¿Verdaderamente vivimos afanosos tiempos de oscuridad?

Momento en que Pedro Antonio Sánchez anuncia su dimisión. / RTVE
Momento en que Pedro Antonio Sánchez anuncia su dimisión. / RTVE

Interesan ríos revueltos, no ya por la pesca excelente sino para atemorizar a quienes, desde la orilla, contemplan esa incidencia intranquilizadora, mensajera de estragos a falta de remedios lenitivos.

¿Verdaderamente vivimos afanosos tiempos de oscuridad?

Si curioseamos en el diccionario de la Real Academia, encontraremos tres acepciones que, paradójicamente, iluminan con precisión el vocablo oscuridad. La primera invoca falta de luz para percibir las cosas. El tercer punto refleja escasez de fulgor y conocimiento en las facultades intelectuales o espirituales. Por último, un quinto apartado indica carencia de noticias acerca de hechos, de sus causas y circunstancias. Sobra el resto para conformar criterios sólidos, rigurosos, cuando profundizamos los porqués de zambullirnos con tanta frivolidad en esta coyuntura inquietante. Cada cual toma el epíteto como considera oportuno, amén del enfoque crematístico o intelectivo. Armado en buena medida de una fe endeble, creo que la gente participa, probablemente cometiendo yerros, sin predisposición maligna o condicionantes viciados, transgresores. Son, a la postre, tiempos laberínticos, de extravío.

Que vivimos envueltos en nebulosas sombrías se hace patente día a día. Digitales y noticieros televisados nos intimidan con informaciones a caballo entre el esperpento egregio y la añeja atracción que desprendían aquellas esquelas del ABC o las crueles noticias del desaparecido Caso. Divulgaban en su lóbrega envoltura ese consuelo de tontos al decir de una sentencia apodíctica. A su sombra dormitaban espíritus rebeldes cuando no escépticos. Eran tiempos de infortunio, de pena, cuya terapia venía sigilosa, reservada, en aquellas lecturas insanas. El personal de a pie, ahíto de candidez (quizás de necedad), busca apasionado, borracho de sensaciones, el pasatiempo vidrioso, con la mayor dosis posible de morbo, para compensar momentos de inquietud y quebranto. El individuo, ayer, hoy y siempre, conforma la misma compleja aleación de cuerpo y alma. Nos encontrarnos ante el alcohólico que pretende curar su adicción echando vino al brebaje aconsejado por el terapeuta. Además de polvo, estamos formados por incoherencias y paradojas. He ahí la raíz de nuestros desvelos.

Como he indicado en otras ocasiones, el individuo corriente pasa desapercibido porque no es modelo de nada ni tiene porqué. Puede permitirse desbarres sin precisar silencios u ocultaciones sonoras. Implica una ventaja cuyo valor solo aprecia quien esté ubicado lejos de tal marco, aunque sea de forma coyuntural. Prebostes adscritos a diferentes élites sienten en sus carnes los dardos, certeros o no, de la crítica más o menos ácida, tal vez desmedida, injusta e irreverente. Reniego a enaltecer estos hechos, con los que conecto pocas veces, y constato ese marco -insólito pero habitual- de cosechar glosas solo después de muerto. Constituye un resabio inconsciente de nuestra idiosincrasia e inercia ante la muerte, sus connotaciones, su boato.

Imagino bastantes discrepancias a lo que expondré de inmediato. Hace escasas jornadas, me abrumaron las palabras proferidas por el consejero de educación madrileño. Manifestaba que: “No es voluntad de las familias adoptar el modelo educativo cántabro, una semana de vacaciones cada dos meses”. Esto mismo, dicho por un responsable social o familiar en sentido restrictivo, sería sensato, lógico. Sin embargo, el señor Grieken -sin proponérselo- redujo la educación a un almacenamiento de querubines, o menos, mientras sus padres se dedican a otros menesteres incluyendo los laborales. Si hubiera defendido la hipotética inconveniencia pedagógica del modelo cántabro, nadie podría censurar tan sabia (a la par que loable) reflexión. No es de recibo que un responsable docente desestime la esencia de su cometido: facilitar al alumno el perfeccionamiento máximo de sus facultades intelectuales y sociales. Priorizar sin matices el interés familiar, además de error estratégico, es seguir alimentando un monstruo que nos devora desde tiempos inmemoriales. Procede el análisis, la cautela, por encima de cualquier circunstancia.

Lo expuesto constituye una muestra significativa de oscuridad en la acepción de ausencia de luz intelectiva que lleva a confundir nuestras apreciaciones. Por fortuna, existen también episodios, luminiscentes, clarificadores, como la negativa de Podemos a condenar el golpe de Estado, con repliegue incluido, dado por el Tribunal Supremo de Maduro. Eso sí, eclipsándola con argumentos tan inmateriales que, por el contrario, refuerzan su visibilidad. Otros, menos confiados o más discretos, prefieren poner vendas retóricas a los ojos ciudadanos. El presidente murciano oficialmente dimitió de manera voluntaria. Yo difiero de la versión oficial. Creo que todo se redujo a un contubernio (voz en caída libre) PP-Ciudadanos, del que ambos obtienen rentas políticas. Aquella pregonada moción de censura fue un habilidoso fuego de artificio para justificar el fallo del PP sin provocar ardores inútiles. ¿De verdad creen que Rivera iba a dilapidar su capital político mediante un pacto con Podemos? Sería ingenuo pese a que la ficción supera la propia realidad, según reza un dicho muy conocido. De momento, dudamos de su certeza.

Mis ocasionales lectores saben cuánto esfuerzo realizan para lograr algún epílogo preciso. Unos y otros ambicionan crear un escenario de ocultación donde gestos y palabras se encuentren en las antípodas de los productos. Se emplea la apariencia, la máscara, que vienen enmarcadas por la desorientación del individuo. Interesa que el río ande revuelto, no ya por la pesca excelente sino para atemorizar a quienes, desde la orilla, contemplan esa incidencia intranquilizadora, mensajera de estragos a falta de remedios lenitivos. Tal desazón, ese andar ciegos, absortos por asechanzas diversas, permite a las élites usos y abusos extremos, sin determinar con justeza y justicia. Al fin, la oscuridad nutre nuestra propia naturaleza humana.

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