La única España que se pretende romper hoy es la de la justicia social

Gente.
Gente.

Quienes quieren romper España son  los que se afanan en fomentar una  insolidaridad brutal, sirviendo a unos pocos a costa de hacer insalvable la brecha social. Que anteponen lo particular a lo común.

La única España que se pretende romper hoy es la de la justicia social

Mientras la preocupación de unos pocos es blanquear lo robado y lo depositado en países fiscales, la de  una franja muy importante del país es lograr poner un plato en la mesa. El canalla de Rato se pasa un rato en la cárcel sabiendo que cuando salga disfrutará lo saqueado, El  “pobre” Zaplana, el que reconocía  su vocación política enmarcada en “me tengo que hacer rico, que estoy arruinado”, y que le salen millones de euros como setas en cuentas tan sucias como su dignidad, tendrá una notoria mejoría con sus trapacerías a salvo. Entre tanto, se recortan las políticas sociales y asistenciales,  porque el dinero del común  fluye a chorros para las cuentas de los corruptos.

Estos “caballeros” son botón de muestra de la utilización de  la política de forma mendaz, corrupta,  con talantes inmundos y saqueo sistemático. Algo que en el caso del PP alcanzó tal relieve que la justicia se pronunció sobre dicha organización como trama corrupta, y un presidente de gobierno, por primera vez en nuestra historia, hubo de dimitir asfixiado por tanta inmundicia.

Con estos antecedentes parece razonable el deterioro de credibilidad de los políticos. De la mínima empatía que entre representantes y representados. Lo que se agrava con los esperpentos de los procesos partidarios, que disfrazándose de democráticos, son poco más que  luchas intestinas de tribus en pos de un jirón de la túnica sagrada que pueda obrar el milagro de una poltrona cómoda. En su inconsciencia, sus reyertas domésticas trascienden al exterior de sus conventos de clausura mostrando la miseria de los actores. Simples liliputienses insolventes para el reto que les corresponde, gestionar lo que para ellos es Brobdingnag, el país de los gigantes… Principio del formulario

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Es grotesca la escasa textura democrática que muestra como se degradan las asambleas partidarias, reducidas a un acto meramente consultivo, como las Cortes franquistas.  La militancia y su voto son mero  brindis al sol, un coro de figurantes.

La decepción se acumula en la ciudadanía ante la escasa pulcritud democrática. Lo que alcanza a unos protagonistas, incapaces de hilvanar proyectos de envergadura. O desarrollar, de forma coherente más allá de vacuidades, tanto una exposición ideológica nítida,  como  respuestas legibles ante los retos de la sociedad, ya sea en el ámbito municipal, estatal o europeo. Enseñando sus  vergüenzas  al mostrar que todo su “proyecto” se inicia y concluye en una procaz pelea por la butaca. Lamentable espectáculo en cuanto las instituciones necesitan de forma perentoria romper su atonía en un mundo que enfila sin pausa el primer tercio del siglo XXI.

Una indignación que no es nuevo que en Europa se canalice en un recorrido que deja estupefactos a los espectadores más sensatos. Que encuentra eco en una ola perversa que lleva en volandas el desencanto y el sentimiento de traición de los intereses a amplias capas populares y mesocráticas, conduciéndolo  hacia puertos cenagosos.

Hidra putrefacta que colateralmente provoca la traición a la democracia de los partidos que se califican constitucionalistas. Pero que con cínico oportunismo entregan parcelas sustanciales de democracia y sus conquistas sociales a cambio de andrajos de la túnica sagrada del poder. Argumentando falazmente  que con la extrema derecha es posible garantizar los derechos y libertades en la construcción del futuro. Un compadreo infame con los potenciales liberticidas, mintiendo de forma bellaca a la ciudadanía sobre la intención  de estos, al tiempo que los legitiman.

Aznar, émulo de Geppetto, talló su particular Pinocho, el señor Casado. Copia que recoge lo peor del original y ninguna virtud. Quienes confiaron desde el ala moderada del PP en un ejercicio de regeneración y liderazgo, lloran hoy por las esquinas aunque pongan cara de póker. Su discurso  preconciliar (previo al concilio de la democracia),  es algo tan ramplón, que haría feliz a don Gonzalo de la Mora, autor del “El crepúsculo de las ideologías”. Lo única que deja claro, parapetado tras la manida unidad de España, es su intención es llegar al poder, sin importarle con quien ni a qué precio, ni el dolor o la miseria  a que someta la parcela, con tal de contentar a unos pocos aparceros.

“El nieto de Lucas”, don Albert Rivera, tras diversas capeas afortunadas en tierras catalanas, lanzado a los cosos hispánicos con variable fortuna, muestra que es apenas un biombo ante el que actúa con curiosos malabarismos, pero tras el cual  no hay prácticamente nada. Metido de hoz y coz en la escena nacional, desnuda su penuria de ideas del estado, de estructuras creíbles, y muestra una organización presa de alfileres y en permanente fermentación. Su liderazgo se sustenta en el debate catalán. Por ello su pánico cerval es toparse  un criterio encaminado a entender y conciliar tal dilema político, algo que desarma su discurso. Extinguir el problema sería verse en el paro.

El señor Abascal, caballo desbocado de la derecha que perdió en exabruptos su casto nombre, es un peligro por efecto contagio para la estabilidad y sensatez de las formaciones de la derecha parlamentaria. Y por extensión para la democracia. Unas derechas acobardadas, incapaces de desenmascarar  sus atrocidades dialécticas, prefieren hacerlas suyas compitiendo en decibelios. Unas derechas que gruñen entre sí en disputándose los harapos de la túnica y su hegemonía. Que son capaces de todo, menos dialogar con la ciudadanía. Y que no vacilan poner en riesgo y crispar la convivencia democrática por aferrarse a sus mezquinos intereses

La única España que se pretende romper hoy es la de la justicia social, la inclusiva, basada en el diálogo, la participación y la equidad. Algo en lo que extremos distintos coinciden. Quienes quieren romper España son  los que se afanan en fomentar una  insolidaridad brutal, sirviendo a unos pocos a costa de hacer insalvable la brecha social. Que anteponen lo particular a lo común. Y que se entusiasman en entregar a la oscuridad tridentina la inteligencia, el pensamiento y el progreso. @mundiario

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