¡Qué viene la sentencia!, ¡qué viene el coco!

coco goya
coco goya
¿Qué clase de demócratas han germinado en este país? ¿Qué parte de la independencia de poderes no acabamos de entender? ¿Qué tipo de iustrados tenemos que nos consideran, tan tontos, tan tontos, como para no saber hacer dos cosas a la vez: digerir una sentencia y votar en libertad?
¡Qué viene la sentencia!, ¡qué viene el coco!

Si es que se leen, se oyen, se pontifican unas cosas, la verdad, que dan vergüenza ajena. Sobre todo del personal que se califica, a sí mismo, ilustrado. Ese al que le encanta escucharse y espera que, al final de un articulo, de una intervención televisiva, de una ocurrencia mediática, se oiga un coro de voces extasiadas exclamando: ¡palabra de Dios! Pedagogos, politólogos, juntaletras de periódico, Presidentes de Comunidades Autónomas, incluso juristas de prestigio de esos que se han “enganchado” a la droga del aplauso fácil, llevan semanas, erre que erre, apelando a una sentencia de El Procés que se mantenga congelada hasta después del 10-N, no vaya a ser el diablo que pueda interferir en las elecciones. Les leo, les oigo, me indigesto con sus sesudas intervenciones y, mi soledad y yo, acabamos haciéndonos las preguntas que jamás imaginamos que tendríamos que formularnos: ¿Qué clase de demócratas han germinado en este país? ¿Qué parte del Sistema de independencia de Poderes no se ha entendido? ¿Qué cachondeo es éste en el que “manadas” de españoles, con impunidad y alevosía, pretenden violar a una mujer llamada Justicia, inclinando hacia un lado su equilibrada balanza, despojándola de su proverbial espada y acechándola para que se quite la hermosa venda de la imparcialidad de sus ojos?
Si esto no es violencia de género institucional, por lo menos lo parece, oye. Si no estamos padeciendo una epidemia contagiosa de manadas dispuestas a violar lo que se les ponga por delante, una inocente chiquilla, un mandato del Constitucional, una Carta Magna, el mismísimo imperio de la Ley con mayúsculas, es que nos hemos ido convirtiendo en un país de ciegos y nos merecemos ser súbditos de esa mediocre dinastía de reyezuelos tuertos que han ido pasando, últimamente, por La Moncloa y sus respectivas franquicias autonómicas. Y el problema ya no es que nadie se inmute cuando algún ilustre cerebro insinúa la conveniencia de que el juez Marchena, o sea, el Poder Judicial, retenga la sentencia, se la envaine, vamos, hasta que las urnas decidan quiénes representan al Poder Legislativo y a quién invisten para ejercer el Poder Ejecutivo, sino que a nadie le parezca un escándalo, una actitud democrática vergonzante, un paradigma de cobardía ciudadana, institucional, intelectual y mediática.

¿Alguien se imagina a un columnista del New York Times, por ejemplo, alentando a los congresistas a que retrasaran un hipotético impeachment hasta que aflojase la crisis financiera con China o la nuclear con Corea del Norte? Hombre, ya se que la preocupación que puede ocasionar la modesta China no es comparable al acojono que produce Euskalerría, claro, ni es lo mismo la amenaza de unos cuantos inocuos misiles coreanos que el anuncio de una movilización devastadora de los CDRs, uuuf, o un twit de destrucción masiva, como ese que ha lanzado ✔ @gabrielrufian contra una periodista de El Mundo. Pero, a pesar de todo, qué poca confianza demuestran los españoles ilustrados en nosotros, los españoles del montón, cada vez que nos previenen, que nos argumentan, que nos alarman: ¡que viene la sentencia!, ¡que viene el coco!, como si hubiésemos alcanzado la mayoría de edad para poder votar, pero fuésemos como niños, quizá para ellos un poco tontos, para saber, en cualquier circunstancia, lo que votamos, a quién votamos y por qué votamos.

Para mi que todo esto es cosa del cambio climático, oye. Se calienta el planeta, se calientan las masas, se desbordan los independentistas, revientan los diques de contención constitucionales, quedan anegadas las más elementales normas de convivencia y, quizá solo cuando una Greta Thunberg, ¿qué se yo?, de Murcia, se suba a una tribuna pública y nos cante las cuarenta: ¡cómo se atreven!, ¡cómo nos atrevemos!, caeremos en la cuenta del expolio medioambiental al que estamos sometiendo a la democracia española. @mundiario

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