sus dimensiones, no es pretexto para que aquella vida escolar de entonces fuera mejor o simplemente buena; no la redime de las enormes deficiencias que tuvo para quienes la soportaron. No es un libro partidista –en el sentido estricto del término-, sino un libro crítico, muy apto también para cuantos desde el campo de las preocupaciones políticas traten de poner remedio a algunos de los problemas importantes que sigue teniendo el sistema educativo actual, después de casi ochenta años. Muchos de los aspectos que testimonia, idénticos a los que ya había descrito Luis Bello en los años veinte, estaban, por tanto, muy desfasados en el tiempo y en el trato a los chicos y chicas que acudían a las escuelas.

Sería una lástima que, en el momento actual, prosiguiera similar despropósito ahora que la escolarización es accesible a todos y todas, y que siguiera desaprovechándose un tiempo tan amplio como el que ahora alcanza, hasta los 16 años como mínimo. De la pobre rentabilidad de aquella escuela hay amplia información cualitativa en este libro; de su cuantificación, hay constancia sobrada, igualmente, en estudios de Xurxo Torres y José Antonio Caride. De cómo todo ello ha tenido repercusión en el tratamiento real del paisaje rural  y, en general, en los atrasos culturales que tenga esa área territorial y todo el país, también hay huellas abundantes en los Informes PIAAC, de la OCDE.

Nada es gratuito y todo se interrelaciona; la COVID-19, al desmantelar muchos de los convencionalismos en que nos movemos regresivamente pone en valor la consistencia de lo que hayamos construido. Por demás, ha traído al recuerdo al Benedetti de La casa y el ladrillo (1976) citando al Brecht que había dicho: “Me parezco al que llevaba el ladrillo para mostrar al mundo cómo era su casa”; estaba en el exilio, era consciente de que le habían confiscado la palabra y el horizonte, y que no podía explicarse coherentemente nada de lo que realmente le importaba. Con tanta repetición de  vueltas a un pasado inane, hemos aprendido que en aquella escuela de ausencias estuvo el no saber cómo podía haber sido la casa educadora de todos; las rutinas que, según el análisis de Julia Varela, impusieron a varias generaciones de españoles, además de desbaratar esa posible experiencia, quieren hacernos creer que deben seguir estando ahí, para que aceptemos que lo mejor que puede pasarnos ahora debiera ser lo que entonces era. ¡Atentos! @mundiario 

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