El virtuoso e inevitable adiós de Luis Villares

Luis Villares.
Luis Villares.
El suyo es un adiós  elegante, oportuno e inteligente, además de definitivo. Saber irse es una virtud nada frecuente en la política a cualquier nivel.
El virtuoso e inevitable adiós de Luis Villares

Chapó. Visto con cierta perspectiva, lo que hace Luis Villares es para quitarse el sombrero. El suyo es un adiós  elegante, oportuno e inteligente, además de definitivo. Saber irse es una virtud nada frecuente en la política a cualquier nivel. Lo habitual, la norma, es que hasta los políticos amortizados se atornillen al sillón, acepten una salida solo aparentemente honrosa, o den por buena una patada hacia arriba, comiéndose con patatas fritas su dignidad con tal de seguir en el cotarro a la espera de tiempos más propicios. Pero poder marcharse, y hacerlo con la frente muy alta, es un gran alivio incluso para quien, como Villares, sabe que lo celebrarán como un éxito sus enemigos íntimos, aquellos que fueron sus iniciales compañeros de viaje, que le escogieron para capitaneara la nave y al poco tiempo ya querían lanzarlo por la borda, como si eso pudiera evitar un naufragio que estaba cantado.  

Se va sin dar un portazo, aunque ajustando cuentas con quienes hace tiempo le estaban señalando la puerta de salida. Villares responsabiliza sin ambages a las cúpulas de Podemos, Esquerda Unida y Anova de malograr el experimento de la confluencia sucesora de AGE en el ámbito de la izquierda transformadora. En su opinión, un proyecto que nació plural acabó en fiasco porque final quienes lo impulsaron no fueron capaces de poner las ideas y las personas que las encarnaban por encima de los intereses partidistas. O tal vez nunca lo pretendieron sino que tuvieron asumir aquella fórmula improvisada del partido instrumental porque no les quedaba otra, cuando en el fondo su verdadera pretensión era seguir haciendo lo de siempre, un juego de élites y aparatos, pero con la envoltura de la nueva política.

Magistrado en excedencia, no vino a la política para quedarse, ni para hacer carrera, porque en realidad nunca quiso ser político. Hace apenas cuatro años, antes de convertirse en el cartel electoral de En Marea para las elecciones autonómicas de 2016, él ni siquiera se planteaba saltar a la arena política. No tenía ambición, ni una vocación clara. Fueron a buscarle aquéllos que creían que podía ser una figura de referencia, aglutinadora y respetable para todo el espacio rupturista. Sin embargo, Villares cree que al poco tiempo tirios y troyanos acabaron viéndole como a un intruso y un estorbo porque no estaba dispuesto a entrar en el juego de los "intereses de parte". Reconoce ahora, a toro pasado, que no tardó mucho en darse cuenta de que le engañaron, que aquello tenía trampa. Demasiado bonito para ser verdad.

Se va Villares en el momento adecuado, cuando ha constatado que ya no tiene nada que aportar a la aventura política en la que creía y que, por contra, haga lo que haga o deje de hacer con los restos de En Marea, puede perjudicar seriamente la recomposición de la confluencia. Es probable que marcharse precisamente ahora sea el último -y el más trascendental de los servicios- que pueda prestar a la causa que le sacó de su zona de confort. No le faltaron ganas de irse antes, en cualquier de los muchos trances en que sus mentores le desautorizaron o pusieron en solfa su liderazgo. Pero él resistió, y persistió, como brillante opositor que fue, creyendo que el sacrificio merecía la pena con tal de salvar la unidad popular y no defraudar a los votantes. Hasta que el mutis ya era inevitable. Si al final su retirada no sirve para que el rupturismo se recomponga y salve los muebles el 5 de abril, siempre le quedará el consuelo de haber hecho lo que debía. Y no es poco. @mundiario

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